Sabado 04 de mayo 2024

Pichi Colt

Redaccion Avances 10/09/2023 - 12.00.hs

La Maga trae hoy un cuento de José Navarro, autor pampeano nacido en 1954. Veterinario, escritor y artista plástico, quien recientemente presentó su última novela, que oportunamente reseñamos en Caldenia. Es el mismo autor que en 2014 presentó “Viaje por el Salado”, donde relata de la travesía inverosímil de navegar un río que supo de las aguas de la polémica.

 

Gisela Colombo *

 

Sentí que inevitablemente moriría. Con dieciocho años ya no me asusta la muerte pero no la esperaba tan rápida, tan sorpresiva. Recordé entre nebulosas el acicate de la jeringa en mi antebrazo derecho. El hombre de blanco me acariciaba la cabeza mientras me hablaba seguro de que yo entendía cada una de sus palabras. Los hijos de Roberto y él mismo se despedían palmeando mi cuerpo casi inerte. Nunca lograría comunicarles que no vi el auto que me destrozó. Después todo se diluyó definitivamente.

 

¡Colt, pichi Colt!

 

La única perdiz colorada que había en el campo estaba instalada en el potrerito de la alfalfa. Era la protegida de todos y por esto es que no se alejaba manteniéndose gorda y pesada.

 

Nosotros, Roberto y yo, aprovechábamos la siesta para huronear a nuestras anchas por la alfalfa. Siempre volvía con algún piche que su mamá y todos los mayores festejaban. Exaltaban mi audacia y agradecían a mí amigo el presente que coloreaba la invariable dieta de carne ovina.

 

El grito de guerra era “¡pichi Colt, pichi Colt!”. Saltaba a su alrededor vociferando a flor de cuello. Advertía la inminente excursión y él con su manifestación encendía aún más mi alma. Terminábamos revolcando nuestra infancia por el pastito blando, fresco, perfumado. A la carrera pasábamos el guarda-patio y nos perdíamos en el montecito de mimbres. Las cotorras escandalosas, alteraban la modorra de las primeras horas de la tarde.

 

Nos confundíamos en el pastizal, embriagados con el aroma verde oscuro.

 

Los churrinches galanteaban en giros y piruetas antes de perderse en el follaje. Ni Roberto, ni la colorada, ni yo, pensamos en la sorpresa del encuentro. Los tres nos asustamos; yo salté hacia atrás descosiendo un alarido, él quedó congelado con boca y ojos de espanto y la pobre perdiz en un vuelo súbito y descontrolado fue a dar con su pescuezo en el cuarto hilo del alambrado.

 

Con mi compañero y el cadáver rojo-pálido nos detuvimos a meditar en los mimbres del regreso. Ya nos retaban por entrar con las patas embarradas, con más razón imaginábamos el sermón por la avípera defunción.

 

Fue inevitable la reprimenda, no hubo forma de hacerles entender el accidente. Lo degradaron retirándole la gomera que oficiaba de corbata, pero en esa cena -doy fe porque lo vi- apareció camuflada entre papitas y zanahorias una cierta carnecita blanca.

 

Nadie hizo mención al origen del banquete, sólo el abuelo Fritz atinó a guiñarle con el ojo que superó la guerra.

 

Ya no lograré despertarme, pero tampoco quiero. Estoy feliz evocando cada recuerdo de mi larga vida de perro.

 

* Escritora y docente. Compiladora

 

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