Viernes 26 de abril 2024

Llegó el final para el Kiosco Dip

Redacción 11/08/2023 - 12.46.hs

“La paso muy aburrida, porque extraño mucho al kiosco. Fueron 62 años de atenderlo todos los días, desde las 7 de la mañana a las 12 de la noche”, dice un poco apenada Norma Gladys Dip (86). Es que el histórico comercio, ubicado en la esquina de Villegas y Escalante, que fue atendido por ella por una pequeña ventanita en los últimos años, dejó de ser. Cerró sus puertas.

 

Sentada a la mesa del comedor, con un libro de “Cuentos” de Edgar Allan Poe, nos atiende con amabilidad. Es que, pareciera, la conversación también resulta una buena oportunidad para mitigar esa sensación de pasividad que cada tanto le gana. “Sí, leo y miro televisión: las novelas de la tarde, y a la noche ‘Los 8 escalones’ o algún otro programa que me entretiene”, resume.

 

Un jalón en la ciudad.

 

No debe haber habitante de la ciudad que no lo conozca, y también –y de paso- toayenses que alguna vez no hayan esperado el micro que une la capital con la vecina localidad en esa misma esquina…

 

Y vaya si mueve a la nostalgia. Porque Santa Rosa creció a un ritmo vertiginoso y las cosas van cambiando abruptamente. Y así vemos por allí antiguas casas que son compradas y de manera inmediata la piqueta hace lo suyo: deja el lugar absolutamente limpio para que se construyan edificios de departamentos, o locales comerciales.

 

La fisonomía se va modificando, y donde supo haber negocios emblemáticos hoy hay otros –quizás más modernos--, obviamente sin la carga de historia ciudadana de los que lo precedieron.

 

El cierre definitivo.

 

Y sería el caso de este local que, luego de más de seis décadas de aparecer como jalón de una época de otra Santa Rosa, ha cerrado definitivamente sus puertas.

 

El pasado viernes 4 de agosto se dio de baja –por pedido de su propietaria- la licencia comercial en la Municipalidad de Santa Rosa. “Mis sobrinos hicieron el trámite y oficialmente el kiosco dejó de existir…”, dice no sin cierta congoja –disimulada apenas por una sonrisa- Norma Dip.

 

La familia Dip.

 

Hija de Kasim Dip -llegado desde Damasco, capital de la actual República Árabe Siria en 1902-, y de Aguedita Miranda de Macachín, Norma es una de las cuatro mujeres del matrimonio, familia que completan otros cinco hijos varones. “Yo no me casé y no tengo hijos… pero sí diez sobrinos que todo el tiempo se están ocupando de mí”, dice ante la mirada de María Angélica (Mary), la mujer que la cuida amorosamente en horas de la mañana.

 

Como muchos venidos de aquellos lugares –a los que equivocadamente se les llamaba “turcos”--, don Kasim andaba vendiendo ropa por los pueblos, y así conoció a Aguedita con la que se casaría luego para formar una gran familia.

 

Kasim, el comerciante.

 

Con el tiempo Kasim dejó el carro tirado por caballos para establecerse en esa misma esquina de Villegas y Escalante. “Primero salía a vender ropa casa por casa con dos valijas, y después se decidió por abrir la tienda ‘El Obrero’. Fue desde 1945 hasta que falleció en 1960”, cuando la familia decidió pasar al rubro de kiosco. Y ahí estuvo el Kiosco Dip durante tantos años. Como una referencia, porque en esa misma esquina se congregaban –y aún lo hacen-- muchas personas que abordan el micro para ir hacia Toay, o a la zona de quintas. Allí está la parada del ómnibus, y en la época que el recorrido era realizado por la Empresa el Indio, de Rubén Dosio, en el kiosco --cuenta Norma-- “se vendían los abonos para viajar. La gente venía a cualquier hora a comprar, capaz que a las 11 de la noche, así que Dosio nos dijo que los vendiéramos en un horario determinado”.

 

Atendiendo por una ventanita.

 

Norma y su hermana Elvira, quien además trabajaba en Jefatura de Policía –falleció hace algún tiempo-, eran las encargadas de atender el comercio. “Antes la gente ingresaba al local, pero después por una cuestión de seguridad empezamos a vender por esa ventanita”, señala la abertura que da a calle Villegas.

 

Mira hacia atrás y le vienen los recuerdos: “No sé bailar…”, confiesa, y evoca que cuando jóvenes las salidas favoritas con sus hermanos “era ir a la plaza San Martín” –a dar la clásica “vuelta del perro”-, y los miércoles prepararse para ir al cine Marconi los días que daban cine nacional. “Me gusta mucho el cine nacional, y ahora cada tanto miro el canal Volver donde pasan… pero a veces repiten mucho las películas, tanto que algunas me las conozco de memoria”, se ríe.

 

Vestigios de un kiosco.

 

Volviendo al kiosco, desde el lugar donde está sentada se ve una puerta interior que da al que hasta hace unas semanas era un comercio de plena vigencia. Norma, pese a que tiene dificultades en las rodillas –“artrosis, que me obliga a usar el andador”, dice- acepta trasladarse al lugar donde trabajó tantos años.

 

Ingresa y señala… “Ahí está caja registradora, la caramelera, aún quedan golosinas, algunos mapas que los chicos venían a comprar de las escuelas… atados de cigarrillos Chesterfield que pareciera ya nadie va a fumar.

 

El exhibidor del antiguo chicle “Adams” -¿aún se siguen vendiendo?-; y en las impecables estanterías –están en muy buen estado-, quedan algunos que otros juguetes, unos pocos chupetines “Paragüitas” y las clásicas “Mentitas” que nos convida y que el fotógrafo (Milton) acepta gustoso y consume con ganas.

 

Más que clientes, amigos.

 

Norma mira en derredor y por un momento se advierte tras sus anteojos un dejo de tristeza… y no es para menos. Son 62 años que pasó allí dentro, haciendo de sus clientes amigos, “porque son tres o cuatro generaciones que vinieron a comprar aquí”. En un momento se acuerda que en la misma cuadra (sobre Villegas) “vive Verónica, la mamá de Pato, Javier (‘El Colo’) y Marita Mac Allister… cada tanto ellos vienen a saludar, y son muy buenos vecinos”, afirma.

 

Por qué cerrar.

 

Aunque como quedó dicho tiene algunos problemas en sus rodillas que le impiden desplazarse con comodidad, hay que decir que luce muy bien y sumamente lúcida: “Es que es así. Salvo esto me siento bien… que les diga Mary (la chica que la cuida), como de todo y no tengo presión ni ninguna otra cosa. Lo único que ahora extraño mucho el kiosco”, se lamenta,

 

¿Y por qué se produjo el cierre? “Fueron los médicos y mis sobrinos que me dijeron que ya era hora de decir basta de manejar el auto, y basta del kiosco… y bueno: ahí está el auto parado en el garaje (Honda Fit), y ahora el kiosco cerrado. Tuve que hacer caso, pero hasta que cumplí los 86 manejé sin ningún problema”, alardea.

 

Médicos engañados.

 

Se divierte contando que engañó a los médicos (Pizarro y Perasi)… “Les pedí permiso para abrir mediodía nada más, para entretenerme, y me dijeron que sí… Pero la verdad es que lo atendía todo el día. Una vez vino uno de mis sobrinos y le dije que me había olvidado de cerrar la ventana… y me retó: ‘¡Es mentira que está cerrado tía! ¡Estás atendiendo!”, rememora y sonríe con picardía.

 

Pero ahora sí. Llegó el final. El Kiosco Dip pasará a ser un recuerdo. Como tantos otros sitios que alguna vez marcaron el pulso de la ciudad. Pero se advierte que la modernidad va imponiendo modificaciones. Y es verdad, cambia, todo cambia… (M.V.)

 

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