Siempre atenta a las señales
Compartimos en estas páginas, una entrevista a la escritora Liliana Allami, quien ya ha publicado textos suyos en nuestra columna literaria La Maga. En sus respuestas, conoceremos un poco más de su trayecto como autora.
Gisela Colombo *
Liliana Allami nació en la Ciudad de Buenos Aires, donde reside actualmente. Es Licenciada en Química y se ha desempeñado como docente en la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado los libros de cuentos Para mí que fue por eso (GEL, 1997); Un impulso escondido (GEL, 2001); Eso sin nombre (Alción, 2004); Novia que te veamos (Alción, 2008), La vuelta del deseo (Vinciguerra, 2013); “Tres cuentos” (Vinciguerra, 2016); “Las cosas de Fondo”; “Los que están solos” (Moglia Ediciones, 2021). Y recientemente publicado “Cuando el sol empieza a caer” (Moglia Ediciones, 2024). Sus cuentos han sido incluidos en diversas antologías tanto en el país como en el exterior. Su novela “El verbo justo” (Vinciguerra, 2016), obtuvo el Premio Único del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en la categoría novela inédita (Premio Municipal bienio 2010-2011).
Desde Caldenia hemos dado a conocer algo de su literatura a través de la columna literaria La Maga. Pero nos gustaría saber mucho más, por eso nos permitimos hacerle estas preguntas, que conforme las respondas seguramente inspirarán muchas más de nuestros lectores.
- ¿Cómo nació esta vocación de narradora? ¿Qué tipo de lectora eras y cómo influyó eso en tu afán de crear con palabras?
- Creo que nunca le di lugar a las señales que me hubieran llevado, más temprano, a seguir el camino de las letras. Entre ellas, la más fuerte, las lecturas a las que me entregaba, antes de terminar el secundario. Magnéticas, me permitían escabullirme del mundo que me rodeaba. Pero a la hora de elegir una carrera, ciertos mandatos, me llevaron a estudiar algo que tuviera futuro. Entré a la Facultad de Ciencias Exactas y, junto con todas aquellas señales, sepulté también el mismo acto de leer. Hoy me pregunto cómo pude soslayar la impresión que me habían producido aquellas páginas, historias que no hablaban de mi propia historia y en las que, sin embargo, me veía reflejada, cadencias formidables que estimularon mis sentidos, personajes que acompañaron mis horas solitarias. Siendo ya una Licenciada en Química, una enorme insatisfacción me llevó a las puertas de un taller literario. Apenas producido el acercamiento, se disparó el recuerdo de aquello sofocado. Se me hicieron presentes los libros que antes devoraba de Corin Tellado, de la colección Robin Hood, los cuentos de Borges, de Cortázar, las novelas de Sábato y de Bianco, el placer que alguna vez me habían producido las lecturas. Además, motivada por el maestro, empecé a escribir a borbotones. Lo recuerdo muy bien: en esa época yo era feliz, aunque mi prosa, como lo comprendí después, muy inmadura. No lograba escribir bien ni dos frases seguidas, así es que el proceso fue largo, difícil, doloroso, pero a diferencia del antiguo dolor, de aquella insatisfacción que no me permitía pronunciarme, este era un dolor genuino, constructivo.
- En “Rayuela”, el clásico de Cortázar, el autor indaga la disyuntiva de si debe escribirse pensando en un lector formado. O si la literatura debe ser accesible a quienes no dominan ningún conocimiento específico, para que emerja más que la inteligencia racional. La intuición, la emoción, las creencias y supersticiones, los apetitos, las aficiones, etc. Cuando pensás en el estilo y la identidad de tu literatura, ¿qué premisa tenés por delante?
- Mi narrativa es intimista, muy de puertas adentro. Son temas cotidianos, historias mínimas donde apunta mi ojo, fragmentos de la realidad que he recortado. Me convocan los conflictos amorosos, familiares, los vínculos, la soledad, la falta de complicidad con los espejos que el paso del tiempo vuelve una amenaza. Sé que no soy muy original ocupándome de estos temas, pero es allí donde me gusta detenerme. Para este tipo de literatura, me parece, el lector no necesita dominar ningún conocimiento específico. Sí me produce una gran alegría cuando algunos lectores –sobre todo, lectoras- me dicen que se sienten identificadas con muchas de las vivencias de mis protagonistas; que, reflejadas, se ven involucradas en las tramas que propongo.
- ¿Cómo se produce el acto de creación para vos? ¿Cómo aparecen las ideas? ¿Qué grado de inspiración y cuánta transpiración y disciplina hay en tu creación?
- La inspiración, para mí, no es algo que nos cae del cielo sino que tiene que ver con estar alertas, vigilantes, atentos. Cuando estoy en ese estado de observación constante todo parece incitarme: el color de las hojas otoñales, una palabra, un gesto. Hay un elemento motivador, algo todavía muy nublado; apoyo entonces la lapicera sobre la hoja –escribo a mano, después paso a la computadora-, la mano atrapa eso que sobrevuela y va devanando lo que todavía está enredado en el pensamiento. Así es como voy construyendo la primera versión de la historia. Sin saber muy bien adónde voy. Te diría, entonces, que la chispa que me llevó a enfrentar la página en blanco es aquello que supo inspirarme. Pero el resto es puro trabajo, pura transpiración, corregir, descartar, tachar y volver a empezar. Y aquí entra, también, en mi caso, la disciplina: me gusta despertarme temprano y escribir cuando la casa está en silencio, cuando lo que nos rodea todavía no se ha desperezado y faltan unas horas para que todo se ponga en movimiento.
- ¿Qué es primero en la génesis de tus cuentos? Como dijera E. A. Poe, ¿el efecto que deseas generar en el lector o, como creen tantos otros cuentistas, primero es el argumento, el idear la historia, los personajes, el contexto?
- En primer lugar, dar rienda suelta a lo que quiero contar. Nunca pienso en el efecto que podría generar en el lector. Cuando una idea me convoca me lanzo a escribirla con una felicidad enorme porque nada me resulta más gratificante que tener un tema entre manos para ir desarrollando. Voy escuchando, entonces, a los personajes, voy componiendo la historia. Una vez que está narrada, viene la corrección, esa orfebrería delicada, preciosa que pule, limpia el texto, lo talla.
Pienso que, al lector, le tiene que llegar un texto sugerente –lo no dicho, lo que subyace, lo que está por debajo de la trama, es indispensable en el relato-, un texto verosímil, en lo posible bello, con buen ritmo y buena cadencia.
- ¿Cómo nació tu vocación artística, considerando que estás formada en la ciencia y la docencia?
Yo nací en el seno de una familia sefaradí donde por una cuestión cultural era la voz del padre -del hombre- la que se hacía escuchar. Por desoírme, estudié la carrera de Química. Una vez recibida, comenzó la desazón que me llevó a las puertas de distintos talleres literarios. El trabajo fue arduo, pero al aprender a convivir con los personajes, al notar sus aristas complejas estudiándolos desde puntos de vista diferentes, al no dejarme atrapar por lo categórico, dándole lugar a la duda, al titubeo, a la incertidumbre, fui profundizando en mí, fui a mi encuentro, pude llegar hasta facetas propias que desconocía. Comprendí, entonces, cuán poderosa es la palabra: haciéndome cargo de ella conseguí alzar mi propia voz, no solo en el camino literario. La literatura fue, para mí, transformadora. De todos modos, me complace haber sido esa química que, un día, se embarcó en una búsqueda que le dio felicidad. Todavía hoy, me sigue deslumbrando, ese proceso.
- ¿Cuál es tu obra favorita y por qué dirías que la preferías? (me refiero a las creadas por vos)
- Aunque tengo publicados nueve libros de cuentos, te diría que destaco a la “novuelle” El verbo justo. Disfruté mucho al escribirla tal vez porque los temas que trato allí describen mucho de mi mundo personal y además, porque al hacerlo, sentí que algo iba cambiando en mi escritura: más fluidez, más confianza, animarme más que nunca con la psicología de los personajes, algo que quedó ya instalado en mis historias. Como era muy corta, en un principio, no quise publicarla. Entonces la mandé como libro inédito al Concurso Municipal del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En ese concurso, El verbo justo obtuvo el Primer Premio en la categoría novela inédita, un reconocimiento que me sirvió de enorme estímulo. Entonces, sí, me animé a publicarla.
- ¿Cómo te afecta personalmente y qué implica para tu literatura la enorme difusión de tiras y películas en la cultura más popular?
- Recién cuando empezó la pandemia, me animé a tener Netflix. Me daba un poco de temor engancharme y esa idea de que prefería aprovechar el tiempo en otra cosa. Pero confieso que, para esa época, fue una bendición. Allí encontré de todo. Si bien ver una película en el cine para mí es inigualable, en esa plataforma tenía un menú amplio: distintas opciones que me permitían meterme de cabeza en un drama o buscar algo más entretenido y liviano –ideal para ese momento- o encontrarme con películas que hubiese querido ver y no había visto. Así es hoy, para mí un entretenimiento necesario. Por otra parte, claro, muchas veces una escena, un diálogo, una imagen -al igual que las distintas lecturas-, me despiertan ideas que después vuelco en mi escritura.
- Gran parte de los artistas tienen temas vitales, objetos que persiguen para comunicar y lo hacen, pero nunca sienten haberlo logrado plenamente. Si tuvieras que reducir a uno, ¿cuál sería ese tema vital o recurrente en tu obra?
- Pienso que el material de mi escritura, mi prosa intimista, los temas que en gran parte me atraen, tienen que ver con la mujer que yo había sido y que había quedado silenciada. Se me impone ahondar en el mundo femenino, en sus incertidumbres, en sus pasiones, en sus debilidades, en sus vínculos. Son ellas, las mujeres, en gran parte las protagonistas y entonces, por supuesto, están los padres, los maridos, los hijos, los amantes, también protagonistas esenciales. Por suerte, en algún momento apareció en mi literatura algo que al principio no estaba y que me posibilitó enfrentar aquello que no sé si hubiera podido enfrentar a cara descubierta: la ironía, el humor a veces descarnado, lo que Marc Slonim describía como “la risa visible y la lágrima invisible”. Esos temas vitales, recurrentes, serían entonces los amores, las ilusiones, las traiciones, los desencantos que sufren mis mujeres.
- ¿Qué autores tuvieron o tienen mayor influencia en tu modo de escribir? ¿Y cuáles en tus concepciones sobre la vida?
- Desde siempre, desde que era chica –salvo en ese lapso en que me vi alejada, como te conté al principio de la entrevista-, a pesar de no haber sido estimulada desde mi propio hogar, mantuve un intercambio estrecho con las lecturas. Distintos autores me han ayudado a entender la realidad y a comprender aspectos de mí misma. Me animo a decir que cada escritor me aporta algo: a veces me queda dando vueltas una frase, un pensamiento, una idea, un recurso narrativo que me interesa y cada una de estas cosas, sin duda, impacta en mi escritura. ¿Influencias? Los autores argentinos que te nombre en un principio, Cortázar, Sábato, Bianco. Más tarde los americanos Philip Roth, Raymond Carver, Siri Hustvedt, Lorrie Moore, la canadiense Alice Munro, la irlandesa Claire Keegan, pero hay muchísimos más. Esta es una lista sumamente injusta.
- ¿Por qué sentís que te mudaste a la novela como género en el último texto? ¿Qué ventajas y qué dificultades encontrás en este nuevo formato?
- Mi novela no es mi último libro. Después hubo varios libros de cuentos. El tema de la novela apareció un día y fue una alegría enorme haberme encontrado con un texto más largo entre las manos. Los temas se imponen, y también imponen su formato. Apenas empecé el tema de la “nouvelle”, supe que tendría ese formato: sería una novela corta. No sé si alguna vez podría escribir una novela larga. Creo que, hablando de influencias, esas lecturas que leí en mi adolescencia, marcaron la fuerte tendencia que tengo a escribir más apretado, más breve, más conciso.
* Docente y escritora
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