Martes 07 de mayo 2024

Cantar para contar

Redaccion Avances 15/05/2022 - 16.00.hs

La cantora Natalia Simoncini anuda su voz y su cuerpo a la historia de las mujeres silenciadas. Teje canción y poema desde las experiencias de Silvina Ocampo, Rosario Castellanos y Cristina Peri Rossi.

 

 

Sergio De Matteo *

 

La poesía y la música se manifestaron tempranamente en todos los pueblos del mundo. La palabra era recitada, contada o acompañada por un instrumento musical. La oralidad ha sido la herramienta para conservar y legar a otras generaciones leyendas, epopeyas, himnos como cantos. De ese modo hemos conocido cosmogonías, teogonías, la historia de hombres y mujeres y los arquetipos intemporales.

 

A través de la historia de la cultura muchas de las obras maestras de la música han partido de un texto o un contexto literario, sin embargo, también algunas obras literarias han nacido bajo la influencia musical. Quizás una de las propuestas para comprender este dilema sea el que ha dado Jorge Luis Borges en una conferencia sobre la Divina Comedia, cuando resaltó que “el verso recuerda que fue un arte oral antes de ser un arte escrito, recuerda que fue canto”; ahí percibimos la íntima relación entre poema y canción, tal cual lo señala José Gorostiza, al sintetizar claramente esta comunión artística al decirnos “que la poesía es música y, de un modo más preciso, canto”.

 

En esa misma línea Natalia Simoncini titula a un concierto “Cantar para Contar”, hermanando, una vez más, los decires con las melodías, también musicaliza una serie de poemas. En su búsqueda fusiona lo invididual con lo colectivo, nos retorna a la esencia del canto tribal, pero además a las viejas resonancias las extrapola a los ritmos de nuestro tiempo.

 

 

– Se encuentra en esa búsqueda tuya un enlace con los cantos tribales, donde además de estar la individualidad, en la que resalta la voz, el cuerpo, pero también emerge lo colectivo, lo comunitario.

 

 

– Caetano Veloso siempre decía que ningún palmoteo sale de una sola mano. Bueno, pasa lo mismo en cualquier orden de la vida. Solos o solas no podemos, siempre es necesario lo comunitario. La importancia de lo colectivo que, por supuesto, siempre parte desde un yo individual, pero que va hacia ese lugar de la construcción. Se construye una a sí misma o a sí mismo a partir de un otre, de las otredades.

 

Siempre tuve como esa necesidad de contar, un poco quizás por una historia heredada por mi viejo, que era un tipo así, buscador, buceador de la palabra; ex militante, un tipo que fue preso político en su momento. Hay una historia heredada que, sin duda, se suscribe a ese mismo discurso que decía Mercedes Sosa, una puede cantar para entretener y también puede cantar para contar. Está bien que el arte nos entretenga, pero también está esa otra vereda.

 

 

– No solamente has dicho que cantás para contar, sino que también para ayudar a pensar. Eso también es importante.

 

 

– Considero que hay muchos artistas, hombres, mujeres, que cuentan cosas. Tenemos un abanico tan grande en nuestro país. Eso debe suceder en cada lugar del mundo, en cada ser humano que se dedica con ganas y con respeto a defender lo que es, lo que piensa, lo que siente, lo que ama.

 

A mí me ha pasado comprometerme con lo que hago; así como un tipo se levanta todos los días para ir a correr a las siete de la mañana, o alguien que se levanta para hacer lo mejor que le toque en su cotidiano, donde sea en el contexto que sea, a mí me resulta cosa seria el trabajo artístico, el canto. No sé si una va a dejar un legado. Pero desde el lugar que me toca, en lo que me concierne también como mujer, en este momento de la historia, me veo, me siento y me percibo dentro de esa vereda de los cantores populares.

 

 

– Esto que señalás, justamente, identifica a algunas poetas que has musicalizado, como Silvina Ocampo o Rosario Castellanos. En ellas también queda registrado en las canciones esa toma de posición en defensa de los derechos de la mujer.

 

 

– Me ha pasado desde la musicoterapia trabajar en espacios que tienen que ver con la temática de género, con las vulnerabilidades. En el recogimiento que una puede hacer, en la síntesis, me parece que es tan importante todo lo que nos permita expresar la voz; sin duda, la voz humana, la voz del silencio en el que estuvimos sometidas las mujeres históricamente. Me parece que la escritura es una forma de decir, y más que decir, de escribir, aunque sigue siendo como una palabra quieta en un renglón. Por eso creo que a través del canto, del poder poner la voz afuera, ese significante hace que también cobre como otra dimensión, no sé si otro valor, porque nada es mejor que lo otro; y no lo pongo en una postura de asimetría, de que es mejor cantar o tejer o pintar. Pero sí hay una cuestión histórica. Dentro de esa historicidad hay un relato que nos describe a las mujeres sometidas en un silencio patriarcal, un silencio sepulcral. De hecho, las mujeres que accedían a las letras, algunas con seudónimos, formaban parte de una franja socioeconómica importante. No nos olvidemos que Silvina Ocampo, Victoria Ocampo, eran mujeres que, si bien también estaban atravesadas por el patriarcado, por las desigualdades y las opresiones, partían socialmente de un estatus que les permitía acceder a la educación.

 

Hoy estoy escribiendo algunas canciones y componiendo con colegas que tienen que ver también con estas pibas de ahora, con estas nuevas mareas feministas que, quizás, en la deconstrucción que nos toca hacer como sociedad nos cuesta ver que ponen el cuerpo, que gritan, que grafitean las paredes. Son otras formas, y ahí están las rupturas. De eso siempre sale algo nuevo, algo que nos pone a repensarnos. Ese es el cruce y esa es la historia.

 

Me ha pasado de encontrarme, quizás porque yo no suscribo a las generaciones de hoy, tengo 44 años, mucho más con las mujeres que citábamos; con esas escritoras que tenían algún matiz del amor, la ternura y que lo volcaban en prosa o en poesía. Por eso digo que hoy escriben otras. Actualmente hay otras formas de escribir, otras formas de gritar e, incluso, de decir, de poner el cuerpo. En cuanto a “la mujer que canta y sus males espanta”, seguiré siempre por el mismo lugar, en esto de cantar para contar.

 

 

– En tu carrera hay propuestas como “memoria de la voz”, “voces en el tiempo”, “la palabra que habito”, que se relacionan y refractan con algunas posturas de otras mujeres, como Betsy Pecanins, que cantaba “Está que habita mi cuerpo” y “La memoria del cuerpo”, o la teórica Hélène Cixous, que dice “escríbete, tu cuerpo debe ser escuchado”.

 

 

– Estás citando bellezas de la vida. La vida es la obra de arte más hermosa que tenemos y que también debemos defender desde algún lugar. Considero que estas/estos/estes pensadores han dejado un legado, un material por donde seguir diciendo cosas y seguir transformando lo que somos; lo que hacemos a través del canto, en mi caso, y cada quien lo hará a través de lo que lo represente. A mí la música me ha salvado y me ha ayudado a colorear la vida con otros gestos. Me refiero no como una metáfora, sino en cuanto a las sensibilidades. El arte siempre sana. En mi caso, literalmente, el arte me ha salvado en situaciones extremas. Entonces creo que desde ese lugar también una toma otras dimensiones acerca de cómo hacerlo, de cómo cuidarlo y seguir haciendo ese proceso de transformarse y de transformar.

 

 

– Esta situación de musicalizar a Silvina Ocampo, Rosario Castellanos, patenta una tradición tan fuerte que existe entre la canción y la poesía. ¿Un músico sólo se nutre de melodías o también aparece la lectura?

 

 

– Sí, hubo un proceso en el durante, en el antes, hasta la que soy ahora. Me recuerdo yendo a las clases de música, de audioperceptiva, donde nos hacían trazar en una pizarra dibujos o líneas que eran la altura del sonido, después trazar colores. Cada sonido nos disparaba una imagen, un color. A mí me pasa con la poesía, o me ha pasado en el tiempo que las musicalicé, exactamente eso, leer los textos y poder visualizar un color, un sentimiento. Quizás es algo atrevido lo que digo, porque ponerse en la piel de un otro o de una otra es casi imposible; sin embargo, me he involucrado en estudiar, en investigar e ir a las fuentes. En el caso del poema de Silvina Ocampo, es un texto que tiene como encriptada una historia hermosa entre dos poetizas; o el poema de Rosario Castellanos, “Soledad”, que se lo escribe a Alfonsina Storni; así como también el último musicalizado, que es de Cristina Peri Rossi, escritora uruguaya, exiliada política.

 

Al indagar en cada una de sus historias pude encontrar referencias muy fuertes en sus letras. De la lectura se me han disparado los sonidos como imágenes, como colores, como sensaciones. De ese modo he compuesto la música para los poemas.

 

 

– En cuanto a Cristina Peri Rossi, el poema que musicalizás forma parte de un libro del año ‘76 que se llama Diáspora que, justamente, se asocia a la historia de tus padres y también de ella, exiliada del Uruguay en aquella época...

 

 

– Es correcto. De hecho, estuvieron mis viejos, los seis meses del embarazo de mi madre y míos, en tránsito por México; antes por Corrientes, por Salta, por distintos lugares; como les ha pasado a tantos y a tantas. Por eso empecé hablando de que hay una historia heredada.

 

Cristina Peri Rossi me ha parecido que tiene una forma de escribir muy visceral, desde la nostalgia, desde el desarraigo y desde una mujer que, generacionalmente, tuvo que abrirse camino en las diversidades del amar o del amor. Entonces encontré muchas facetas y muchas Cristinas en Cristina en varios de sus poemas. Sí, la diáspora, el exilio, historias semejantes, es tal cual lo que decís. Me encanta mucho esa poesía, y principalmente “No quisiera que lloviera”. Esa distancia la sentí al irme a México, cuando surgió una posibilidad. Nadie me obligó a hacerlo y fue una decisión; distinta a la de mis padres. Así mismo, a los dos meses me sentí, no diría angustiada, pero si se siente el desarraigo, nos pesa el irnos, se extraña el olor a café, el olor de la muzzarela, el tachero. Se extrañan muchas cosas. Ahí pude también resignificar muchas letras, como la “Diablada”, “Vuelvo al sur”, y reencontrarme con tantas canciones que son icónicas o María Elena Walsh, “Porque me duele si me quedo/ pero me muero si me voy”. Y Cristina para mí es una mujer que, quizás, en el momento que decidí musicalizarla me vi un poco Cristina; un poco está Cristina Peri Rossi, sólo que en México, y no expulsada, sino, de alguna manera, también lejos de mi tierra.

 

 

* Colaborador

 

 

 

 

 

' '

¿Querés recibir notificaciones de alertas?