Martes 23 de abril 2024

El cartero que resiste los tiempos del mail

Redacción 14/06/2022 - 07.00.hs

Ya no existen más aquellas cartas manuscritas. Esas que se garabateaban a veces con letras desprolijas, aunque también estaban las que ofrecían una esmerada caligrafía. Ni hablar de las que se hacían con aquellas lapiceras de pluma de los principios del siglo anterior, hasta que aparecieron las biromes.

 

Pero tampoco se ven las otras, las que se escribían en esas máquinas que son hoy objeto de museo como las Olivetti, las Remington y algunas otras...

 

Cambiaron los tiempos y de la mano de la tecnología que arrasó con aquellas "antigüedades" vinieron las computadoras, los celulares que modificaron la manera de comunicarse. Porque hoy cualquiera se contacta a miles de kilómetros de distancia y no sólo se habla sino que, además, se puede ver al interlocutor.

 

Se podría pensar que a partir de los nuevos tiempos hay otro oficio en extinción, el del cartero. Pero esto no es así, por lo que se puede saber.

 

Por allí circulan -generalmente en bicicleta o en moto- los carteros de la nueva generación, aunque algunos todavía quedan de otras épocas cuando eran parte del paisaje citadino.

 

Las viejas cartas.

 

En décadas anteriores los carteros fueron queridos y emblemáticos personajes de los pueblos; porque eran esos vecinos que cumplían una función determinada y llegaban con su carga al domicilio de cada uno para dejar las cartas... las que eran un intercambio epistolar en los que tanto podían contarse cuestiones familiares, como otros motivos de esos que se revelan con la amistad. Y obviamente eran también un vehículo para expresar cariño, o amor, por otra persona. Seguro que más de un lector o lectora debe atesorar en un cofrecito de los recuerdos una de esas cartas donde se revelaba un sentimiento... cómo que no.

 

¿Todos hombres?

 

Santa Rosa tuvo, obviamente, sus carteros históricos. Todos hombres -nunca se supimos de alguna mujer que cumpliera esa tarea (sí alguna estuvo a cargo de alguna estafeta postal en un pueblo)-, entre los que cabe mencionar entre otros a Beto Montigni, que era el jefe de los carteros; Carlitos Calderón; "El Sapo" Villafañe, Carlitos Peláez; Juancito Mill y Pablo Susvielles.

 

Hoy en día los carteros "a la antigua" distribuyen cartas -generalmente documentación, facturas de empresas, etc.-, aunque ha disminuido en gran manera todo lo que sea despachos en papel. De todos modos su trabajo no ha decrecido, porque lo que sí transportan en buena cantidad son encomiendas, cajas y paquetes, y ya se verá por qué.

 

Cotidianamente se puede ver en la ciudad a una persona -una más del staff del Correo- que recorre las calles con su carga postal. La bicicleta se subirá a la vereda y el cartero conversará brevemente con el vecino al que le esté dejando su carta; pero también se detendrá unos momentos a echar una parrafada con el encargado de un edificio; y saludará a diestra y siniestra porque es un personaje que todos están acostumbrados a ver.

 

El cartero del centro.

 

Se llama Roberto Guillermo Schneider (59), Ruso o Beto para casi todos; y es el cartero del centro de Santa Rosa. Una persona amable, conversadora y un laburante de todos los momentos, porque empezó a trabajar con sólo 12 años en su San Vicente natal (provincia de Santa Fe). Pero Beto además es, hoy en día, uno de los trabajadores del Correo más antiguos, porque hace nada menos que 33 años que recorre las calles. Y vaya entonces si es alguien que los vecinos deben percibir como un viejo conocido.

 

Llegó a La Pampa junto a su familia, y desde ese momento trabajó "de lo que viniera. Nadie me va a enseñar qué es el laburo porque desde los 12, cuando terminé la primaria, siempre trabajé. Allá en San Vicente en la fábrica de cosechadoras Senor, donde estuvo mi papá muchos años. ¿Qué hacía? Manejaba una 'zorrita' en la fábrica repartiendo repuestos, correas, poleas, motorcitos, burros. Lo que sea".

 

En Santa Rosa se desempeñó al principio "en Transporte Don Manuel, manejando un camión a Bahía Blanca. Hacía de comisionista, trayendo encomiendas; pero además cualquier changa que salía le metía para adelante: de albañil, cortaba yuyos, hacía asados en eventos, pintaba casas... "Me había comprado un terrenito pero no tenía un mango para construir así que había que trabajar", dice dando cuenta que eso era para él lo más natural del mundo.

 

Rememora que después de hacer el Servicio Militar le quedaron amigos -ex compañeros de colimba- que trabajaban en el Correo, y siempre que lo saludaban le hacían alguna broma, pero de paso le sugerían: "Ruso, ¿querés entrar al Correo? Andá que te presento", le decían.

 

"Y bueno, pasó que una vez que me quedé sin laburo me acerqué y pedí que me presentaran. Hablé con un jefe y me dijo 'mañana empezás de cartero'. Eso fue el 29 de junio de 1989... sí, en pocos días se van a cumplir 33 años, y es un buen tirón. ¿No es cierto?", pregunta sabiendo la respuesta.

 

El trabajo no decrece.

 

Le asignaron un sector que es más o menos el mismo que tiene hoy: desde Avenida Uruguay a Alvear, y de Coronel Gil a Pellegrini. En ese rectángulo lleva realizados miles de kilómetros con su bicicleta, y debe haber entregado un millón de cartas en tantos años. "No sé si habrán sido tantas, pero fueron muchas", se ríe. "Al principio nos daban unos bolsos en los que llevábamos la correspondencia, después unas carteras... pero ahora hay mucho trabajo con Mercado Libre, y tenemos que repartir paquetes a veces un poco grandes; pero también cartas documento, intimaciones, material delicado y hay que hacerse cargo".

 

Su desempeño estuvo signado por la responsabilidad. "Cuando ingresé entraba a las 7 de la mañana y el horario era hasta las 15; pero si era necesario porque no había acabado de repartir me quedaba hasta que terminaba. Pero ojo! Ahora hago más o menos lo mismo, porque soy de los que creen que hay que cuidar la fuente de laburo", afirma.

 

Beto Schneider rememora sus más de tres décadas en el Correo, y recuerda a muchos de quienes fueron -algunos aún lo son- sus compañeros de tareas: "Me acuerdo de Carlitos Calderón, Chiquín Moreno, Juan Sosa, Juan Carlos 'Topo' Fernández, Miguel Domke, Horacio Lambert, Beto Montigni, El Negro Chapado, los hermanos Miranda, Juancito Mill, César Perversi...".

 

Gastando zapatillas.

 

Cuando conversamos con El Ruso estaba acompañado por Mimí Martínez, su esposa, quien es la que comenta algún aspecto risueño. "Porque así como se lo ve a veces se enoja, parece una tontería pero le da mucha bronca cómo se gastan sus zapatillas en el trabajo", señala.

 

Y es el mismo Schneider el que aclara: "Lo que pasa es que me compré una bici nueva y cuando aplico los frenos se quedan pegados a la rueda y es todo un tema tener que desengancharlos, así que agarré un hacha y le corté todo el sistema. Y bueno... freno con las zapatillas y la verdad, me sale un presupuesto", sonríe ante la revelación de su esposa.

 

Con Mimí se conocieron "de por allí", y como ambos eran separados se pusieron de novios. Los dos tienen hijos ya grandes, así que tienen todo el tiempo para dedicarse el uno al otro.

 

"Bueno, como yo al Registro Civil entraba cuando quería, por esto de llevar correspondencia, un día le dije a Mimí que estaba en ese momento trabajando en la Galería Tabelión: 'vamos a casarnos. Mañana saco turno. Y llevamos seis años. No le avisamos a nadie: estaban el juez, algunos compañeros del Correo, y unos tíos míos que vinieron. Como nos quedaban algunos días de vacaciones -el juez nos casó a las 9 de la mañana-, agarramos la camioneta (una Partner) y arrancamos para Cataratas".

 

Se les nota que se entienden con sólo mirarse, y que tienen una convivencia casi ideal. "Nos gusta mucho pasear, y como estuvimos dos años sin salir por este tema de la pandemia ya nos estamos preparando. Hemos estado en el Norte, en Salta y Jujuy, en Bariloche y otros lugares del sur; y ahora para algún lado vamos a arrancar para pasarla bien", coinciden.

 

Lo que viene

 

Volviendo a su trabajo, Beto dice que no se siente "ni cansado ni nada. Sé que vendrá la jubilación, pero no la espero todavía, aunque el tiempo pasa y podría parecer que no quiero asumir que llego a los 60 y las cosas ya no son igual que antes. Si habré encarado los fríos, que son lo peor; pero también el calor y la lluvia. Es verdad que ahora me duele todo y sí, me molesta el frío, el viento, el calor. ¡Todo! Nada me viene bien", y se ríe con ganas.

 

Él es uno de esos carteros "a la antigua", de los que charlaban con los vecinos, con los encargados de los edificios (o con quienes trabajan allí, como Mimí, hoy su esposa), y que eran recibidos como personas queridas, recibidas de la mejor forma. Hubo otros tiempos que en las familias se vivía con expectativa el momento posterior a escuchar el clásico "¡Cartero!". Podría ser que un familiar, algún amigo o amiga -o algo más- hubiera enviando noticias escritas de puño y letra... Y sí, un poco de nostalgia provoca saber que esto -ciertamente- no existe más. Que se trata de una verdadera antigüedad que las nuevas generaciones ignoran que existió.

 

El primer cartero

 

El Día del Cartero se conmemora cada 14 de septiembre en homenaje a Bruno Ramírez quien, en esa fecha pero de 1771, fue el primero en desempeñar el oficio en Buenos Aires, en la época del Virreinato del Río de la Plata. Hay que decir que la correspondencia en sí, se remonta a 1514. Unos 250 años antes ya existía la correspondencia con el primer correo mayor de las Indias, tenía sede en Lima. Había una suerte de postas a caballos y desde ahí se distribuían las cartas a la Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay y Perú.

 

Pero en Buenos Aires, el argentino, el primer oficial, fue Bruno Ramírez. De todos modos, en esa época las cartas no llegaban a domicilio. Cada persona debía ir a retirarlas a un lugar determinado. Y, por supuesto, las tardanzas en esa época eran bastante considerables. (M.V.)

 

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