Miércoles 24 de abril 2024

“Me gusta cantar la cueca”

Redaccion Avances 08/01/2023 - 12.00.hs

En este artículo, Julio Domínguez “El Bardino” cuenta la historia de la cueca “De La Blanca”. Un relato de emociones, familia y anécdotas en palabras de uno de los grandes músicos que dio La Pampa.

 

Ernesto del Viso *

 

Al fin de cuentas, he tenido el privilegio, no absoluto, sí compartido con otros ocasionales espectadores, de presenciar estrenos musicales de algunas canciones fundamentales del repertorio de Julio Domínguez “El Bardino”. Uno en 1972, “Encuentro cultural del Comahue” en el Club Español. Allí Julio, solo con su guitarra nos dejó “La Rendición de Manuel”, obra que luego en las voces del Dúo Sombrarena, adquiriría una prestancia mayor y eternizada en el disco del 74/75 “Voces de la Patria Baya”. También registraría una versión europea con el Grupo Alpataco (1974), del que formaba parte Jorge Sarraute, quien posiblemente la haya escuchado por acá cuando a fines de los 60, principios de los 70, Sarraute vino con el poeta Luchy, a visitar a Bustriazo Ortiz.

 

El segundo debut (llámese estreno) de una nueva obra, fue el sábado 4 de junio de 1983, en el Club Punto Unido de la localidad de 25 de Mayo. Noche fría, con presencia de amigos musiqueros como las Voces del Colorado, el mencionado Bardino Julio y la “Agrupación Pampeana Confluencia” que había ido por segunda vez en ese año a presentar su repertorio interpretando a Juan Carlos Bustriazo Ortiz.

 

De pronto le toca el momento de actuar a Julio Domínguez, el de entregar su cancionero y lo hace con una cueca donde tal vez, categóricamente, declara sus instantes de no afinación en el soporte sonoro. Algunos nos miramos, y una insinuante sonrisa apareció en nuestros rostros, pero inmediatamente valoramos su decidida actitud reveladora y es cuando dice “Si escuchan desafinar/ por lo de Amir Sol/ no pregunten quién es/ ese bardino soy yo”. En definitiva, Julio ponía a consideración de los presentes, su nueva cueca “Entre Bardinos” que hoy cantan muchas voces no solo en la comarca gestante de ella sino por otros lares nacionales.

 

Me quedo con esta cueca, para ponerme a contar una de las sagradas intenciones de su autor cuando reafirma, en ella misma: “Me gusta cantar la Cueca a la manera cuyana…”.

 

Ese sentimiento profundo le viene desde muy chico a Julio y nace posiblemente en “La Blanca”, puesto de su hermana mayor Emilia, adonde irá a vivir poco después del fallecimiento de su padre: don Canuto Domínguez.

 

Patria de la Infancia.

 

Es bien sabido, lo empírico que vive la humanidad desde remotos tiempos, las vivencias, lo atesorado en esa vastedad territorial que nuestros primero pasos habitan: la infancia, es como una puesta en escena de la obra que nos tocará representar en el futuro del adulto. Lo que nos suceda en suerte o no, vivir al inicio de nuestro camino, marcará sendas para siempre, que podremos corregir, tal vez levemente, pero con un norte pre-fijado por una rosa de los vientos nacida al calor de distintas circunstancias en aquella “Patria de la Infancia”.

 

Julio Domínguez, “El Bardino” recibió de la vida primicias para nada facilitadoras de excelencias para su tiempo nuevo. Tiempos que el hombre remontó como pudo. Voluntad férrea para apartar espinas con delicadeza y valentía. Ansiedad cierta de ir hacia lo próspero, cuando el obstáculo está junto a sus pies para impedir lunas paridoras de bienestar y realizaciones personales.

 

Y en ese rastrear a este Bardino y chicalquense surge, no mágicamente sino en lo pleno de lo veraz, el oficio que Julio va a tener desde los 6 años a los 10 en el corazón del oeste pampeano: Jagüelerito.

 

Aquí no hay elección, las cartas están echadas, el destino lo ha dispuesto así y el pequeño niño, que acaba de perder la mano segura de su padre, don Canuto, enderezará su paso hacia el Jagüel de La Blanca, donde reside su hermana mayor Emilia.

 

Claro está, que la aseveración efectuada precedentemente, me viene de un relato del propio Julio en febrero del 2003, es decir hace casi 20 años y es éste: “Tuve muchos hermanos. La mayor es Emilia, la puestera de ‘La Blanca’, la que inauguró ese lugar, la que le dio todo un sentido de vida a ‘La Blanca’ que llegó a ser poco menos que una posta. Cuando murió Emilia, ya La Blanca, no fue lo mismo. Por allí pasa la ruta Nº 10 que va para La Humada”.

 

 

Solo Emilia por La Blanca, Siempre regresa cantando”.

 

 

“Digo que mi hermana inventó ese sitio, pues allí solo había un pozo que empezaron a cavar, inclusive no sé si no estuvo mi abuelo allí con las tareas. Un sitio que habían abandonado a principios del S. XX, porque nadie se atrevía a vivir allí. En verdad al jagüel lo cavaron y lo entregaron con agua que no alcanzaba ni para cinco animales. Es muy hondo, tiene unos 112 metros desde la boca de la tierra hasta el mismo sitio del agua, pero no había suficiente agua y lo dejaron excavado pero lo abandonaron”.

 

“Mi hermana Emilia, se casa con Elías Orellana, chileno. Se ve que este hombre había trabajado en las minas, antes. Solo él con una soga, se metió al pozo y le dio agua. Cómo le dio agua… no lo sé. Esos pozos tenían problemas de beta, es decir eran muy escasos de agua. Elías (Orellana), en definitiva, le dio agua y a partir de eso armó todo un ‘capital’ que le dio un buen pasar”.

 

 

Mucho tiempo estuvo seco como esperando la muerte hasta que vino un chileno de los pagos del poniente. Se le metió por la boca en una tarde caliente con un pico y una pala y una oración entre dientes”. (El Jagüel de La Blanca, del libro “Elogios a las madres” (Cámara de Diputados de La Pampa – año 2007).

 

 

“El campo de ‘La Blanca’, era bueno. Por supuesto, también era campo fiscal. Con el tiempo pasó a manos de un propietario, pero de eso tampoco nada sé.

 

En ‘La Blanca’, mi hermana Emilia puso todo el cuerpo de una mujer. Allí traería al mundo unos siete hijos. Muchos años estuvo Emilia allí, pero una vez que partió para Gral. Alvear, no volvió nunca más. Del puesto del Lote 15, el de papá, Emilia ya se fue casada con Orellana y con rumbo a ‘La Blanca’”.

 

 

Este es el prólogo de vida a lo que nacerá como cueca, muchos años después, cuando “El Bardino”, regresando en recuerdos en carne viva, compondrá la cueca “De la Blanca”, incluida en la grabación del disco del Dúo Sombrarena: “Voces de la Patria Baya”. También versionaron esta obra el grupo “Cultrum” de Guatraché (La Pampa), “Don Segundo”, “El Vado” (Mauro Giménez en guitarra, Wilson Giménez en bajo y Alejandro Rucci en batería) - recomiendo esta versión, la pueden encontrar en YouTube-, Meridión, Cuarteto de Saxofones: Alejandro Bidegain (saxo soprano), Estefanía Schanton (saxo alto), Matías Rach (saxo tenor) y Guillermo Schiavi Gon (saxo barítono), grabación del año 2012, y últimamente Eduardo Castro, cordobés de “La Arrias” dpto. de Tulumba, aquerenciado en La Pampa desde hace muchos años, entre otros.

 

 

Cueca pidió el bastonero/ yo le canto la blanquina…”

 

 

Julio nos relata ya, cómo y por qué nace la cueca De La Blanca: “Pasan los años y todo esto que cuento, dará lugar a una Cueca: ‘De La Blanca’. En esta obra mía, Emilia tiene mucho que ver, por su aspecto siempre de afectividad y alegría con que hacía las cosas y la vida. Allí yo fui jagüelerito, es decir debía extraer agua de esos tremendos pozos de 120 metros de profundidad. En verano era todo una tortura ese oficio, entonces venía Emilia y me daba una torta frita y me pedía que antes de comerla le cantara una cueca cuyana. Yo solo sabía la primera parte de ‘Las golondrinas’, cueca de Hilario Cuadros, entonces arrancaba cantando: ‘Dicen que las golondrinas pasan la mar de un volido…’. Con los años conseguí la letra entera. Para esa época, yo tenía 7 u 8 años y radio no existía por esos lares, asique presumo que la debo haber escuchado a algún cantor, en lo de don Avelino Rojo”.

 

 

(Este aspecto musical, en el pequeño que entonces era Julio, pone de manifiesto, cómo el repertorio cuyano, su interpretación y otras características del mismo, cómo colocar la voz en un registro agudo, muy familiar en los cuyanos, muy relacionado - cierta vez he leído con cuestiones de la naturaleza física de ellos – ha quedado muy bien registrado en Julio Domínguez. Su voz tiende a los agudos, en forma casi normal. Por lo que no extraña, que con apenas seis años de edad, cantara o canturreara “Las Golondrinas”).

 

 

Continúa Julio Domínguez, diciéndonos: “Aquella cueca la cantaba a capella, no tenía guitarra, tampoco sabía tocarla. Reitero, al no haber radio, ni cantores en La Blanca, la debo haber escuchado en la fonda de don Avelino Rojo. El canto es algo que acompaña al hombre, así que seguro que pasó un jinete cantando eso, yo lo escuché.

 

Pero la historia de por qué compuse, muchos años después De la Blanca, es otra. Yo tenía una compañera de colegio, en ese interín me llegué hasta Algarrobo del Aguila y fui a la escuela. Allí, me encontré con una de las hijas de Martín Sánchez, que era muy bella. Nos hicimos muy amigos, como suele ocurrir con todos los chicos. Tal vez esto sucedía por los años 1944, 1945, 1946. Pero los años transcurrieron. Mi vida tomo varios caminos. Iniciados los años 60’ vuelvo a ver a aquella niña de entonces, de la infancia. La imagen, ahora, era muy distinta a la de la belleza que tenía 20 años antes. De aquella belleza juvenil de la chica que conocí, no quedaba nada y me causó un enorme penar, pues mostraba una ‘vejez prematura’. Se llamaba: Amalia Sánchez. Por eso digo en la cueca: ‘Si cuando fui gavilán, andabas de vuelo largo’. Amalia, en mi recuerdo, era tan bella y ahora, me preguntaba: qué había pasado?… quién le había cortado las alas? Algo le sucedía a Amalia, la chica”.

 

 

“…que lo diga el corazón,/ ¿quién te ha cortado tu paso?”

 

 

Hay mucho de nostalgia en esta poesía de Julio, que no solo nos lleva a la geografía del puesto oestino “La Blanca”, sino que pudorosamente, como buen paisano, deja entrever sus cosas del corazón, la del jovencito que pretende el afecto de alguna niña del lugar pero que le resulta inalcanzable (“…si cuando fui gavilán / andabas de vuelo largo…”). Ese recato, del que se preciaba y apreciábamos de Julio Domínguez, jamás le permitirá develar santo y seña de un amor no correspondido o aceptado siquiera o vaya a saber qué. La prueba más clara está en su hermosa zamba “La flor del jarillal”, que tantas grabaciones e interpretaciones tiene en los últimos tiempos (“…y yo de puro paisano/ ni le di la mano cuando ella se fue”).

 

Solo inferimos de ella que era de la zona de Limay Mahuida (“…la limahuideña / solita y de a pie”).

 

 

“…que están de fiesta los criollos / y en el Jagüel de La Blanca”

 

 

Lo que antecede, son los dos últimos versos del estribillo de la cueca y tienen razón de existir allí como memoria a su hermana Emilia, que siempre le hacía cantar la cueca, como género musical al pequeño Julio, para bailarla ella o algún paisano de paso.

 

Dice “El bardino”: La fiesta, en aquellas soledades, la hacía mi hermana Emilia. Ella sacaba el pañuelo y la bailaba mientras yo cantaba. A veces, en aquellas fiestas estaban los vecinos, los Barrozo, también Amalia Sánchez. Fiestas con cuatro o cinco personas, nada más. No había yerra. Era una mateada. Los años me tocaron “la ternura” de aquel paisaje como el jarillal, más allá de las soledades.

 

El estribillo de la Cueca, en su inicio, nos ubica a qué pagos va dedicada la misma, no solo a la geografía específica del puesto de Emilia Domínguez y Elías Orellana, pues dice: “Esta cueca es de los pagos/ de don Cochengo Miranda…”.

 

Julio nos acerca lo esencial de su composición: Pero fundamentalmente la cueca “De la Blanca”, apunta a Cochengo Miranda, todo un referente de aquellas inmensidades. En aquellos tiempos no se lo conocía a Cochengo como poeta, sino más bien como cantor. Era el Gardel de Chical-Co y sus alrededores. Si Miranda iba a Alvear, se entreveraba con los mejores cantores. Precisamente él, me pasa la cueca “Mis Montañas”, que es bellísima y que escuché por Santa Isabel, esto lo digo en un cuento mio: Cochengo cantaba todo cuyano.

 

Pero hay también en esta cueca algo que los Domínguez se grabaron a fuego, aquella tarde de septiembre del 47, cuando en el camión de don Bienvenido Sol, se alejaron del oeste y llegaron a Santa Rosa a la esquina de Catamarca y Jujuy: no despedirse jamás de la cuna, de aquel solar que los parió y por el que cantaran toda la vida:

 

 

(“…no digo Adiós porque vuelvo / si en el aire chicalquense / me anda buscando el regreso…”)

 

 

* Músico

 

 

De la Blanca”

 

 

Cueca pidió el bastonero,

 

yo le canto la Blanquina,

 

levántate tierra mía

 

hasta blanquear las jarillas.

 

Mientras se ahuyentan las penas,

 

yo le canto La Blanquina.

 

 

De pañuelo en la cintura

 

te va rastreando la cueca,

 

y el aire de tu mirada

 

me recuerda cosas viejas

 

por más que te vayas lejos

 

te irá rastreando la cueca.

 

 

Esta cueca es de los pagos

 

de don “Cochengo” Miranda;

 

cuando la bailes, paloma,

 

búscame con la mirada

 

que están de fiesta los criollos

 

en el jagüel de “La Blanca”

 

 

Calandria de las isletas,

 

¿quién te ha cortado tu paso?

 

si cuando fui gavilán

 

andaba de vuelo largo.

 

Que lo diga el corazón

 

¿quién te ha cortado tu paso?.

 

 

Sin pañuelo ya me voy,

 

no digo Adiós porque vuelvo,

 

si en el aire chicalquense,

 

me anda buscando el regreso.

 

Por todo lo que yo quiero

 

no digo Adios porque vuelvo.

 

 

(del libro “Rastro Bardino” – Fondo Editorial Pampeano sin año de edición)

 

FOTO: Tomada por Carlos Ruggero en su casa el 03/04/2005. 

 

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