La Juana Figueroa
La muerte de Juana Figueroa a manos de quien entonces era su marido, quedó en la memoria y forma parte de la historia de Salta, donde actualmente se encuentra una ermita a su nombre. El caso resultó también en poemas y canciones.
Ernesto del Viso *
Seguramente, cuando sucedió la historia que relataremos, la de la muerte de Juana Figueroa, no se hablaba ni se caracterizaba a la misma como “femicidio”. Como término objetivando el suceso, donde la mujer es muerta a manos de su esposo, por machismo o misoginia, surgirá en la segunda parte del Siglo XX.
En 1974, la escritora estadounidense Carol Orlock, lo desarrolla y es utilizado en forma pública, dos años después, por Diana Russel, en Bruselas, ante el “Tribunal de los crímenes contra las mujeres”.
De esta manera se intenta convocar la atención sobre violencia y discriminación de la mujer.
Este concepto, el de “femicidio”, adquiere más desarrollo en 1992, de la mano de la endocrinóloga Jill Radford.
En América Latina recoge el guante de Rusell y Radford, la señora Marcela Lagarde en 1993 al poner un poco de luz por una serie de femicidios ocurridos en la ciudad de Juárez, frontera de México con EE.UU.
“Cuando era Salta callada y triste…”
Hablarles de Juana Figueroa, es abordar la imagen pálida y hermosa de una joven salteña, nacida el 30 de agosto de 1879 en San José de Cerrillos, una localidad ubicada a 16 km de la ciudad de Salta, por donde mucho antes de que se formalizara como pueblo, el 3 de agosto de1886, era habitada por pueblos de etnia diaguita: Guachipas, Chicoanas, Quilmes, Pulares. También reconoció el paso de la conquista española con Hernandarias entre tantos.
Hija de Roque Figueroa y Nicolasa Vivas, formaba parte de una familia compuesta por seis hermanos, ella la menor.
Es la misma Juana, que encuentra su destino de finitud, en forma muy prematura por cierto, en el antiguo “Puente Blanco” de la ciudad de Salta, debido a los celos de su marido Isidoro Heredia.
De oficio carpintero (algunos dicen que solo era albañil), Isidoro doblaba en edad a la Juana. Juntos trajeron al mundo a su único hijo: Domingo Fernando, cuando Juana contaba con 19 años de edad.
Esto acaeció ya hace más de un siglo, el 28 de marzo de 1903, en las márgenes urbanas de la capital salteña. Aclaro que la fecha difiere en algunas publicaciones, como en el diario salteño de la época “La Montaña” donde dice: “…el crimen perpetrado el 30 de marzo de 1903”, como así también en la ermita, hay un cartel que señala como fecha de muerte el 21 de marzo.
Siempre apuesta, como aquel infausto día, Juana acostumbraba a pasear su hermosura por las calles de tierra, que se apaciguaban hasta en días de viento, para no opacar el brillo de su cabellera oscura, larga, que culminaba en bravo y figurante rodete, a manera de clausura de su peinado.
Quienes posaban su mirada sobre ella, admiraban su gallardía, ese garbo juvenil no ostentoso, sino finamente expuesto hacia el hábitat que le tocaba compartir y vivir cotidianamente. Completaban el cuadro femenino, su vestido negro y esos zapatos cuyo charol encandilaban el camino.
Ningún gesto de inquietar al otro, de exhibicionismo, más bien atento decoro de una jovencita que cuida su contorno. Es muy posible que Isidoro haya trocado esas admiraciones pasajeras, de ocasión, en posibles olvidar.
No obstante, toda esta descripción, dictada por la Historia Oficial, que se construye a partir del relato del poeta Juan Carlos Dávalos en 1938, la profesora Luz Sánchez, en su investigación, comenta que en la documentación a la que tuvo acceso, nada de esto comprueba, ni que haya sido una mujer “casquivana” como muchos han de escribir refiriendo al acontecimiento. Sánchez acierta a exponer, para la reflexión, aquello de que “cuerpo hermoso, cuerpo peligroso” y la posible inclinación de la dama bella, hace a la infidelidad.
“Porque una vez me quisiste…”
Los celos plantaron la escena aquel 28 de marzo de 1903; pusieron en las manos de Isidoro una vara de hierro, que ensangrentaría luego el pastizal que rodeaba el viejo puente. Ese mismo instrumento agresor que desfiguraría la cara de Juana, a tal punto, que no sería fácil reconocerla.
De pronto ese grácil, humilde y candorosa que ella lucía como perfil, era la misma imagen del horror.
Los mandobles ferrosos que asestaba el carpintero, cegado por una pasión equivocada, obstinado en acabar con el supuesto quebrantamiento, activarán todos los postreros inconvenientes que tendrá la policía para reconocer la identidad de la joven salteña.
Heredia puso luego del hecho, en fuga sus pasos, pero no muy lejos de allí. Tal vez lo necesario como para que tuvieran que pasar días como para ubicarlo.
Algunos aseveran que la cuna de su origen protegió sus culpas hasta el preciso instante en que la casa de la madre de Isidoro fue allanada. El silencio hacia ese muchacho jugó mala pasada.
El recorte periodístico de la época formuló la pena sentenciada por el Juez de entonces, un año después del hecho: Dr. Luis López, que en su Resuelvo, asestó a Heredia diez años de prisión; pero los invisibles e inasibles barrotes lo aprisionaron más allá de esa década: por siempre.
Lo agridulce de Salta.
Salta es gobernada, desde fines del Siglo XIX y ahora también -1903- por hombres que detentan grandes plantaciones de azúcar.
Era el turno de Angel Zerda, desde 1901, que entregaría el mandato, un año después del asesinato de Juana, a otro azucarero de apellido Ovejero, integrante de toda una familia explotadora de cañaverales y hombres cañeros. El azúcar tal vez no cubría, en aquellos años, la demanda interna, pero ellos sí amasaban grandes fortunas.
Difícilmente este episodio que relato, conmoviera a estos señores que cuyas miradas se dirigían en otra dirección y no precisamente hacia el pueblo que les tocaba “gobernar”.
Dos niños juegan junto a un arroyuelo, (la Zanja del Estado), con toda su inocencia a cuestas. El aire sabe a otoños principiantes, aquel 29 de marzo. Brincan el día, tan marzo de un siglo recién iniciado y los chicos también. Saltan y botan en rondas del juego de infancias.
Los infantes del arroyuelo, se divierten hasta que en un momento, sus ojos se tornan espanto, por lo que observan.
Inmediatamente corren hacia sus casas, para dar aviso de la escena tan patética que les ha tocado protagonizar en calidad de veedores solamente, ocasionales.
“Ando ciego y vivo triste…”
Heredia se des-encontraba de tal manera con Juana Figueroa, su jovencísima esposa, que algunas voces comentan que estuvo a punto de internarla en la “Residencia del Pastor”, allí donde se alojaban a las mujeres con enfermedades mentales o en su defecto con causas criminales. Otros aseveran esta reclusión por tiempo de tres meses.
Con tanto dolor, y apegándonos al relato familiar de Juana, en cierto momento lo dejará a Isidoro y se va a Capital Federal. Pero Salta la llama, con voces de sirenas. Regresa y se instala en un paraje denominado “La Merced”. Todo esto provocará en Heredia, heridas profundas de desamor y aguardará el momento de encontrarse con ella, su antiguo y siempre amor. Amor enfermo, llagado de celos infundados, de relatos inconsistentes de su inconsciente.
La cita, a la que Juana nunca debiera haber acudido, sucederá en cercanías de la Estación Central de trenes de la capital salteña.
Engañada, la joven camina a lo que debería ser una charla entre viejos amores. Delicada, impecable en su atuendo y peinado, Juana camina a su destino final, senda de finitud en esta tierra, cerca del arroyuelo, al que luego llegará el alborozo de niños, en juguetonas actitudes. Otras fuentes aseguran que ese día del final de ella, la Juana es vista por Heredia con otro hombre, en la Estación de trenes y de allí la arrastra hasta su final cerca del Puente Blanco.
“Que hubo un cómo y hubo un cuando,
que terminaron conmigo,
y hoy tu sombra es el testigo
que me sigue acompañando”
(Jorge Calvetti)
Las letras que el cancionero popular ha dedicado a este acontecimiento y que llevan la titulación de la víctima, soslayan a veces, la responsabilidad y culpa del carpintero, o en su defecto y no tanto, la imponen a ella como la culpable, la provocadora, la adúltera.
Bien lo expondrá, en el devenir de los años, la profesora salteña Luz Sánchez, que estudió el caso: “existió una mirada que buscó justificar la violencia ejercida sobre la mujer y de esta manera justificar el crimen de Juana Figueroa”.
“Las coplas del Rencoroso”
Jorge Calvetti tiene dos textos sobre ella, que en realidad es uno solo bajo el título de “La Juana”. De lo que expongo, en este mismo párrafo, surge un ejemplo de la pluma de Calvetti: “…porque siempre estoy penando que me siga acompañando la sombra de lo que hiciste”. (J.C.)
El poeta pone en boca de Heredia el traslado de lo que estimula ella. La culpa en la Juana se posa, por obra de esta estrofa. Lo manifiesta Raúl Carnota en el recitado del inicio a “Coplas del Rencoroso” (1986), que dentro del poema “La Juana” de Calvetti, es la que figura como “Glosa II” musicalizado por el propio Carnota: “Algunos dicen que la Juana no supo ser fiel a su hombre…otros dicen que no pudo ser fiel a si misma…”
En aquellos años primeros del Siglo XX, era inaceptable que una dama anduviera libremente por las calles, visitara algún boliche, que no se hallara en su casa junto a su esposo, sirviéndolo. Encerrada en la casa. Seguramente Heredia quería una señora que se encargara de las cuestiones domésticas de la vivienda y no aventurara sus pasos al exterior de la misma.
Cuando no se cumplían estas reglas, de por sí ortodoxas, la calificación social, caía sobre la mujer en adjetivaciones como de infiel, poco menos que una “mujer de la vida”.
Tal vez por eso Calvetti y en el mismo poema sobre Juana Figueroa, expresa: “Porque amabas te amaron. Tu amor eran antorchas que los hombres alzaban para quemar tristezas. Con ellas se hacían señas de cerro a cerro, de placer a placer, de pena a pena. Y un día -oh! menesterosa- de quietud, te vistieron y tristes lunes para siempre”. (“La Juana”)
Devoción salteña.
El profesor argentino Félix Coluccio, autor además conocido en América por su vasta obra, en “Cultos y Canonizaciones Populares de Argentina” (Ediciones del Sol – Biblioteca de Cultura Popular – N.º 6”, nos habla de Juana Figueroa, en el capítulo de “Principales devociones”: “Devoción Salteña, según se recuerda, era una hermosa mujer que su esposo celaba al parecer sin razones”.
Como toda devoción popular -continúa Coluccio- el pueblo no entra a razonar sobre las causas de esta muerte tremenda. Solo tiene presente la figura protagónica, su dolor y la tragedia desencadenada, asumiendo especialmente las mujeres, la personalidad de la martirizada”.
Hemos hablado de la proyección artística de este sucedido, en manos y pensamiento literarios a cargo de Jorge Calvetti, con un extenso poema titulado “La Juana”, donde dice en la quinta estrofa: ¡Y un día -oh! menesterosa- de quietud, te vistieron y tristes lunes para siempre.”
Lo de los lunes, es porque ese día, por lo menos en la ciudad de Salta, se exalta su devoción, nacida de la gente humilde en un principio, concurriendo el pueblo al Santuario levantado en memoria de la Juana Figueroa, ubicado a pocos pasos de la terminal de ómnibus. Flores y pedidos de sanación y curación de dolores, procurando tender puentes entre la mártir y las deidades mayores.
Es una religiosidad que según Pablo Fortuny, cita en su libro “Supersticiones Calchaquies” (Editorial Huemul, 1965) y debida a la fama extendida de la ciudad de Salta, se proyecta en los Valles Calchaquíes como en muchos puntos geográficos de la provincia de Salta. Acierta a decir Fortuny, que se le rinde culto habitualmente “…tanto en la intimidad cuanto en su lugar de Vía Crucis”.
El poeta Juan Carlos Dávalos, también se hizo eco de este sucedido y en 1933 efectiviza su relato, donde lo presenta a Heredia (el marido de Juana- el carpintero), como “un pacífico mulato manso, tolerante, trabajador, imbécil, dulce, enamorado y ciego de amor, casado con una joven mulatilla, bonita, alegre, interesada, débil, entregada a la galantería del tomo y obligo”. Sin dudas este relato se da de bruces con las nuevas corrientes de pensamientos que, en otro contexto histórico, muy lejano al de 1903, ¡permiten expresar que este consabido “crimen por amor!” da por entendido el estado de posesión que ejerce el hombre sobre una mujer, derivando en una justificación engorrosa, la muerte de Juana a manos de su esposo Heredia. De esta manera quedaba justificada la conducta criminal del carpintero, embozada en situación de adulterio cometido por Juana, que explica el control del hombre sobre la dama, y siendo la devoción popular un acto de exaltación por la “promiscuidad monstruosa de la chusma”, al decir de Dávalos.
Sobre este texto del padre de los poetas Jaime y Arturo y el artista plástico Ramiro, titulado “La Juana Figueroa”, se fundó la historia oficial de este sucedido. La visión de un poeta ha permanecido por años activando certezas y modalidades de los protagonistas de este hecho, casi inalterable, hasta que surgen estudiosos, muchísimos años después, 106 años transcurridos, como Luz del Sol Sánchez, que ya citáramos y Luis Rodolfo Juárez, con su ponencia en el 2009 denominada “La representación social de la violencia hacia las mujeres”, donde surgen más elementos poéticos, si de alguna manera así podemos considerarlos, donde la figura de Juana sigue siendo denostada, como aquel del poeta Edelmiro Avellaneda que en una cuarteta, poco feliz para quién esto escribe, manifestó: “Nací de padres honrados, aunque de escasa fortuna, no ha sido noble mi cuna más lo era mi corazón. Y quiso el fatal destino, esta negra suerte mía que conociera a la Juana con quien me desgraciaría”.
La honradez del carpintero y la libertina vida de Juana, están expuestos una vez más y el rol de víctima en que queda el agresor siendo la victimaria quien en definitiva es destinataria de esa violencia concebida a fuerza de celos, que le provocan la muerte. Edelmiro Avellaneda, santiagueño de origen, radicado en Salta después, fue el autor de la obra Teatral “El crimen del Puente Blanco”, que estrenara la Casa Capos - Bonelli, en junio de 1911.
Así mismo, y luego de tres años de la composición de Juan Carlos Dávalos, Pedro Pico y Samuel Eichelbaum, estrenan en Buenos Aires el 9 de junio de 1921 en el Teatro Nacional, la obra en Tres Actos, inspirada en la leyenda salteña: “La Juana Figueroa”.
“Miren lo que hace una zamba…”
En realidad, esta hermosa costumbre mía, de contar la historia de las canciones de nuestra tierra, en este caso, de La Juana Figueroa, me llevó por senderos que la letra de Calvetti y José Ríos, no alcanzan a manifestar todo un suceso acaecido a principios del Siglo XX en Salta, pero que sí encarnan todo un suceso de violencia de género, que la tradicionalidad salteña, no justificaría como tal. Las voces consultadas por mi han sido varias y se contraponen; la mayoría apuntan a lo indecoroso de ella, en su manera de vida, terminando justificando un asesinato a todas luces.
Acá solo queda expuesto un fragmento de síntesis sobre el tema, el resto queda en manos de las inquietudes personales, el de ahondar en él.
Mucho se ha escrito sobre el tema, revelando el negativo de una antigua foto sepia y de diversas maneras, proponiendo una dialéctica que suele llamar a confusión o echar luz cierta, sobre sombras creadas a partir de una forma de pensamiento patriarcal.
* Músico
La Juana Figueroa
(zamba)
Cuando era Salta callada y triste,
y se gastaba de soledad,
un viejo puente que ya no existe
oyó tu muerte en la oscuridad.
Cayó la noche sobre tu ausencia
nadie de entonces te ha de olvidar.
Cómo alumbrabas con tu presencia
las horas rojas del carnaval.
Bajo la luna te reza el viento,
velas de cebo queman tu cruz
donde se apagan tus sufrimientos
si son oscuros solos sin luz.
Por esta zamba irán dolidas,
las penas hondas del corazón.
Vuelven el canto tu alma encendida,
dando un milagro en cada oración.
Juana Figueroa, ¿dónde te has ido?
¿Por qué caminos has de volver?,
para encontrarte con tu marido
que ya anda viejo de padecer.
Letra: José Ríos
Música: José Juan Botelli
Grabación del año 1975, por Las Voces de Orán, en su disco “La Miel de Kella”.
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