Justino el peleador, la hora del sosiego
Mario Vega - El boxeo tiene sus pro y sus contra, y hay ejemplos de púgiles que acabaron en la miseria. Pero no siempre es así porque están los que lograron guardar lo obtenido con esfuerzo y tener una vida mejor.
Dicen los que dicen saber que, según el zodíaco, el color rosa es relajante, que influye en los sentimientos invitándolos a ser amables, suaves y profundos, y que las personas que lo prefieren están más predispuestas a sentir cariño, amor y protección.
En otros tiempos en las familias se vestía a los hijos con el celeste los varones, y con el rosa a las niñas. ¿Por qué? Alguna explicación se podría encontrar en una antigua leyenda, difundida en Alemania, que sostenía que las niñas provenían de una rosa color de rosa, y se acostumbraba vestirlas de ese color. Esa creencia se combinó con la británica de vestir a los varones de azul y se transmitió a otros países del mundo occidental.
Pero como todo cambia, esa costumbre fue adoptando otras formas, y la feminidad que se reconocía con el rosa trastocó en una generalización en el uso del color. Por eso, ver a un ex boxeador vestido con ese tono no puede resultar tan extraño.¿O sí? Si al cabo hasta una camiseta alternativa de Boca -nada menos- tuvo ese color (aunque fue ampliamente criticada y se utilizó poco).
Boxeador, de rosa.
Pero lo cierto es que este hombre, que se emociona fácil ante los recuerdos, parece haber adoptado el rosa como el color preferido de su vida: no sólo porque es capaz de ponerse una malla y una remera en ese tono, sino porque además a coloreado su hermosa casa quinta en ese tono. Y además ha colocado en la portada de esa vivienda un cartel que la identifica, precisamente, como "La rosadita".
¿Qué hacés vestido de rosa?, le digo a Justino Heredia que sólo esboza una sonrisa mientras me abraza en el saludo de bienvenida. Su linda casa de la calle Balcarce 408, a metros del hospital "Segundo Taladriz" de Toay (donde fue muchos años chofer), parece a esa hora de la tarde una colonia de vacaciones: llena de gente, disfrutando de la pileta, a puro mate, jugando al pool o al metegol, en una jornada distendida y alegre... "Vení y vas a encontrar la casa enseguida, porque afuera está llena de autos", me dice Mirta, la esposa de Justino antes de salir del diario para Toay. Y tenía razón.
"Nos gusta que venga gente, pasarla bien con familiares y amigos", coinciden los dos.
La familia, la infancia.
Esteban Justino Heredia (66) -solo Justino para el ambiente del boxeo-, es un tipo sumamente conocido, no solamente por su actuación deportiva, sino también como vecino de Santa Rosa, y desde hace bastante tiempo de Toay. Hijo de un hogar humilde, que vivió sus primeros años en el salitral (hoy Laguna Don Tomás) -"¿te fijaste que ahí había gente buena y trabajadora?", pregunta y se responde a la vez-;y cabe señalar que tiene razón, que la gran mayoría de quienes residieron en lo que era el lugar más postergado de la ciudad supieron salir de esa condición casi indigente, e irse a otros barrios y salir de esa situación sobre la base de trabajo y esfuerzo.
"El viejo Heredia (también Justino) era guapo para el laburo, hachaba y hacía leña para el corralón de Ranocchia y Garbarino", recuerda, y "después fue estibador en el Molino Werner, hasta que cerró... y ahí fue que se compró el caballo y el carrito fama, y empezó a hacer changas", agrega.
"¿Si anduve mucho en el carrito? En realidad no tanto... al que más le tocó fue a Angel", refiere a su hermano, también boxeador. Justino es el mayor de la familia, y el único hijo del primer matrimonio de su padre con su mamá Ángela. Después, con el segundo matrimonio de su papá llegaron Angel, Silvia, Justo y Paula, y reconoce también una hermana del corazón, Rosa.
Cuando andaba por los 9 años, su papá compró un amplio terreno exactamente al final de la Avenida Roca, casi lindando con el Parque Recreativo Don Tomás, donde levantó su vivienda. "Los viejos fallecieron y esa casa se vendió hace tres años", menciona.
Los tiempos de pibe.
Justino, como muchos chicos de esa barriada -cerquita vivían los hermanos Cabral, "Golepa", "El Brujo", y otros boxeadores y jugadores de fútbol-,de pibe nomás salió a la calle a hacer un poco de todo. "Empecé como vendedor del diario La Capital, y después fui lustrabotas (con parada en la Confitería El Águila, hoy La Recova clausurada). Más adelante trabajé de lavacopas en la confitería La Capital, y tengo gratos recuerdos de Oscarcito De La Mata y su esposa Rosita... ¿La escuela? No, andaba mucho en la calle y fui nada más que hasta tercer grado a la 38, a dos cuadras de casa... pero ojo! Igual hoy sé leer y escribir bien", cuenta y se ataja.
Empezó en el boxeo "porque era muy malo jugando al fútbol. Don Caliba (canillita de 95 años que todavía anda por las calles de la ciudad), era el juntador de pibes y fue sincero: 'No andás para el fútbol, Justino...', me dijo. Era arquero, y él tenía razón, así que cuando todos los demás jugaban yo miraba".
La llegada a Fortín.
Quizás por eso empezó a ir a Fortín Roca, porque se avecinaban los tiempos gloriosos del pugilismo provincial Ya había pasado Hugo Danieli, y "era el momento de Campanino, de 'Golepita' Cabral que ya era crack, 'El Indio' Paladino... Me recibieron dos maestros, Chito Teves y Vicente Espinosa, que era un sabio", lo define.
Y como todos los que iban al gimnasio con esos entrenadores, Justino desde los 17 años se cansó por tres meses de ir caminando, haciendo fintas, de una punta a la otra, pero sin ponerse un guante, ni pegarle a la bolsa. "A los 6 meses empecé a darle a la bolsa, y bastante después a subirme al ring, y boxear... Como será que la primera pelea que hice fue en Huinca Renancó: a Vicente le habían pedido un debutante, y subí y le gané por paliza al otro chico. Se quejaban porque decían que yo no era nuevito... lo que pasaba es que nos tenían un año y medio entrenando antes de subir al ring, y eso se notó", cuenta y marca la diferencia con los chicos de hoy que van unos pocos días al gimnasio y enseguida están peleando.
Cumplidores.
Ni hablar que aquellos muchachos se cuidaban, y mucho. "No faltábamos nunca, y si nos decían que teníamos que llegar a las 6 de la tarde estábamos 5 minutos antes porque sino nos echaban. Que te cuente Mirta (Imposa), mi esposa... cuando entré a trabajar a la provincia me levantaba a las 5 de la mañana, agarraba para el lado de las vías aquí en Toay y corría 6 kilómetros, me daba un baño 'japonés' y a tomar el micro para ir al laburo (entró en 1975 en el depósito de Suministros en Casa de Gobierno). Y a la tarde al gimnasio, en Fortín Roca... y a veces caminando por la vía porque no tenía para el colectivo...", resume el sacrificio que se hacía entonces. ¿Hoy? Nada que ver... los chicos van y vienen, entrenan, dejan de hacerlo... Nada que ver.
Tuvo como entrenadores solamente a Chito, Vicente, y luego a Osvaldo Maldonado, a quien también recuerda con gran cariño.
Justino, guerrero del ring.
¿Cómo boxeaba? Sabía mucho, conocía el abc del pugilismo, pero su espíritu guerrero aparecía en cada combate, por eso con Heredia en el ring el espectáculo estaba asegurado. Era palo y palo... contra el que viniera, al punto que llegó a enfrentar a cinco que en algún momento fueron campeones argentinos: "Polvorita" Gómez, Lorenzo García, el chileno Zúñiga, "Cachín" Méndez y Jesús Romero, que "me ganó ahí nomás.Me largué a llorar y Vicente me consoló: 'no llores Justino, que te ganó uno muy bueno'. Ya dije que era un sabio", completa.
Hizo 30 peleas como aficionado, y 57 como profesional. En el campo rentado perdió su invicto recién en la pelea número 15; fue derrotado en solo 6 oportunidades y nunca cayó por nocaut. Sí, Justino era bravo de verdad.
Ese mismo año '75 se casó y se quedó a vivir en Toay, exactamente enfrente de donde hoy tiene su hermosa quinta "La Rosadita".
Feliz, tranquilo, más sereno que nunca -"mejor que no se enoje, porque cuando se le traba la cabeza no hay forma de convencerlo de algo", aporta Mirta-; Justino dice que si bien vivió una infancia pobre, como han dicho otros no la sufrió... "como que no nos dábamos cuenta. Porque en casa el puchero nunca faltó; sí quizás otras cosas, como el dinero, o las pilchas. Pero no soy resentido, para nada", reflexiona.
Guardar el pesito.
Una vez retirado, increíblemente, entrenó pibes al fútbol en el Polideportivo Butaló -"les enseñaba conducta. Sobre todo eso", menciona-,fue masajista de San Martín, y Atlético Santa Rosa después. Más adelante iba a entrenar boxeadores como ayudante de Roberto Pedehontaá, y últimamente actuó como árbitro con licencia de la Federación Neuquina, y también de la Federación Argentina de Box. "Pero ya está, no quiero dirigir más... voy a los festivales a acompañar, a ver amigos, pero nada más", dice.
"Siempre fui una persona ordenada, y cada peso que ganaba en el boxeo era para la casita. Hacía una pelea y eran tres meses de sueldo de la provincia... y como mi viejita también era muy inteligente siempre me decía: 'invertí en tierra, que eso no se vuela'. Por eso tengo esta quinta, mi casa en las calle Unanue y Realicó en Santa Rosa, dos locales comerciales, y no me puedo quejar".
Pero no sólo eso. Lucas Emanuel (27), el hijo del corazón de la pareja, al que criaron desde que tenía apenas días, y que es el motivo de sus vidas -de las de Justino y Mirta-, es dueño de una Suzuki Vitara que le compraron sus padres. Pero Justino se mueve en un Sandero 0km., y tiene también un auto que, a esta altura, ya es de colección: "Si, un falquito '86 (Falcon) que lo tengo hecho una joyita", alardea. "Luquita (en realidad tremendo oso el muchacho) sabe boxear muy bien, pero mejor que no lo haga", agrega la mamá.
El momento de disfrutar.
De verdad me da mucho gusto verlo ahora a Justino. Sereno, relajado, con la casa y la pileta llena de amigos... disfrutando de un buen pasar. Y me alegra. Mucho me alegra.
Quizás porque sé que el boxeo ha sido mirado por mucho tiempo como una oportunidad para que los chicos y adolescentes salgan de la calle y de la miseria. Pero sé también que están los que lo denostan como deporte, señalando secuelas adversas de su práctica. Y en algún caso la triste condición en que han quedado algunos boxeadores que supieron de momentos exitosos, dan pábulo a esas críticas.
En la generalidad de los púgiles pampeanos, por suerte, eso no ha sido así. Y por el contrario fueron mayoría los que terminaron su carrera y pudieron construir una vida cómoda y apacible, convirtiéndose en vecinos queridos y respetados. El de Justino es un ejemplo clarito de eso... y da gusto contarlo. Claro que sí.
El hombre debe ser agradecido.
Anduvo siempre por allí, cuando no había droga ni los peligros que la calle encierra por estos días. Justino, como otros vagos (vagos buenos, andariegos), supo de protagonizar mil anécdotas.
Alguna vez donde está hoy el edificio del Instituto de Seguridad Social solo había un gran baldío. En esa esquina iba después de lustrar zapatos en El Águila, y allí se prestó a una experiencia que no cualquiera... "Había un vendedor de ´'chucherías', que como atractivo tenía ahí, a mano, una enorme boa... sí, un reptil inmenso, e invitaba a que alguien se la pusiera alrededor del cuello... ¡Y claro que me animé! No una, varias veces... al final el tipo ya me presentaba como su 'secretario', y yo chocho con ese 'abrigo' en el cuello. Creo que tenía trece años". Y se ríe con ganas Justino.
Es un tipo agradecido, y cuenta algunas cosas bravas. "Cuando mi viejo se enojaba yo me iba a dormir a la alcantarilla de la Avenida Roca, hasta que pasaba el 'Brujito' Cabral y me llevaba a su casa, a una cuadra, y me hacía entrar por una ventana... Me acuerdo de la 'Chana' (la mamá de los Cabral) gritándole: '¡Beto, Beto! (así le decían al Brujo), no habrás hecho entrar a alguien...'. Mirá si la ibas a pasar a la 'Chana'. Pero igual me dejaban dormir ahí", rememora.
Se le llenan los ojos de lágrimas cuando evoca que "no tenía ni para los vendajes y Carlitos Prieto me daba 20 pesos para que comprara. Pero hubo muchos que ayudaron, como Miguel Checchi, o Nelfi Rulli que me daba de comer y dormir, y Fidelito Bretón que me llevaba gratis en el colectivo. Tengo que agradecer a tanta gente...", cierra.
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