"La nostalgia me persigue todo el tiempo"
He contado que tengo amigos entrañables viviendo fuera del país. En algún sitio de Europa unos, en Centro América otros. Y debo confesar que me duelen sus ausencias, y más de una vez me pregunto si, además de irse a vivir y hacer sus historias también se fueron a morir por allí... lejos de su tierra, y de su gente, que somos nosotros, los que nos quedamos... y me duele sólo pensarlo.
Me resulta difícil concebir que un día no sabré más de ellos -o no sabrán más de mí-, porque no regresaron. Porque no pudieron, o tal vez porque eligieron no volver. Quién lo sabe.
Me pregunto todo eso mientras converso con Roberto Morales (65). Muchos no lo recordarán, pero habrá algunos que tendrán presente que es el cantor y guitarrero que una vez partió a Europa junto a Juancito Quevedo, hace de esto más de 40 años.
Hoy en pareja con Haeidi, a quien conoció hace 14 años, reside en St. Gotthard, cerca de Linz, importante ciudad industrial austríaca. Tiene dos hijos ya grandes, Silvia y César, que le dieron cinco nietos (viven en Buenos Aires); y dos hijos más en Finlandia, Jonatan y Paulo que tienen 14 y 16 años.
O la pelota, o la guitarra.
Roberto anda en Santa Rosa -se quedará hasta los primeros días de enero- para visitar a los suyos, a sus amigos, y particularmente a doña Rosa Morales, su mamá, próxima a cumplir los 90.
Nacido en Victorica pero criado en Santa Rosa, Roberto y su familia -su mamá y sus hermanos Beto (fallecido) y Dora- vivieron sus primeros años en el Barrio Epam, ubicado detrás del Molino Werner. "Hice un poco la primaria en la Escuela 314 (hoy 201, frente al Club Argentino)‚ otro poco en la 38 (ahora Escuela Hogar), y dos años de secundario en el Nacional. Mi hermano y mi mamá eran empleados en el hotel de Felo y don Gerardo García, y fue Beto quien me regaló mi primera guitarra cuando tenía 12 años. En nuestros barrios o jugabas al fútbol o tocabas la guitarra... "Jugaba al fútbol pero la guitarra me tiró más".
Y sigue: "El barrio era nada más que 12 casitas. Yo tenía un tío, Mario Morales, que jugaba en Argentino, y era el papá de Fabio Morales, que tiene El Cafeto... Con otro primo, Pocho Morales, y con Eduardo Candotti, con 18 años, formamos el trío 'Los estrelleros'. Pocho tiene ahora a su hijo Cristian Morales, que también canta, y según me dicen le está yendo muy bien".
La amistad con Juancito Quevedo.
En aquellos tiempos Roberto se integró a la orquesta "Los Navegantes" donde tocaba la guitarra y cantaba.
Más tarde habría una instancia decisiva en su vida, cuando Juancito Quevedo lo invitó a un recital en la provincia de Buenos Aires. Era 1968 y se harían inseparables. Juancito ya era por estos lares un artista de fuste: "Era mi maestro... actuábamos como solistas, pero también hacíamos giras con Pelusa Díaz y con Julio Centurión, que tocaba el bombo", se retrotrae en el tiempo.
Después, a comienzos de los años '70, vendría la partida a Europa. Las primeras actuaciones en Madrid, en La Peña 3, y luego Morales habría de probar suerte en la costa, en un local que se llamaba "El Gaucho Argentino, donde tocaba la guitarra, cantaba y decía poseías. Al dueño le gustó como cantaba y terminé yendo todos los veranos".
En España se instaló en Torremolinos, entre Marbella y Málaga, y en esa época habría de conocer a su primera mujer, Hannelore, que era guía de turistas. "Trabajaba para una empresa alemana, recibía a los visitantes y como le gustaba la música latinoamericana los llevaba donde yo actuaba. Ahí estaba muy bien, y por eso después me costó irme a Austria, a Linz, pero me convenció. Ella hablaba español, precisamente porque era guía turística, pero luego yo aprendí el idioma alemán, aunque también hablo bien italiano y algo de portugués".
Al lado del Danubio.
Sería en Linz que tuvo "el honor" de compartir un concierto con Dino Saluzzi. "Él estaba programado y mi mujer consiguió que yo pudiera estar esa misma noche allí", refiere. Después partiría para Italia, las Indias Canarias, y terminó por quedarse dos años en la India, en Goax, una ex colonia portuguesa que da al mar arábigo. Hannelore habría de enfermar de cáncer, y falleció: "Eso fue realmente duro, muy duro", se pone serio Roberto.
"Pero la vida sigue y uno tiene que superar los malos momentos. Más tarde tuve la mejor suerte de conocer a mi actual mujer Haeidi... y con la música la satisfacción de recorrer muchos países, y cantar por casi toda Europa, y también en Finlandia, donde nacieron mis dos hijos menores. Hace ya 20 años que estoy a 15 kilómetros de Linz, y cada día que regreso de allí a St. Gotthard recorro la carretera que corre pegadita al Danubio", señala Roberto. Y basta imaginar lo que deben ser esos lugares colmados de belleza.
Por eso aquello de las paradojas. Por estos días el hombre está pleno y feliz, aunque no se vea el Danubio desde la casa de mamá Rosa; y sí en cambio se divise nuestra humilde y lugareña Laguna Don Tomas. ¿Pocos puntos de contacto, verdad?
Austria, el país de la música.
Hoy Roberto Morales camina las calles de Santa Rosa y, a cada paso, encuentra alguien que lo reconoce. Regresó a llenarse el alma de pampeanidad, para volver mañana a aquellas tierras austriacas donde, indudablemente, ha triunfado... "Lo que ahora canto no es sólo folklore, y también he escrito algunas canciones que, de alguna manera, tienen mucho que ver con mis comienzos, con mi vida en Santa Rosa, con el barrio, con mi mamá. He cantado toda la música de Latinoamérica, y también tango, siempre en castellano. Cuando saben que sos argentino es difícil que no te lo pidan, porque el tango tiene gran éxito en Europa. También participé de conciertos en grandes teatros de Viena, por ejemplo con Luis Stasso, del Sexteto Mayor, quien me acompañó cuando canté un vals, y vivo en un país que tiene una herencia musical grandiosa, por donde pasaron grandes como Mozart, Betthoven... donde se escucha Piazzola, con intérpretes que forman sinfónicas y orquestas que tocan su música. Austria... un país donde triunfó Mercedes Sosa, y se la venera".
Roberto quiere contar algo especial: "Mi hermana Dora tiene un hijo, Gustavo Santander que con su pareja, Alejandra Rovira enseñan en Castex. Son grandes bailarines de baile, tango y todo tipo de danzas. Viajaron e hicimos un mes de presentaciones juntos por toda Austria. Fue maravilloso, porque ellos son extraordinarios", elogia sin tapujos.
Explica que no se habla demasiado de nosotros en Europa, y lo último que vieron en televisión no fue bueno, "lo de los fondos buitres, 'el país en bancarrota', titulaban... Después se habla de Messi, Del Potro y algún que otro argentino destacado, pero no demasiado", completa.
Pensando en volver.
Razona que en este tiempo está "equilibrado, sentimental y familiarmente", que habla todo el tiempo con sus hijos por teléfono -"me piden que me modernice con la comunicación"-, pero que no puede evitar los recuerdos. "De nostalgia a veces se puede enfermar... a veces en el jardín de mi casa corre el asado y la guitarra, y la melancolía nos gana... a mí y a mis amigos, latinoamericanos, y de otros países", admite.
¿"Si he pensado en volver? Claro... pero se hace difícil cuando hiciste una vida en otro lado. Por ahora, con mi mujer lo que tenemos pensado es ver si podemos vivir un poco aquí y un poco allá. Veremos. Sí, se extraña, la familia, la forma de ser de los argentinos... mi mujer no entendía nuestra efusividad, eso de que a los cinco minutos de conocernos somos como hermanos, de besarnos cada vez que nos encontramos...".
Uno vuelve siempre.
Por estas horas Roberto disfruta con amigos, cada minuto de charla con doña Rosa, compartiendo un mate o una partidita de chinchón... cosas cotidianas y tan simple como el afecto. "Poné por favor que el amigo que quiera llame a lo de mi vieja, al número 428800", pide.
Y vuelve a acordarse de Juancito Quevedo -hoy en España-. "Le pregunté si no va a volver, pero me responde que aquí no le queda casi nada...". Se le ponen los ojos vidriosos a Roberto. "Todos partieron, y me quedé solo... y lejos", me dijo Juan no hace mucho.
También Roberto tiene añoranzas... de nuestro cielo estrellado, de los caldenales, de aquellas noches de guitarra, canto y poesía. Por eso vuelve, cada vez que puede. Y ahora mismo anda por aquí, entre nosotros.
Es que "uno vuelve siempre,/ a los viejos sitios/ donde amó la vida/ y entonces comprende/ como están de ausentes/ las cosas queridas", como canta Mercedes.
A propósito, ¿mis amigos, volverán algún día?
Admiración por Juancito Quevedo.
"Juancito Quevedo para mí fue un poco todo: padre, hermano y maestro", reconoce Roberto Morales. "Nunca conocí un artista con tanta experiencia de vida, y por eso tengo por él una gran admiración y respeto", agrega.
Después de la sentida partida desde Santa Rosa -"aún recuerdo la mirada emocionada de 'El Bardino' en la estación", rememora-, Juan y Roberto llegaron a Madrid, sin tener un solo contacto. Se instalaron en un hostal en la Puerta del Sol, y por la noche salieron a conocer, hasta que vieron un cartel luminoso y caras de artistas argentinos: Los Chalchaleros, Yupanqui y otros. Les hicieron una prueba, que no fue otra que cantar frente al público, y la ovación de la concurrencia determinó la contratación. "Hicimos una chaya, una colección de valses y la gente aplaudió a rabiar", contó alguna vez Quevedo. Ya tenían trabajo en La Peña 3, el mejor local de folklore de la capital española.
Al día siguiente ya trabajaban con contrato, la visa de residencia y un buen sueldo. En ese lugar cantaron durante medio año, y luego empezaron a llegar ofertas de distintos lugares: "hacíamos tres o cuatro locales por noche", recuerda Roberto.
De todos modos nada era fácil, admite, "porque a veces nos atacaba el hambre... pero por suerte había yerba y mate y zafábamos", se ríe.
Después de un año Juancito Quevedo y Roberto Morales decidieron separarse como dúo. "En Madrid en verano hace mucho calor y entonces me iba a la Costa del Sol. El dueño era de Villa Gessel, me pidió que cantara un par de canciones, le gustó y me dijo que me quedara a trabajar allí... Iba todos los años", recuerda.
La partida hacia Madrid.
"Con Juan (Quevedo) andábamos continuamente en los caminos del país. Pero se complicó con la dictadura: Una vez en Famatina paramos con la casa rodante y nos detuvieron como si fuéramos guerrilleros, nos pusieron la metralleta en el cuerpo; y lo mismo pasó en Junín... No sé si teníamos miedo o no, pero sí supimos que los artistas molestábamos, y un día decidimos partir. Teníamos billetes de avión para Madrid, y cuando tomamos el tren a Buenos Aires la estación estaba llena de gente: músicos, cantores, amigos. Fue emocionante y triste y todavía se me eriza la piel", cuenta y muestra Roberto.
Artículos relacionados