Viernes 09 de mayo 2025

Abel Otero, un campeón de la vida

Redacción 08/03/2015 - 03.20.hs
Mario Vega - Debe ser lindo ser reconocido en la calle y sentir, a cada paso, que hay mucha gente que lo quiere a uno. Abel Otero es un cacho de historia de la ciudad, y un hombre querido como pocos. Un gran tipo.
Es un hombre recontra conocido, dueño y protagonista de cientos de anécdotas, algunas en las que verdaderamente participó, y otras que le fueron adjudicadas por la barra de amigos que lo tratan desde siempre.
Hoy, casi en los 80, Cacho camina las calles saludando a decenas de personas que tienen para él una frase, el recuerdo de alguna historia, o el saludo respetuoso que supo ganarse por su hombría de bien.
¡Hombría de bien! Vaya frase antigua... ahora que la escribí se me ocurre desmenuzar, aunque sea un poquito más, qué significa. Pienso que son palabras que no se corresponden con la masculinidad o la reciedumbre, y que en todo caso refieren a la honradez, a la rectitud, a la integridad moral de una persona.

Un hombre modesto.
Hay tipos así... Cuando le dije de hacer una nota, amable, declinó la invitación. "No... yo no soy nota. Hacele a otro, que hay muchos que merecen un reportaje", dijo calmo, seguro, sin dudar.
Lo mismo le ha respondido más de una vez al periodista Juan Carlos Carassay -que lo conoce de toda la vida, y con quien fueron vecinos muchos años-, que tiene un ciclo que se llama "El Invitado". Simplemente "no, no, no...", porque es su forma de ser.
Cacho no quiso hablar, y entonces hubo que recurrir a gente que lo conoce, y mucho. Personas que aportaron datos, de cuando era pibe, después adolescente y hasta que se hizo hombre. Que contribuyeron narrando muchas anécdotas, en las que Cacho aparecía como el protagonista principal, aunque admiten que muchas se las adjudican sólo porque a él le molesta, pero sólo un poco.

 

Una linda familia.
Abel Ramón Otero nació en General Pico -el 31 de agosto de 1935-, y sus padres fueron Juan -sargento de Policía de la época del Territorio-, que recorrió varios pueblos hasta afincarse en Santa Rosa; y Juana, una gran laburadora que supo atender "La pensión de la abuela", que los Otero tenían en la misma casa donde vivían, en González casi Juan B. Justo. Pero también tuvo un kiosco y hacía viandas para afuera.
Dora, que era maestra. es la mayor de los hermanos Otero, después viene Cacho, y luego Yaya -hoy retirado de la actividad bancaria-; y nuestro personaje tiene con su esposa Nélida Moldovan, dos hijos: Claudio y Jesús, casados con Vanesa y María Laura. Ellos les han dado tres nietos, Valentín (20), Lucio (16) y la pequeña Ema (3).
Claudio, el mayor de los retoños, es un conocido deportista, enamorado de la vida en naturaleza, que tiene una escuela en la que enseña a volar en parapentes.
Jesús vive en El Bolsón, y se dedica a la doma racional y entrenamiento de caballos de endurance. El nieto Valentín -que se vino a vivir a Santa Rosa- también se dedica al entrenamiento de caballos, y tiene "fascinado" a Cacho, que lo sigue y lo alienta todo el tiempo. Al segundo, Lucio, lo visita periódicamente, y a Ema la lleva -junto a su padre Claudio- todos los días a jardín. El grandote, fornido ex boxeador -que supo ser Granadero-, se derrite ante la presencia de los nietos, que pasaron a ser, claro, la prioridad de su vida.

 

Trabajo, fútbol y boxeo.
Cacho hizo la primaria en la Escuela 38 "Enriqueta Schmidt", que funcionaba en Don Bosco y González -allí está hoy la carnicería de Izcue-, y enseguida empezó a trabajar como cadete en el Molino Werner. A los 18 ingresó a Casa de Gobierno, primero en el Registro de la Propiedad, para terminar en Comunicaciones, en la Red de Presidencia como subjefe de la dependencia.
Entre sus muchas actividades con su hermano Yaya tuvo a cargo la cantina del Club El Círculo -donde toda la vida se timbeó-, y también una parrilla allí donde está su casa (Martín Fierro 1060), donde sabían parar los colectivos de Chevallier.
Alto, pintón, el bigote finamente recortado, Cacho gustaba de la milonga, de la junta con amigos, pero sobre todo del deporte. El fútbol porque era el mandato del barrio, cuando en los baldíos se reunían los cracks de la época los sábados, para jugar un picado fantástico, aunque el domingo había que ponerse la oficial de All Boys, el Deportivo Penales, Atlético Santa Rosa, Argentino FBC, o el club que fuera. Multitudes seguían esos partidos de aficionados donde se podían ver al Potro Lupardo -gran goleador de la época-, Edilio Zabala, El Negro Vitale, Ponce de León que jugaba en la primera auriazul, Pirulo Cardoso -figura de Santa Rosa-, y el Sapito Villafañe, entre tantos.
Abel era arquero, y supo defender la valla de Atlético Santa Rosa, y también la del Argentino, porque su papá era directivo del club.

 

Cachito boxeador.
La llegada a Santa Rosa de Walter Nieto Duplaint iba a significar un hito para el pugilismo lugareño. En el club Santa Rosa, ubicado enfrente del Asilo de Ancianos, sobre lo que hoy es calle Don Bosco (era Vallee), estaba Atlético Santa Rosa, y en una suerte de galería -sólo un techo sin paredes- se colgaban las bolsas para entrenar. Allí se prendían Walter, Cacho, Chito Teves, y otros a órdenes de Liberato Fernández, hasta que un día Nieto Duplaint -boxeador exquisito si los hubo- se hizo cargo de los entrenamientos. "Boxeaba muy bien Cachito, y sabía muchísimo", lo recuerda Walter Nieto, uno de sus grandes amigos de siempre.
Cacho realizó varias peleas, y de su paso por allí quedaron decenas de anécdotas, de las que voy a reflejar sólo algunas, que nadie puede asegurar que sucedieron. Aunque los vagos de la banda que integró siempre se las adjudican a él, quizás porque sabían que se calentaba, o hacía que se calentaba.
Dicen que una vez, en Mendoza, le tocó un duro rival, y al terminar el primer round Cachito llegó al rincón y advirtió: "Muchachos, tengan cuidado, porque me parece que pisé un cable, o algo así... me agarró electricidad". Y vino la respuesta: "No, Cachito, te comiste un terrible piñazo en la pera". Cuando la cuentan se regocijan sus atorrantes amigos.
Expresaba Hugo Daniele -primer boxeador profesional pampeano que brilló en Fortín Roca-, que tenía a Cacho de ayudante en el rincón. Que no le decía demasiado desde lo técnico, pero lo alentaba: "Bien Cabezón querido... ¡qué pelea estás haciendo! ¡Como te quiero! ¡Dale que lo tenés!". Dicen que el bueno de Daniele le pidió a Cacho: "Está bien, pero controlá al referí, porque alguien me está pegando, y mucho...".

 

Entrenador, árbitro y masajista.
Fue entrenador junto a Chito Teves y Walter Nieto, y los mejores de aquella época estuvieron con ellos. Entre esos Golepa Cabral, El Indio Paladino y Miguel Angel Campanino.
Cacho también fue árbitro en más de una noche fortinera. La vez que El Zorro Campanino perdió el invicto frente al cordobés Osvaldo Piazza -Miguel venía volteando muñecos- Otero fue el referí, y ante una lesión en un hombro del pampeano, cuando transcurría el 7º asalto, que lo hizo darse vuelta, contó los 10 hasta el nocaut. Hubo confusión, reproches, y desde ese día Cacho no volvió a treparse a un ring. Debe haber sido un momento difícil para él.
En Casa de Gobierno había muchos vinculados al boxeo: Cacho, Chito, Golepa, Toscanito Macedo... e improvisaban historias. Señalan que fue entre Otero y Golepa que dijeron que Toscanito había comprado una heladera que se la sacaron en tres meses por falta de pago: "Fuiste mía un verano... fuiste mía un verano", le canturreaban el tema de Leonardo Fabio cuando Macedo pasaba.
Pero Toscanito se iba a vengar, y no tuvo mejor idea que salir a decir que El Oso había muerto. Las comunicaciones no eran lo que hoy, y todo trascendía de boca en boca. Chito Teves, cerca del mediodía, fue a la casa de Cacho para saluda, alguien le abrió la puerta y lo vio: Cacho Otero estaba sentado con una servilleta en el pecho frente a un tremendo plato de tallarines. Había sido una mentira más -de dudoso gusto- de aquella banda que siempre inventaba alguna...
Después Cacho actuaba como siempre. Agarraba al bromista de la oreja y le decía "¡te quiero mucho, cómo te quiero!, y ¡paf, paf, paf...!, le metía un par de cachetazos con esas manazas que Dios le dio.

 

Loco por Boquita.
El deporte es su vida y todo lo ve por televisión, y enloquece con Boquita... "Cuando entraba a Casa de Gobierno, por la escalera caracol, si Boca había perdido, lo volvían loco, los policías, los mozos, los empleados. Cachito es un grande...", lo define Sergio Báez, que lo tuvo de jefe.
Se recuerda cuando era masajista, de Atlético, All Boys y la Selección de la Liga Cultural. Cuando había una trifulca, los 120 kilos de Cacho entrando a la cancha revoleando un toallón blanco bastaban para que volviera la calma. "Nunca le pegó a nadie", recuerda Juan Carlos Carassay.
Cada mañana se lo podrá ver, acompañando a Ema a jardín, y después tardar una hora y media para recorrer 12 cuadras hasta el centro. Con todos se parará para charlar un ratito, a cada paso levantará su mano para saludar a alguien...
Sé que es una frase vieja, trillada -que me gusta poco usar-, pero define de la mejor manera a tipos como Cacho. Fue boxeador, masajista, laburante honesto, buena gente en todas las circunstancias, y seguramente el mejor premio que se le puede otorgar a alguien como él es ese: campeón de la vida. Porque eso son estos tipos simples, queridos por todos, que andan por la vida sin estridencias, tratando de no llamar la atención, de no caer en la altivez, y que siempre conservan la actitud de los que son buena gente... y por eso, no tienen contras.

 

Gente diferente.
La humildad es un valor que pocos pueden sostener, pero hay quienes hacen del bajo perfil una forma de vida, por más que sean ampliamente reconocidos, y queridos.
El periodista Juan Carlos Carassay pretendió, muchas veces, tener en su programa de tevé "El Invitado" a Abel "Cacho" Otero, personaje si los hay, que podría contar mil y una anécdotas y referir acontecimientos que pocos mantienen frescos en la memoria.
Pero siempre dijo "No. Te agradezco, pero no...", y se iba caminando lento, saludando a unos y a otros. A mí me dijo lo mismo.
No sólo Cachito es así, porque otros se le asemejan. Hugo Pérez -ex futbolista, marcador central de Belgrano-, quien jugó con los hermanos Gustavo y Miguel Díaz, Corita, Chachi García, Nicky Domínguez, el Ruso Schulmeister, y otros, merecería por su forma de ser, por su condición de deportista ejemplar, una nota especial. La respuesta de Huguito, ante cada sugerencia para una foto y una charla siempre fue la misma: "No Marito... te agradezco, qué voy a decir yo",, y concluía mencionando varios nombres de quienes, a su juicio, valían una nota. "Haceles a ellos", completaba. Hugo Pérez es, también, uno de los tipos más buenos que conozco, al punto que casi no se puede creer que hubiera sido defensor central, precisamente un puesto donde hace falta -dicen los que dicen saber- pierna fuerte y cara de malo. Hugo estaba lejos de todo eso, pero igual era un crack.
Con Cacho Otero lo mismo. No le interesa salir en el diario, ni trascender más allá de ese saludo cordial a los amigos que lo saludan a su paso.
Hay gente que es así. Diferente, claro que sí.

 

Un boxeador que lleve gente.
Cuentan que Cacho Otero iba a pelear en Fortín Roca. Se había caído una pelea profesional y él quedaba así como centro de la programación. Dicen que se agrandó un poquito y puso una condición: "Quiero un rival que lleve gente". Esa noche hizo un buen combate ante un rival grandote y tosco, que casi no lo exigió. Por eso al final se quejó a los organizadores: "Eso que pedí uno que llevara gente". "Y no te mentimos, Cachito, el tipo que peleó con vos es colectivero en Trenque Lauquen... mirá si lleva gente". En una mesa de La Capital alguien lo contó como cierto y todos se rieron un buen rato.

 


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