Héctor Bergonzi: "el tango es la vida"
Osvaldo Héctor Bergonzi (71), que así se llama, aunque aquel otro -sin el Osvaldo- es su nombre artístico, conversa con pasión, le pone énfasis a cada definición que tenga que ver con la música popular que fue, es, y será hasta el final, una parte enorme de su vida.
Héctor es, como muchos de nuestros cantores populares -los de aquí, los que hacen lo suyo en nuestro terruño-, esencialmente un artista. Eso sí, con la peculiaridad de los nuestros -en cualquier disciplina de que se trate-, de no poder disponer de todas las horas del día para su vocación. Él, como muchos otros, se siente un artista todas las horas de su vida, aunque buena parte de cada día tuvo que trabajar en otra cosa, como cualquier mortal que no puede vivir profesionalmente de lo que más le gusta, aunque lo haga realmente muy bien. Pero personas cómo él, no por eso se habrán dejado de sentir artistas, aún cuando tengan que compartir su tiempo con el duro oficio de vivir.
El berretín.
Porque aún empleados eficientes en sus trabajos -como en su caso-, comerciante o lo que fuere, tienen inquebrantablemente en su mente el berretín de las luces de un escenario, y la necesidad de expresarse para sentir el arrullo de la gente en un aplauso. Son artistas.
A Héctor se lo puede ver como un vecino más por las calles de la ciudad. El pelo blanco -característica de la familia-, la sonrisa en bandolera, la mano levantada afectuosa en el saludo, que se repite porque "aquí me conocen todos", como dice. "Me gusta que la gente me reconozca, porque al cabo es el alimento de un artista", define.
Nacido en Junín, hijo de un padre, Pedro, "al que le gustaba tocar la verdulera", y de una madre que bailaba con aquél, "y muy bien, las canzonettas italianas", desde muy chico se vinculó con la música. Tuvo seis hermanos, ya fallecidos, y él era el menor de todos.
Se tira hacia atrás y recuerda. "Hice la primaria, obviamente estaba en todos los coros, y hasta hacía títeres y con uno de ellos cantaba, pero también tocaba un poco la armónica... Pronto empecé a trabajar, en un comercio, una suerte de juguetería y bazar, hasta que me tocó la colimba en el mismo Junín y me quedé sin trabajo. Ya por entonces cantaba tangos, en una orquesta en Ascención, un pueblo de la zona; y en Leandro N. Alem. Después, ya de baja mi hermano mayor, Ismael, que vivía en Santa Rosa y tenía una compañía de seguros. Allí iba a tomar mate y Beba Rodríguez, que trabajaba ahí se enteró que cantaba y me vinculó con el ambiente".
Del baile al trabajo.
Vendría su advenimiento a la orquesta de José Cambareri -"junto con Quique Rodríguez éramos los más chicos", rememora-, y un largo andar por los caminos de la pampa para presentarse en bailes en todos los pueblos y fiestas. "Fueron momentos muy intensos, de andar por las noches en la vieja estanciera de don José. Me acuerdo que el debut fue en 1964, en un baile del Club Sarmiento, que por entonces estaba de moda, pero íbamos a todos lados. En esa época no había locales bailables, ni televisión, ni nada, así que los bailes populares eran una atracción irresistible. Hacíamos típica y característica, y no hubo lugar donde no nos presentáramos",
Al poco tiempo Héctor empezó a trabajar en la Dirección Provincial de Vialidad, así que el sacrificio fue mayor. "Había días en que iba a trabajar a Casa de Gobierno directamente del viaje, sin pasar por mi casa... con el traje puesto de la actuación de la noche anterior. Y sí, se hacía duro, pero una reparadora siesta ponía las cosas en su lugar", rememora.
Dicen que la noche desgasta, y si encima al otro día hay que agarrar derechito para el trabajo... sí, debe haber sido muy duro.
La familia, un límite.
Fueron muchos años de andar, quizás de soñar con esa Buenos Aires que es la meca del tango. "Claro que alguna vez uno se ilusiona con eso, pero a los 31 años me casé, llegaron los hijos y las responsabilidades son otras y no es cuestión de jugarse en una aventura que puede poner en riesgo la familia". Sus hijos son Mauro Darío (36), Germán Federico (33) y Gabriel Fernando (22), y sólo el más chico muestra una decidida afición por la música. "Estudia en un conservatorio, aunque está dedicado a otra cosa, y de verdad le gusta mucho", explica.
De todos modos se dio el gusto de actuar en un ciclo de Crónica TV. "Hice un contacto por intermedio de un iluminador, que andaba de novio con una sobrina aquí en Santa Rosa, y me tocó hacer tres presentaciones". Pero además se presentó en el auditorio Tita Merello de Radio Nacional, en el Teatro Payró de Lomas de Zamora, y hasta en la quinta de Eduardo Duhalde, cuando era gobernador de la provincia de Buenos Aires. Pero además, cuando el gobierno de Néstor Ahuad, estuvo en la carpa que nuestra Provincia instaló al lado del Obelisco en Capital Federal; y cantó en cuanto lugar pudo hacerlo. "Me di el gusto, estando de vacaciones, de cantar en Cuba y en Brasil. Es más fuerte que yo", completó.
El tango es incomparable.
Hoy el tango está en su apogeo, pero hubo momentos en que aparecía como relegado en el gusto de la gente. "No, no es así", niega Héctor. "Un tiempo, cuando apareció la 'Nueva Ola', con Palito Ortega, Leo Dan y ese grupo pudo haber sido, pero sobrevivió porque de los géneros musicales, aunque los respeto a todos, es el que tiene más poesía, y sus letras son la vida".
"Pero mirá que siempre se los tilda de llorones a los tangueros, que siempre hablan de la percanta que se les fue, y de cuestiones más o menos trágicas", lo aguijoneo. "Pero si pasa con todas las canciones, con todos los géneros: siempre se habla del amor, de desencuentros... fijate la letra de los temas de cualquier otra música", me responde.
"El tango está cada vez mejor, y no puede ser de otra manera. Esta misma semana estuve viendo el cuarteto de Esteban Morgado en el Teatro Español, y son monstruos... con un bandoneonista y un violinista geniales. Pero cuando te hablo de Julio Sosa, de Pontier y Federico, de José Basso, Troilo, Darienzo, Pugliesse... es incomparable con cualquier otro género, y siguen saliendo artistas como esos. Es fantástico, así que te puedo decir que el tango está cada día mejor, cada vez más fuerte. ¿El que más me gusta? Arriba de todos, Gardel; pero también Alberto Marino, la orquesta de Troilo, el Negro Lavié... y ni qué hablar de Estela Raval, que se fue en estas horas".
"La música me ayudó a vivir".
Revela que, aunque menos, le gusta Cacho Castaña, "sobre todo por su carisma, y es autor de algunos temas que le gustan a la gente. Yo particularmente hago Garganta con Arena...", revela mientras agrega que también le gustaría incorporar dos temas que hacía Estela Raval, "Resistiré" y "A mi manera", que hace algunos días escuchó interpretado por el Negro Lavié. "Tengo ganas, pero vamos a ver cómo me sale", confiesa.
Y no se cansa de elogiar a otros músicos locales, como Tachi Gaich, Toti Mansilla. Le pone unas fichas a Guillermina Gavazza, "que canta muy bien y tiene pasta para ser una excelente cantante de tangos", elogia.
"Si todavía sueño. Es gratis, así que para eso no hay edad... claro que uno siempre se ilusiona con algo más, pero estoy muy conforme con lo que hice hasta aquí. Lo único que pido es poder seguir cantando, hasta el final. No fumo ni tomo, me siento bien, y con muchas ganas de seguir haciendo cosas. ¿Si tengo que hacer un balance? Siempre pensé que no podía vivir exclusivamente de la actuación, y que no podía ir detrás de una aventura, pero no obstante aunque no viví de la música, me ayudó a vivir", reflexiona.
Me parece escucharlo: "Veredas que yo pisé... / Malevos que ya no son... / Bajo tu cielo de raso / trasnocha un pedazo / de mi corazón".
Los mayores aplausos.
Eran los convulsionados días de febrero de 1987 y Juan C. Tierno recibía críticas por doquier. Un domingo, mientras se desarrollaba Música en la Plaza y Héctor Bergonzi deleitaba a todos, el entonces intendente creyó propicia la oportunidad. "Me pidió el micrófono, no me lo sacó como se publicó". El cantante esperó paciente el fallido discurso -la rechifla no permitía escuchar- y mientras Tierno se retiraba bajo una lluvia de insultos, Bergonzi tomó otra vez el micrófono para decir: "Nunca me aplaudieron tanto". La carcajada general coronó sus palabras, todos se aflojaron y siguió cantando.
Aquellos zapatitos de charol.
Héctor tiene miles de anécdotas de sus andanzas por los escenarios. Como aquella vez que fueron con Cambareri a actuar en un salón en Villa Parque. "Empezamos con un tango y se escucharon algunos silbidos; otro y más silbidos. Entonces le dimos con un paso doble y ahí más o menos. Pero al rato volvimos con el tango y fue una rechifla. No nos pasó muchas veces, pero esa vez nos tuvimos que ir. No querían bailar tangos, parece", se sonríe.
Evoca que "don José Cambareri tenía una vieja estanciera IKA, y con ella íbamos a todos lados. Estaba complicada la estanciera, y tenía agujeros por todas partes, así que por un lado pasábamos unos fríos bárbaros, y por otro nos llenábamos de tierra. Por eso un día los más grandes del grupo, creo que encabezados por el Negro Roldán, le dijeron que si no la arreglaba un poco no viajaban más. La cuestión es que a los pocos días apareció José y le preguntaron: '¿Y?. Todo arreglado', contestó".
Lo cierto es que don José había apelado a algunas bolsas de arpillera, y con un palo iba tapando con esa tela y brea (¡!!) todos los agujeros. "Nos tocó salir de viaje y todo bien, hasta que a alguno se le ocurrió estirar las piernas y aprovechar a 'ir al baño' en la banquina. Nos bajamos todos pero quedó el Negro Roldán... De pronto bajó, descalzo, y apenas descendió largó un insulto: había pisado en un rosetal. Los dos zapatos de charol habían quedado pegados en la brea, que con el calor del vehículo se iba derritiendo. El Negro se enojó tanto que no quiso tocar esa noche, y sólo lo hizo cuando don José le prometió que le iba a comprar zapatos nuevos".
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