Lunes 05 de mayo 2025

En torno al arco musical ranquelino

Redaccion Avances 09/06/2024 - 06.00.hs

Hay circunstancias personales que nos plantean reeditar lejanos itinerarios o vivencias cargadas de emotividad, sorpresa o misterio en esos momentos o pasados los años. Ya de vuelta de ellos, hurgamos en pos de la palabra para contrarrestar el olvido que el tiempo en su tarea socavadora ejerce.

 

Jose Depetris *

 

Los recuerdos, como todas las cosas también envejecen, como se sabe, y entran a la temible categoría de arcaísmos.

 

Transferirlos a otros y otras aun en el farrago que vivimos nuestras actividades cotidianas, acaso sea una suerte de tozuda resistencia que asumimos con resultados inciertos, a menudo magros. Y a veces impensados en su proyección.

 

Disquisiciones aparte, la cuestión es que treinta o aun más años atrás, Enrique Cabral decía tener noventa. Tal vez alguno más -considero- sacando las cuentas de su edad, porque había nacido en las tolderías del paraje La Blanca cuando la tribu ya reducida en número y cribada de menguas impuestas aun estaba asentada allí. En las cercanías de la actual localidad de Luan Toro o literalmente en el ancestral Lagum Toro -“donde mataron el toro”- según la dicción coincidente de la vera nombradía del sitio escuchada y anotado el significado de los ancianos hablantes de la lengua que pudimos conocer.

 

Los moradores del lugar fueron deportados luego en masa a los medanales de la recién decretada Colonia Emilio Mitre. Cuando el Gobierno Nacional decide su creación como colonia pastoril con irrisorias parcelas de 625 hectáreas para cada familia en una extensión de 80.000 hectáreas de áridas travesías de médanos vivos, pasto amargo y agua poca y salobre. Malintencionada decisión de los poderosos de siempre bajo el amparo de la Ley N 1501 denominada “Ley del Hogar”, pensada para radicar remanentes de familias indígenas en tierras marginales. Corría el año 1901. Don Enrique Cabral y su esposa Veneranda, reconocida artesana textil, fueron los memoriosos por excelencia de su comunidad en la Colonia Emilio Mitre.

 

Narraban que iban en aquella dolorosa circunstancia y procesión encabezados por Santos Morales y Caleu Cabral. Quienes habían heredado el mando de lo que quedaba del nutrido grupo de familias emparentadas clanicamente tras la muerte de Ramon Cabral, aquel cacique platero citado por Lucio V. Mansilla en su famoso libro Una excursión a los indios ranqueles.

 

Llevaban -según la breve descripción de los ancianos- sus pobres enseres, pilchas e infortunios plegados sobre angarillas que arrastraban sobre la huella de la travesía.

 

Los primeros años del poblamiento en el lugar montaron tolderías de corambre a la vieja usanza en la costa del río que aun corría con prodigalidad. Luego distribuyeron lotes y armaron ranchos con quincha de jarilla embarrada, diseminados en las magras parcelas.

 

 

Conservamos en nuestra cartera de apuntes y releemos ahora para la ocasión, algunas precisiones que oportunamente nos dejara de aquel doloroso trajinar.

 

Y de Doña Veneranda Cabral -ademas- atesoramos familiarmente una exquisita matra de su mano y telar adquirida en uno de los recordados viajes a la colonia.

 

Existen menciones también y referencias fragmentarias del viejo ranquelino dadas a la Licenciada Maria Inés Poduje, del Departamento de Investigaciones Culturales de la entonces Subsecretaría de Cultura Provincial en sus recorridas habituales por la zona en la década de los ochenta y de la lingüista Ana Fernández Garay que realizó trabajos de investigación sobre la lengua ranquelina y libros fundamentales en este campo y disciplina. Revalorizando en la práctica lo atinente a la preservación del patrimonio cultural común en todos sus aspectos. También en los musicales aunque tangencialmente abordados como una pieza más del mosaico cultural territoriano.

 

Un instrumento novedoso.

 

En este sentido me fue posible ahondar lo que a Poduje le relataba el anciano y narrar algunas particularidades que suman a la idea. En esencia, decía Cabral que en su niñez fue testigo visual del uso de un instrumento musical que aun era común en celebraciones o simplemente en bailes espontáneos en su entorno familiar.

 

Tal revelación en esos días también referida y confirmada al antropólogo Pérez Bugallo, -especializado en investigación etnomusicológica- en su paso por nuestra provincia comprobaba que ese hombre había conocido nada menos que el koolo; único y antiquísimo cordófono usado por comunidades patagónicas australes y meridionales.

 

Pero, y aquí lo trascendente y novedoso de su presencia en una variedad pampeana que fue usada entre la gente ranquelina. En comunidades del caldenar. Porque en esa época vivían aun en el caldenal, no en los medanales de E. Mitre.

 

Esta variedad pampeana de cordófono no era conocida ni registrada su vigencia con claridad hasta las circunstancias que señalamos, ni por la ciencia especializada -Lehmann Nistche la circunscribe solo al ámbito tehuelche - ni por la información histórica. Mucho menos por el recuerdo popular de terceros ajenos a la comunidad que lo evidencia así claramente ocultado o al menos celosamente vedado a intrusos y en un proceso de paulatino desdén de uso por la propia comunidad en aquel doloroso y espantoso proceso de olvido, amputación y amnesia cultural. Condiciones impuestas sostenidamente enmascarando particularidades culturales que hoy felizmente se están revirtiendo trabajosamente en un proceso de reemergencia y autovalorización muy saludable.

 

El hecho concreto de que entre los ranquelinos el arco musical fuera empleado como instrumento de ejecución íntima y suponemos con significados mágico-religioso, hizo entonces que no siempre fueran conocidos ni quedaran registrados en las crónicas de época. La falta de documentación, unida a los numerosísimos mestizajes, ha acrecentado las dudas sobre su evolución, presencia y uso de este en períodos históricos anteriores.

 

Adaptado.

 

Vale aclarar que el instrumento de origen tehuelche de referencia, consistía en un arco de rama de calafate, aquella variedad vegetal típica de la región austral, curvada por la tensión de una cuerda de cerda animal atada en sus extremos que ante la fricción con su complemento de hueso de fémur de guanaco que se deslizaba sobre la cuerda, arrancaba sonidos que el ejecutante modulaba en notas musicales logrando el efecto de la voz humana susurrante.

 

El instrumento descripto por don Enrique Cabral, que el nombraba “kadiwaka” ( costilla de vaca) en lengua ranquel acaso cumplía las mismas funciones que el “Koolo”, nombre en günün a iajütch, la lengua del pueblo günün a küna, cuyo denominación genérica aplicada desde la colonia ha sido Tehuelches.

 

Se trata de un arco construido con una madera cuyos extremos se unen por una crin de animal. La ejecución de este instrumento se realiza sosteniendo firmemente con los dientes uno de los extremos del arco y el otro con una mano; mientras con la otra, se frota con otro arco de iguales características. La cabeza de la persona ejecutante se convierte en “la caja de resonancia”.

 

Claro que la variedad registrada en la colonia Emilio Mitre, era adaptada a los elementos de la región y no constaba de un segundo arco para fricción. En lugar de ser el arco o portacuerdas de rama de calafate o ñire, el usado por la gente ranquelina era de costilla vacuna y su cuerda no era de cerda equina sino de “vena de avestruz”. Y aquí radica la importancia del dato.

 

La costilla nos habla a las claras de una adaptación regional posterior a la dispersión del ganado vacuno y el contacto que tuvieron las comunidades pampeanas desde la época de las vaquerías a partir del S XVII fundamentalmente por el tránsito de los arreos por las rastrilladas del espacio pampeano buscando en los contrafuertes cordilleranos los boquetes para el paso trasandino. Pero la cuerda de vena de avestruz plantea la posibilidad opuesta, ya que la utilización de ese material da sustento a la teoría que este instrumento se remonta a épocas prehispánicas cuando el vacuno ni el caballo, tallaban en América.

 

Por fuerza, nos remite al fondo mismo de la historia de las comunidades y del riguroso desplazamiento por veredas para caminantes. Como lo prueban los avalorios del caminante de 8.600 años atrás encontrado por el arqueólogo Gradin en Casa de Piedra, dando sustento a la milenaria vialidad indígena que unía ambos océanos y sobre las que después se formaron las rastrilladas y posteriormente algunos de nuestros primeros caminos de uña en la etapa territoriana. Cuando aun el medio de movilidad individual era el caballo y no había llegado el automóvil al escenario pampeano.

 

¿Comunitario o familiar?

 

Don Enrique Cabral informaba sobre el instrumento, señalando que lo usaban para confraternizar hermanados en las ocasionales juntadas concelebrando y bailando con su música y también cantando con ella. Suponemos que referencia a la variedad de canto del género profano -Ulkantun- dado que los varones participan en los cánticos estilizando verbalmente. Pues en el cantar sagrado, -Taiel-, solo podían participar cantoras rituales indicando la vinculación de cada individuo dentro del linaje (kempenñ).

 

Señalaba también que estaba vedado su uso o el aprendizaje de su manejo a los más chicos, “...lo tocaba uno solo. Siempre el mismo y los otros bailaban, uno cantaba…”, explicaba.

 

Y en esos bailes “... tomaban licor de piquillín. Bailaban alrededor del fuego con el sonido del cultrum y dando vueltas...” indicando así que se complementaban ambos artefactos musicales con coreografía de bailes ; y completaba luego, “...eran de esos paisanos antiguos, indios verdaderos de los montes....” , en clara alusión a las épocas de permanencia en el área del caldenar del sur de San Luis, Córdoba y noroeste de La Pampa.

 

Y continuaba “... entre ellos se entendían, nosotros ya no los entendíamos…” señalando la brecha y la pérdida cultural en esa frase donde va de suyo el abrupto corte y amnesia conceptual de una generación a la siguiente.

 

En diversas referencias al pasar, se interpreta que en cada casa o “pueblito” (como llaman aun a la agrupación de varias familias emparentadas, sustituyendo el término Lof que lo definía antiguamente), atesoraban con cuidados dichos instrumentos, lo que da la pauta de cierta regularidad de uso.

 

Es menester entonces, sintetizar las características de la variedad pampeana del arco musical que nos ocupa: portacuerda de costilla de vaca, cuerdas de vena de avestruz, frotador de varilla metálica reemplazando al original fémur de guanaco.

 

El instrumento “hablaba” -imitaba la voz humana- y sus melodías acompañaban el canto y la danza. Su utilización considerando los testimonios citados podríamos situarlo con la pauta indígena de reservar el acto musical vinculado con lo sagrado -potestad exclusiva para los adultos- de allí lo rigurosamente prohibido para niños.

 

Entendemos asimismo que la ejecución, cantos y danzas eran reservadas solo a los hombres. Pues no hay menciones a mujeres en los fragmentos recogidos.

 

Finalmente, hacemos la salvedad que solo se encontraron las noticias que anotamos más arriba en la comunidad ranquelina descendiente de la tribu de Ramón Cabral, el Platero. Cuyo habitat original desde el siglo XVIII ocupaba desde la banda sur del Río Quinto hasta las inmediaciones de la actual Victorica. Así, la vinculación con las comunidades tehuelches de la estepa de la patagonia norte quedarían evidenciadas por esta transferencia etno musical entre ambos espacios culturales tan distantes, pero conectados por la intensa movilidad e intercambio del espacio panpatagónico.

 

Sincretismo al palo...

 

Es particularmente interesante lo que informaba oportunamente también en torno al instrumento, Desiderio Cabral, un sobrino de los ancianos informantes. Tenía alrededor de cuarenta años en ese entonces. E introduce mayores precisiones ante la consulta precisa evidenciando en sus respuestas de que el Kadiwaka no era solo un nebuloso recuerdo para los de su generación.

 

Sino que configuraba todo un “secreto” resguardado de miradas y escuchas foráneas, aun por la década de los sesenta del siglo veinte. Cuando ya eran habituales las periódicas visitas a los puestos de los mercachifles mendocinos y diversos agentes estatales de áreas provinciales, quebrando el aislamiento de décadas.

 

Desiderio o el Chileno Cabral, como lo apodaban respetuosamente en la comunidad, vivía cuando lo conocí y traté fugazmente, en relativa soledad detrás de la elevada cadena de médanos que, formando un anfiteatro hacían difícil el acceso a su casa desde “el pueblito de los Cabral” ( y Carripilon) donde se agrupaban varios puestos establecidos equidistantes y en medialuna sobre un gran espacio más plano y abierto al pie de la empinada elevación del agreste y solitario paisaje.

 

Consultado expresamente, describía : “era como un instrumento que tocan… como un violín... cuando yo tuve conocimiento había muchos antiguos todavía que lo tocaban. Le daban el tono de voz de uno que iba cantando por turnos. Tocaba igual que un violín!!., era una costilla de vaca y la otra pieza como un fierrito...”

 

Y seguía Desiderio Cabral con su noticiera evocación, “nosotros mismos, de muchachos lo hemos practicado jugando para tocar. Muchos años después todavía lo tocábamos. Le poníamos a la costilla de esos hilos de nylon que vienen en las bolsas de las cebollas. Son hilos fuertes. Se estiran bien y ¡Faa...! Es como una cuerda.… el nombre yo no lo sé. Yo estuve criado con todos ellos pero no tuve conocimiento de como se llamaba eso, nunca me dijeron, ni yo pregunte...” finalizaba.

 

Con epílogo feliz.

 

En lo personal, nunca más tuve noticias de Desiderio Cabral. Ocasionalmente lo recordaba asociándolo a algunas referencias en lecturas a Lehmann Nitsche, aquel investigador alemán que pudo ampliar su colección de artefactos musicales precolombinos para museificar la memoria de los pueblos australes encorsetado a los canones del positivismo museográfico de la época.

 

Pero en el invierno del 2020 durante los caóticos días de pandemia, el periodismo regional relata la búsqueda contra reloj de un puestero en la colonia Emilio Mitre que salió campeando sus chivas. Era Desiderio -con más de 80 años- que estuvo dos días perdido en el fachinal movilizando en su búsqueda a la comunidad.

 

Finalmente lo encontraron resguardado como buen ranquel campero, en un cobijo que logró hacer con paja brava y ramazón que lo salvó de morir en la helada...

 

Escuetamente consignado el hecho no pasaría de ser una crónica periodística con final feliz. Para quien esto escribe tuvo otra significación más profunda esa noticia vinculándome -a la distancia- nuevamente a quien me alineo algunos pensamientos y meditaciones en la fascinante fronda del conglomerado clánico y cultural ranquelino en el que suelo planear. Y que motivo finalmente esta página sin más aspiraciones de una reseña que tiende a des-museificar la memoria y saga de uno de los linajes más antiguos de la región que hunde sus raíces ancestrales en la protohistoria pampeana.

 

* Colaborador

 

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