Domingo 21 de abril 2024

El dilema del arte

Redaccion Avances 13/03/2022 - 20.46.hs

La obra cuenta con sobresalientes actuaciones, un texto rico en simbolismos y una lograda escenografía que toma un rol de peso en esta puesta.

 

María Evangelina Vázquez *

 

La última pieza que escribió Henrik Ibsen en 1899, “Cuando nosotros los muertos despertamos”, es una invitación a hacernos las preguntas más elementales sobre el arte y la vida. ¿Por qué un escultor decide torturarse para dar forma a la arcilla, cuando podría salir de su taller y disfrutar de la vida? ¿Cuán lejos puede ir un artista para encontrar una fuente de inspiración para sus obras?¿ Cuántas veces el amor por una mujer resulta el germen de una creación artística?

 

El famoso escultor Arnold Rubek se encuentra de vacaciones con Maia, su joven esposa, en el hotel de un balneario en los fiordos de Noruega. La acción se desarrolla sin sobresaltos hasta que Irene, una mujer llena de misterio y belleza irrumpe en escena. Irene fue la modelo que más inspiró a Rubek y fue a partir de ella que él esculpió su obra más relevante. Este encuentro hará que Rubek comience a cuestionarse toda su vida, las razones del arte, por qué esculpir un bloque de arcilla en lugar de mantener relaciones carnales con una mujer. El arte ocupa el lugar del amor y se puede pensar que las grandes creaciones artísticas nacen de esos amores que no llegan a concretarse del todo, esos amores imposibles. Parece que Rubek se regodea en esa imposibilidad, pero el encuentro con Irene le hace replantearse muchas cuestiones y surge, ahora sí, la posibilidad de concretar ese anhelado amor que él había postergado para sumergirse en su arte.

 

¿Qué sucede con el realismo y el teatro de ideas, el drama moderno tan importante en la obra de Ibsen? Parece que aquí se abren otras puertas, se deja lugar al simbolismo, se crean escenas que nos acercan al surrealismo. El paisaje velado de la obra todo el tiempo nos sugiere que estamos como observando la escena de un sueño. El lenguaje es poético, sin dudas. ¿Y si los personajes son cadáveres tratando de resucitar a una vida que nunca tuvieron? El mismo Rubek puede definirse como poeta, un ser bohemio que vive de sus ensoñaciones y que tuvo que crear obras por encargo para hacerse de fama y fortuna. Toda la vida del escultor parece haber sido resuelta, por lo menos en lo económico, aunque estará por verse si el mundo de sus sentimientos tiene aún cuentas por saldar.

 

Personajes.

 

La obra pone de relieve el carácter efímero de la vida, las decisiones que tomamos que nos pueden llevar a vivir en el arrepentimiento y con la pregunta de qué podría haber sido. El encierro de un artista o escritor contrasta con el carácter intrépido y aventurero del personaje cazador de osos que se encuentra también en el hotel. La montaña es un paisaje perfecto para soñar. Entre brumas podemos imaginar formas y quizás los sueños puedan transformarse en presencias reales. El personaje de Maia (Verónica Pelaccini) brinda frescura y audacia a la trama. Irene (Claudia Cantero) nos conecta con las emociones fuertes, es una mujer que confronta y no teme ir al encuentro de quien ama. Rubek (Horacio Peña) es un personaje que ha tenido éxito pero no sin remordimientos, ha vivido una vida incompleta sin el verdadero amor y la fuente de su creación: el actor muestra esta ambivalencia con sólidos recursos.

 

La inclusión de esta obra en la programación teatral de este año resulta un gran acierto del Teatro Cervantes. Una puesta magnífica que permite conectarnos con lo esencial del texto y su potencia simbólica. El director Rubén Szuchmacher nos entrega un trabajo que refleja una labor intensa y profunda con su elenco.

 

La obra puede verse en el Teatro Nacional Cervantes –Libertad 815– los días domingo, miércoles, jueves, viernes y sábado a las 20 horas, hasta el 3 de abril próximo.

 

* Colaboradora.

 

 

 

 

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