Guillermo Wiggenhauser: peregrino del camino y la vida
Peregrinar con su bicicleta, con la lucha como filosofía y el trabajo como sostén, fue el compromiso de Guillermo Wiggenhauser con la vida.
Como un viajero, cargó la mochila de sueños y emprendió la travesía de conquistar fronteras y desafiar los vientos helados de una pampa difícil. Su pista fue la ruta, su meta el pan de cada día y su objetivo el bienestar de los suyos.
Y después de más de siete décadas...ganó la carrera.
Gorra marrón, lentes de marcos anchos y varios abrigos sobre su cuerpo ilustran a Guillermo, detrás de un escritorio emplazado en una oficina repleta de trofeos, reconocimientos y fotografías familiares.
Capitalino, nació el 13 de marzo de 1938, en la ciudad de Buenos Aires, "en forma circunstancial", debido a que sus padres eran pampeanos que, de manera individual, decidieron emprender otras rutas argentinas.
Rememora que sus abuelos eran alemanes, vivieron en Brasil hasta llegar a Entre Ríos, Buenos Aires y desembarcar definitivamente en La Pampa. Su padre nació en Alpachiri y fue un trabajador toda su vida: vendió desde escarbadientes en una esquina hasta juegos en las calles porteñas. Hasta que conoció a su mujer, con quien tuvo seis hijos: el hombre
es el mayor de cuatro hermanos y una hermana.
Cuando Guillermo cumplió dos años, la familia se trasladó a La Pampa. Una vez instalados en Winifreda, su padre dedicó su vida a diversas labores, desde mecánica hasta trabajos en las chacras.
El muchachito inició su camino educativo en la escuela rural "La Primavera". Sacrificado, y pese a la crueldad climática, recorría en sulky, todas las mañanas, dos o tres kilómetros, hasta llegar al establecimiento, que aún se conserva en los campos pampeanos y en la mente de su antiguo alumno.
"Pirula".
"En mi casa nunca faltó la comida pero eran tiempos donde teníamos que trabajar", sintetiza Guillermo, como describiendo una época que curtía la piel, y endurecía el alma.
El hombre recuerda que, para cualquier gasto en su infancia, desde ir al cine hasta comprar caramelos, tuvo que vender desde pescado, con canasta, casa por casa, hasta naranjas y otro tipo de frutas.
Su vida en Winifreda perseguía la filosofía del trabajo. Y su adolescencia fue el tiempo determinante... aquel momento en la cronología de su historia que lo marcaría por siempre y descendería en infinidad de personas que conocería en el futuro.
"Con mi trabajo, a los 15 años, empecé a reparar bicicletas de mis vecinos, hasta que pude, por fin, comprarme la primera", afirma.
El muchachito era un apasionado por los deportes. Pero sentía un afecto singular con la bicicleta. Pasaba largas horas de su niñez recortando figuritas de ciclistas reconocidos en las revistas deportivas y soñaba con subirse a una propia
y recorrer el país "viajando cada vez rápido".
Su actividad fue creciendo. Gracias al esfuerzo de cada día, pudo adquirir otras bicicletas y empezar a entrenarse para competir. Con sus jóvenes 18 años, Guillermo nos representó a nivel nacional por primera vez . Dos años después, aparecería alguien especial en su vida de viajero incansable.
Las historias de amor se construyen, no sólo en paradisíacos lugares novelescos, sino en los sitios muchas veces impensados.
"Tenía 20 años, competía en una carrera en Villa Mirasol, que terminé ganando", indica. Y continúa: "En la llegada vino 'Pirula' a saludarme, me impactó, nos saludamos y desde ese momento construimos una historia de amor que duró, hasta el día de hoy, más de 50 años".
Tres meses después, el radiante ciclista se casó con "Pirula", la mujer de su vida que contempló por primera vez arriba de una bicicleta.
La pareja fabricaría un mapa de propios caminos. Senderos diversos, lugares rústicos y pacíficos, que fueron testigos de su tiempo.
"Nos casamos en Winifreda y empezamos a peregrinar", resume. Meses después, el flamante matrimonio se mudó a Quemú Quemú, por cuestiones laborales, y en el 1959 se radicaron en Santa Rosa.
Intentaban, cuenta el hombre, sobrevivir a la época mediante labores de mecánica que no prosperaron.
"Pasamos momentos muy malos, no se podía vivir con nada, la situación era muy crítica en todo sentido", generaliza.
Boutique.
Tras pisar suelo santarroseño, Guillermo y "Pirula" montaron su primer bicicletería, en la calle Hipólito Irigoyen al 600.
Sin embargo, la política implementada del momento se reflejó en el decaimiento económico y personal de los vecinos, que no cobraban sus sueldos y se sumergían paulatinamente en la pobreza.
Por la falta de trabajo, el matrimonio optó por volver a intentar nuevas fronteras. Al poco tiempo, se dirigieron a General Acha donde continuaron reparando bicicletas por tres años.
"Un amigo, gerente de la fábrica Renault, me ofreció trabajo y me fui con él a realizar labores de mecánica", apunta.
En ese año, Guillermo conoció al titular de la cooperativa de Alpachiri y el destino volvería a cruzar el camino que atravesó su padre. "Nos fuimos a Alpachiri, donde estuvimos tres años, y pudimos construir una casita, y comprar nuestras cosas", relata.
La pareja extrañaba Santa Rosa, sus lugares y recuerdos compartidos, y en el 69´ regresó... para no irse nunca más.
El amor de dos personas que se unieron pese a las adversidades se concretó en tres hijas y seis nietos, y nunca abandonó el esfuerzo de vivir.
"Empecé a trabajar en la fábrica Renault y tenía un pequeño taller en mi casa de la calle O'Higgins", dice.
Recuerda que era una casa que estaba deshabitada y que trabajó en la empresa de automóviles por unos meses hasta que se dedicó a reparar embragues de autos, oficio que le garantizó finalmente una vida de recompensas personales y económicas. "Me dediqué a esto, casi 20 años, llegamos a crear una pequeña empresa con más de 20 empleados y vendíamos nuestros productos a cualquier parte del país", se enorgullece.
Pero la época menemista destrozó, como tantos, los sueños de libertad y progreso del trabajador y su familia. Guillermo tuvo que vender, a empresarios de Bahía Blanca, el taller y parecía que se avecinaban tiempos difíciles otra vez. Sin embargo, el tiempo contradijo sus predicciones y la salvación vino arriba de un asiento y dos ruedas.
"Se me dio por poner una boutique de la bicicleta, vendíamos ropa y accesorios, y comenzó atendiéndolo mi mujer pero empezamos a crecer cada vez más", puntualiza.
Ese pequeño local, montado en su casa, se convirtió, con el paso de los años, en un lugar típico del centro santarroseño, donde se conjugan las más increíbles historias de hombres con una pasión indiscutible: la bicicleta, la ruta, y el deporte como estilo de vida, crecimiento y prosperidad.
De lunes a sábado, Guillermo abre su local, con su esposa, no sólo para vender y reparar sino también para crear indiscutibles charlas que quedarán guardadas por el resto de la memoria de toda una sociedad.
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