Domingo 28 de abril 2024

“Cachito” Otero, campeón de la vida

Redacción 23/12/2023 - 10.37.hs

Abel “Cacho” Otero caminaba lento por el centro de la ciudad, cuando de pronto advirtió que desde atrás alguien le hablaba… y por eso girando la cabeza sonrió afable por debajo de sus característicos bigotes. Y entonces largó su clásica muletilla: “¡Cómo estás papá!”.

 

Fue un encuentro casual, y la charla sobrevino naturalmente. “Hace rato que no manejo auto, porque ya tengo 88 y no me dan el carné… así que tengo que caminar”, dijo a modo de explicación. El interlocutor que se ofrece a llevarlo hasta su casa… “Pero antes pasemos por La Capital a tomar un café”, le dice, y “Cacho” accede gustoso.

 

El hombre, grandote –pero no tanto como en sus años mozos-- recibió en ese instante una sorpresa, porque amigos de toda la vida, del barrio algunos, del deporte otros, y de la vida todos, lo abrazaron con verdadero afecto. En tanto “Cacho” –”El Oso” Otero para muchos-- mostraba esa sonrisa que parecen llevar en banderola los buenos tipos.

 

“Cacho”, un personaje.

 

Y tiene que resultar agradable para cualquiera ser reconocido en la calle y sentir, a cada paso, que hay mucha gente que lo quiere. Es que Abel Otero –”Cacho” o “El Oso”-- es una parte de la historia de la ciudad, y una persona querida como pocas. Porque ha sido, es en realidad, un gran tipo.

 

Se trata de un hombre recontra conocido, dueño y protagonista de cientos de anécdotas, algunas en las que verdaderamente participó y otras que le fueron adjudicadas por la barra de amigos que lo trató desde siempre.

 

Hoy, con sus 88 años, “Cacho” camina las calles, ahora más lento, saludando a decenas de personas que tienen para él una frase, el recuerdo de alguna anécdota, , y que le demuestran el respeto que supo ganarse por su hombría de bien.

 

¡Hombría de bien! Vaya frase antigua... ahora que la escribí se me ocurre desmenuzar un poquito más qué significa. Pienso que son palabras que –como en este caso-- refieren a la honradez, a la rectitud, a la integridad moral de una persona.

 

La familia Otero.

 

Abel Ramón Otero nació en General Pico --”el 31 de agosto de 1935”, precisa--, y sus padres fueron Juan (sargento de Policía de la época del Territorio), que recorrió varios pueblos hasta afincarse en Santa Rosa; y Juana, una gran laburadora que atendía “La pensión de la abuela”, que la familia tenía en la misma casa donde vivían, en González casi Juan B. Justo. Pero también tuvieron un kiosco y hacían viandas para afuera.

 

Dora de Palma, fue maestra, era la mayor de los hermanos Otero; después vino “Cacho”, y luego “Yaya” que supo trabajar en el Banco. Nuestro querido personaje y amigo tuvo con su esposa Nélida Moldovan (la visita día por medio en la residencia donde está internada), dos hijos: Claudio y Jesús, que le dieron tres nietos: Valentín (29), Lucio (2516) y Ema (12).

 

Una gran pena.

 

Claudio --el mayor de los retoños--, ha sido un enamorado de la vida en naturaleza, reside en Córdoba y viene seguido a Santa Rosa. Jesús hoy está complicado de salud por una mala praxis: “Lo operaron y quedó en una silla de ruedas, y por eso todo el día recibe atención médica”, dice con la voz temblorosa y realmente conmovido “Cacho”.

 

Y duele escucharlo… “Por qué el destino me ha castigado tanto...”, se pregunta sin encontrar respuesta. Y claro, para un hombre bonachón, íntegro, amigo de sus amigos, es una situación inexplicable.

 

Trabajo, fútbol y boxeo.

 

“Cacho” es uno de esos personajes populares de la ciudad. Fornido ex boxeador en sus años juveniles, se lo recuerda vestido de Granadero cuando le tocó el Servicio Militar. Hizo primaria en la Escuela 38 “Enriqueta Schmidt”, que funcionaba en Don Bosco y González ---allí está hoy la carnicería de Izcue--; y enseguida nomás empezó como cadete en el Molino Werner. A los 18 ingresó a Casa de Gobierno, primero en el Registro de la Propiedad, para terminar en Comunicaciones, en la Red de Presidencia como subjefe de la dependencia.

 

Entre sus muchas actividades con su hermano “Yaya” tuvieron a cargo la cantina del Club El Círculo .--donde toda la vida se timbeó--, y también una parrilla allí donde está su casa (Martín Fierro 1060), donde paraban los colectivos de Chevallier. Pero además atendió la cantina del Club Argentino –“es mi club”, dijo por estas horas, aunque fue masajista de planteles de fútbol en algunos otros clubes de por aquí--, y de Fortín.

 

Fue arquero.

 

Alto, pintón, el bigote finamente recortado, “Cacho” gustaba cuando joven de la milonga, de la juntada con amigos, y sobre todo los del deporte.

 

Le hizo al fútbol porque era el mandato del barrio, cuando en el baldío del frente de su casa –donde armaban sus carpas los circos cuando llegaban a Santa Rosa-- se reunían los cracks de la época los sábados, para jugar un picado fantástico... aunque el domingo había que ponerse la oficial de All Boys, el Deportivo Penales, Atlético Santa Rosa, Argentino FBC, o el club que fuera. Multitudes seguían esos partidos de aficionados donde se podían ver al “Potro” Lupardo --gran goleador de la época--, Edilio Zabala, “El Negro” Vitale, Ponce de León que jugaba en la primera auriazul, “Pirulo” Cardoso --figura de Santa Rosa--, y el “Sapito” Villafañe, entre tantos.

 

Abel era arquero, alguna vez defendió la valla de Atlético Santa Rosa, y también la del Argentino (“Es mi club”, ratifica ahora) donde su papá era directivo.

 

Cachito boxeador.

 

La llegada a Santa Rosa de Walter Nieto Duplaint fue un hito para el pugilismo lugareño. El Club Santa Rosa tenía sus instalaciones enfrente del Asilo de Ancianos (hoy calle Don Bosco, antes Vallee). Allí, en una suerte de galería --sólo un techo sin paredes-- se colgaban las bolsas para entrenar, y se podía ver entre otros a Walter, “Cacho” y “Chito” Teves, todos a órdenes de Liberato Fernández.

 

Alguno recuerda que “boxeaba muy bien Cachito, y sabía muchísimo”. Hizo varias peleas, y quedaron decenas de anécdotas, algunas que nadie puede asegurar que sucedieron. Aunque los vagos de la banda que integró siempre se las adjudican a él, quizás porque sabían que se calentaba, o hacía que se calentaba…

 

“Cuidado con el cable”.

 

Dicen que una vez, en Mendoza, le tocó un duro rival, y al terminar el primer round Cachito llegó al rincón y advirtió: “Muchachos, tengan cuidado, porque me parece que pisé un cable, o algo así... me agarró electricidad”.. Y vino la respuesta: “No, Cachito, te comiste un terrible piñazo en la pera”. Cuando lo contaban se reían mucho sus atorrantes amigos.

 

Hugo Daniele fue uno de los primeros púgiles profesionales pampeanos, que brilló en el ring de Fortín. Una noche tenía a “Cacho” de ayudante en el rincón, que si bien no le decía mucho desde lo técnico sí lo alentaba: “Bien Cabezón querido... ¡qué pelea estás haciendo! ¡Como te quiero! ¡Dale que lo tenés!”. Cuentan que el bueno de Daniele le respondió a “Cacho”: “Está bien, pero controlá al referí, porque alguien me está pegando, y mucho…”.

 

Entrenador, árbitro y masajista.

 

Fue entrenador junto a Chito Teves y Walter Nieto, y los mejores púgiles de aquellos tiempos estuvieron con ellos. Entre esos “Golepa” Cabral, “El Indio” Paladino y Miguel Angel Campanino.

 

“Cacho” también fue árbitro en más de una noche fortinera. La vez que “El Zorro” Campanino perdió el invicto frente al cordobés Osvaldo Piazza --Miguel venía volteando muñecos-- Otero fue el referí, y ante una lesión en un hombro del pampeano, cuando transcurría el 7º asalto, le contó los 10 hasta el nocaut. Hubo confusión, reproches, y desde ese día “Cacho” –aunque había hecho lo correcto-- no volvió a treparse a un ring. Debe haber sido un momento difícil para él.

 

Anécdotas risueñas.

 

En Casa de Gobierno trabajaban muchos vinculados al boxeo: “Cacho, “Chito”, “Golepa”, “Toscanito” Macedo... e improvisaban historias. Señalan que fue entre Otero y “Golepa” que dijeron que “Toscanito” había comprado una heladera que se la sacaron en tres meses por falta de pago: “Fuiste mía un verano... fuiste mía un verano", le canturreaban el tema de Leonardo Fabio cuando Macedo pasaba.

 

“Toscanito” se iba a vengar, y no tuvo mejor idea una mañana que salir a decir que “El Oso” había muerto. Las comunicaciones no eran lo que hoy, y todo trascendía de boca en boca. “Chito” Teves, cerca del mediodía, fue a la casa de Otero a saludar, alguien le abrió la puerta y lo vio: “Cacho” estaba sentado con una servilleta en el pecho frente a un tremendo plato de tallarines. Había sido una mentira más --de dudoso gusto-- de aquella banda que siempre inventaba alguna...

 

Después “Cacho” actuaría como siempre: agarraría al bromista de la oreja y le diría: “¡Te quiero mucho, cómo te quiero!”, y ¡paf, paf, paf...!, le metía un par de cachetazos con esas manazas que Dios le dio.

 

“Cacho” y el deporte.

 

El deporte ha sido su vida, lo sigue por televisión y es loco por Boquita... Muchas de sus anécdotas tienen que ver de cuando fue masajista, de Atlético Santa Rosa, All Boys y la Selección de la Liga Cultural. Cuando había una trifulca, los 120 kilos de Cacho entrando a la cancha revoleando un toallón blanco bastaba para que volviera la calma. “Nunca le pegó a nadie!”, recuerda Juan Carlos Carassay.

 

“Cachito” Otero… ahora ya camina lento (diría Piero), pero allí va, saludando a todos los que lo reconocen, y recibiendo el afecto que supo ganarse… Porque fue boxeador, masajista, laburante honesto y buena gente, y por todo eso lleva de la mejor manera la corona que nadie le puede quitar: ¡”Cachito”, campeón de la vida.

 

Ha sido de esos tipos simples, queridos por todos, que andan sin estridencias, tratando de no llamar la atención, de no caer en la altivez… y por eso no tiene contras.

 

Boxeador que llevaba gente.

 

Cuentan que Otero iba a pelear en Fortín Roca, que se había caído una pelea profesional y él quedaba así como centro de la programación. Un amigo sostiene que “Cacho” se agrandó un poquito y puso una condición: “Quiero un rival que lleve gente”.

 

Aquella noche hizo un buen combate ante un púgil rudimentario que casi no lo exigió. Parecía que al hombre lo habían encontrado en una esquina cualquiera de Buenos Aires y como era grandote le ofrecieron venir a pelear a Santa Rosa.

 

Por eso al final “El Oso” Otero se quejó a los organizadores: “Les había pedido un rival que llevara gente...”, reprochó.

 

Y vino la rápida respuesta de un organizador: “Y no te mentimos, ‘Cachito’, el que peleó con vos es colectivero de la línea 60 en Buenos Aires… ¡Mirá si lleva gente este tipo!”. Tuvo que escaparse por la ventana el gracioso ante la bronca del “Oso”.

 

(M.V.)

 

' '

¿Querés recibir notificaciones de alertas?