Domingo 29 de junio 2025

Pablito, el zapatero

Redacción 22/06/2024 - 00.13.hs

Pablo Molina trabaja todos los días en su taller de reparación de calzado, un lugar cargado de tradición pero tan vigente como necesario. Zapatos, mocasines, botas, zapatillas, botines, borcegos, todo lo que se rompe, en “Pablito” se arregla o se remienda.

 

Pocos aromas resultan tan inconfundibles. No es un perfume francés ni una fragancia natural, es el olor típico de un lugar donde los estantes rebalsan de calzados, bolsos, mochilas, carteras y distintos tipos de productos que esperan su turno para recibir la sutura a las heridas de tanto andar. Es esa mezcla de pegamento con cuero que se despliega en la atmósfera y que es una marca de identificación, la de un taller donde se arregla algo que, en muchos casos, pareciera no tener remedio. Pero en “Pablito” siempre lo tiene.

 

Pablo Molina tiene 65 años y vive en Santa Rosa desde 1987, cuando un amor lo motivó a dejar ese paisaje de montañas, nieve y lagos de Bariloche para instalarse en suelo pampeano. Llegó con sus maletas y también con sus herramientas para trabajar en un oficio que conocía muy bien desde su niñez.

 

“Yo me crié entre zapatos, mi viejo era zapatero y nosotros éramos diez hermanos y -como se decía en esa época- ‘para que no anden haciendo macanas por ahí’, mi papá nos hacía hacer un poco de todo, siempre nos tenía ocupados en la zapatería así que fui aprendiendo todos los detalles de este trabajo”, dice Pablo con una sonrisa mientras arregla una zapatilla que pareció haber jugado su partido despedida hace rato pero cuyo dueño (pareciera) se empecina en darle otra chance. Y por eso el maltrecho calzado está en ese taller de la avenida San Martín Oeste 686, a dos cuadras de la laguna Don Tomás y donde se acumulan cientos de pares esperando su turno para “el mecánico”, pero de zapatos.

 

“Cuando llegué abrí un local en la calle González, estuve muchos años ahí y al principio yo mismo me fabricaba las zapatillas. Siempre me gustó jugar al fútbol, hoy lo sigo haciendo los sábados en el torneo de Veteranos, y en ese momento hacía un calzado que imitaba las tres tiras de Adidas, les ponía la suela, todo. Aprendí a hacer mocasines, borceguíes, botas. En Bariloche había aprendido a hacer las botas con cuerito para el frío y cuando estábamos acá, a poco de llegar, con mi hermano nos íbamos a las domas para hacerles las botas a los paisanos, les ofrecíamos y después les entregábamos el calzado, así que siempre hice lo necesario para salir adelante con este trabajo”, resume con humildad Pablo, que abre de lunes a viernes en horario corrido (hasta las 17) y los sábados hasta el mediodía. El teléfono para el contacto es el (2954) 416728.

 

Mudanza.

 

“Pablito” estuvo durante 25 años en la dirección de la calle González y luego se mudó a su ubicación actual en donde también trabaja Hugo Benítez (37) con quien, codo a codo con Pablo, llevan adelante una tarea que, en tiempos de crisis económica, cobra más relevancia aún.

 

“Anteriormente trabajaba en una maderera pero me quedé sin laburo, además de que me pagaban muy poco, y hace como nueve años vine acá, ya sabía arreglar los zapatos por lo tanto fui acomodándome rápido. Por ahí cuando hay malaria se nota porque la gente trae calzado que si la cosa anduviera bien los dejaría de lado, pero cuando aprieta el bolsillo se busca arreglar lo que ya tiene mucho uso, extenderle la vida”, señala Hugo.

 

Y Pablo acota: “A mí siempre me gustaron los trabajos difíciles, los desafíos. Hace un tiempo vino un hombre que había comprado una bicicleta inglesa, en Europa, esas que tienen una carterita atrás del asiento para guardar cosas, y con el uso se le había dañado, desgastado. Me preguntó si le podía hacer un parche pero además le propuse arreglarle el asiento que también estaba desgastado, por lo tanto me puse a estudiar cómo arreglarlo y creo que quedó bastante bien. Al menos el cliente se fue contento”.

 

El local de “Pablito” se divide en distintas salas: la de entrada que es donde está la vidriera, el mostrador y los estantes con los distintos insumos del rubro que se venden al público, luego una parte donde se hacen la mayoría de los trabajos y más atrás el lugar en donde está la pulidora y lustradora, una de esas máquinas fundamentales para el oficio de zapatero. Y en cada sitio, por supuesto, estantes con todo tipo de calzado, otros con mochilas y bolsos, otros con carteras.

 

“Cuando tenemos mucho trabajo, mi pareja Graciela nos da una mano. Estaba mi hija que me ayudaba mucho pero se fue a estudiar. Mi hijo tiene zapatería en la avenida Uruguay y mi yerno está en un local de la calle Alvear, así que todos han aprendido el oficio y siguen con esta tradición. Es una oportunidad laboral muy buena y se puede realizar en cualquier lugar”, remarca Pablo.

 

-¿Y usted hasta cuándo piensa seguir remendando?

 

-Mientras la salud y el cuerpo aguanten, acá estaré. Es lo que hice toda mi vida, es lo que me gusta y aunque a veces es cansador, yo lo disfruto. Me pasa que ya vienen distintas generaciones, padres, hijos. Y también gente que se va a estudiar a otras ciudades como Córdoba o Buenos Aires y dicen que no consiguen zapateros, así que me siguen trayendo las cosas a mí. Me gusta eso, poder generar una relación con quien viene al negocio.

 

En “Pablito” también se venden suelas y materiales que los colegas se acercan a comprar, por lo tanto el taller y local de venta es toda una referencia en el rubro.

 

“Siempre he ofrecido un servicio muy completo, a veces es difícil atender la urgencia del cliente pero si uno tomó el compromiso de arreglar el zapato para tal día, se hace todo para cumplir, entonces hay que respetar eso. Uno entiende la urgencia y por supuesto siempre se trata de solucionar el problema a todo el mundo, pero hay etapas y el trabajo es muchísimo”, señala.

 

La tecnología nunca detendrá su avance voraz, las costumbres se modifican, los trabajos mutan a nuevas realidades pero hay oficios que parecen mantenerse blindados ante la vorágine innovadora. Y el de zapatero es uno de esos que, con su aroma característico, espera por nuevos pares para brindarles otra oportunidad.

 

“Creo que esto va a seguir un buen tiempo. Por más cosas modernas que haya, el calzado sigue siendo una pieza clave en la vestimenta de la gente, entonces que haya alguien que los arregle es importante”, dice Pablo, justamente uno de esos fundamentales para que todo siga andando. O caminando. O corriendo.

 

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