Miércoles 17 de abril 2024

Murió Saúl Santesteban, periodista y maestro de periodistas

Redacción 24/01/2022 - 01.09.hs

Es imposible escribir la historia de La Arena de los últimos cincuenta años sin señalar el papel central que en ella cumplió Saúl. Perteneció a la generación que le dio a La Arena su moderna impronta periodística y empresaria. Junto a Rosalba D'Atri, su esposa, lideró el posicionamiento de la hoja fundada por su suegro como el diario de referencia de La Pampa.

 

Se incorporó a la redacción antes de cumplir treinta años, y no dio por terminada su tarea sino cuando su edad le impidió seguir el trajín al que la redacción lo obligaba bien entrados en sus 80 años. (Pero aún distanciado de su querida Redacción, siguió en la radio despuntando el vicio de hablar de tango y política). En ese medio siglo largo su pluma inconfundible le dio jerarquía a la opinión editorial de La Arena y le puso su sello a un estilo periodístico que tendría con él su lugar en la página 8. No hubo tema de interés público que no conociera su opinión. Contribuyó desde allí al debate de todo lo que preocupaba a los pampeanos con su opinión que, además de alertar sobre los problemas comunes, solía ser una guía acertada para quienes tenían en sus manos tomar la solución en sus manos..

 

Además de editorialista, tenía el don poco común de poder sintentizar con un título, toda la dimensión de un hecho y, al hacerlo, darle a sus lectores la capacidad de resumir en él toda la importancia de ese acontecimiento. El recordado "Canje de un río por un caño" con que tituló la nota en la que se informaba del ruinoso acuerdo con Mendoza por el que se le cedía la propiedad de los Nihuiles a cambio de un acueducto para localidades del oeste es, aún hoy, la síntesis de las consecuencias nefastas que tuvimos que pagar los pampeanos por aquélla decisión.

 

Tenía en esa tarea algo de la irreverencia del Gringo Maraschini y la capacidad argumental de Raúl D'Atri, que amalgamadas en él daban como resultado artículos y editoriales la solidez periodística que lo caracterizó.

 

Su infancia

 

Saúl, hijo y nieto de los primeros pobladores de Intendente Alvear, había nacido, no obstante, en Huinca Renancó, Córdoba, adonde la familia se había radicado siguiendo el "exilio" político de su padre, don Víctor Santesteban, conspicuo dirigente conservador del norte pampeano "corrido" por los radicales que, en esos años, "pedían el pueblo" a los que perdían elecciones. Así, sus primeros años mezclaban recuerdos de su infancia cordobesa en los duros años de la sequía cuando con su hermano Luis, recordado funcionario del Instituto Provincial Autárquico de la Vivienda de La Pampa, solían pasar el tiempo contando los cardos rusos que pasaban de a miles por las calles de Huinca.

 

De vuelta a Intendente Alvear, su padre retomó la actividad agropecuaria y de martillero en remates ferias de la casa Demetrio Bravo y Cía, y Saúl iniciaría sus primeros pasos en el aprendizaje del bandoneón, instrumento que, luego le permitiría llevar el pan a su mesa familiar cuando, una vez instalado en Santa Rosa y casado con Rosalba D'Atri, la situación económica de La Arena, no le permitía redondear un ingreso que su creciente prole le requería.

 

Terminada la primaria fue a estudiar el bachillerato comercial pupilo junto a su hermano en la "Escuela Sánchez" de General Villegas de la que egresó. Un año después, como integrante de la Clase 1930, hizo el servicio militar en el regimiento Regimiento de Caballería de Exploración de Montaña 4 que, gustaba recordar, había sido creado nada menos que por el general Juan Galo Lavalle en 1825.

 

Su inicio en el periodismo

 

Concluido el servicio militar se radicó en Buenos Aires invitado por su amigo y mentor, Héctor "El Viejo" Crenna, recordado cooperativista de Intendente Alvear, para trabajar en la empresa que había ganado la concesión de la provisión de alimentos a los trabajadores de la obra de construcción del Aeropuerto Internacional de Ezeiza durante el gobierno de Juan Domingo Perón.

 

Fue así testigo de las movilizaciones y la transformación social y económica y del empuje a la obra pública del peronismo que, aunque fue crítico de ese gobierno, no dudaba en destacar que la irrupción de Perón en la política había marcado el ascenso social y político de las masas. "Si Perón hubiera respetado los derechos hubiéramos sido todos peronistas", diría muchos años después, cuando se le preguntaba por qué no era peronista si había sido testigo de ese avance.

 

La Revolución Libertadora lo encontró del lado de los que sintieron un alivio con la caída de Perón, pero, como a Rodolfo Walsh, lo que vino después le permitió hacer una autocrítica de aquél momento de quiebre institucional y la diversidad de intereses que se coaligaron para quebrar el orden constitucional.

 

Llega a Santa Rosa como empleado de la Dirección de Asuntos Municipales y aquí conoce a Rosalba, hija de Raul D'Atri que para esos años hacía ya casi una década que había resuelto cerrar La Arena. Se casó el 6 de enero de 1957 y, por después formó parte de la segunda generación de periodistas que acompañó al fundador en la reaparición de La Arena junto a Omar Maraschini, y el grupo de jóvenes que le dieron impronta a la segunda época de esta hoja.

 

Su ingreso a La Arena lo marcó decisivamente. Con 26 años, diría años después, había encontrado sus dos amores, que lo acompañaría toda su vida, su pareja y su profesión.

 

Poco a poco, pasó de cubrir la información deportiva a ser cronista parlamentario y a incursionar en temas políticos y sociales. Como todos, en aquéllos años de la segunda fundación de La Arena, se hacía de todo: desde sociales a policiales, y desde parlamentarias a cables. Fue testigo privilegiado de una época que marcó a fuego a La Pampa y a la Argentina en ese hervidero de ideas que fue la década del 60. Fue cronista parlamentario de la discusión y sanción de la Constitución pampeana de 1960 que le dio a esta provincia su segunda carta magna.

 

Gran lector de historia, ensayos y novelas, tenía la rara virtud, heredada de su familia, de recordar cada libro que había leído (solía hacer gala de esa memoria recitando medio siglo después de memoria los artículos de Código de Comercio que había estudiado en Villegas en su adolescencia).

 

Esa capacidad le permitió publicar una serie de notas en los 80' que llamó "Historia y política" y donde, aprovechando su vasta cultura histórica, reflexionaba en los albores de la recuperación democrática, sobre los experiencias políticas a lo largo de la historia.

 

El Músico.

 

Pero si el periodismo fue el hallazgo de una inagotable cantera donde poner a prueba su capacidad de observación, fue la música la forma que tuvo de compensar la crudeza de la realidad con un arte al que le dedicó siempre sus momentos de reposo. Todos los días de su vida, regresaba a su hogar al mediodía y a la noche y la casa se llenaba de los acordes de su querido fuelle al que no solo le arrancaba acordes tangueros sino que gustaba de interpretar los clásicos de la música.

 

Desde sus 12 años había salido con el "Doble AA" nacarado de gira con orquestas de tango de Intendente Alvear, Ingeniero Luiggi y la zona a tocar en dos y hasta tres bailes por noche, la mayoría de las veces en dos o más pueblos. De esos años le quedó su costumbre noctámbula y su despertar ya bien entrada la mañana. Su pasión por la música no se agotaba sólo en la interpretación. Habiendo estudiado música era arreglador de las orquestas de las que participaba y llegó a componer un par de tangos, con letra y todo, uno de los cuales, "Mufalia", una evocación de sus años "porteños", llegó a ser grabado.

 

Con el fuelle, en sus años mozos de muchacho del interior en la Capital Federal, gustaba recordar su encuentro en una de esas salidas cuando la muchachada cargaba los instrumentos y salían a tocar por los "cien barrios porteños", con un novato Roberto Goyeneche, que ya era "el Polaco" pero no tenía la fama que luego lo haría famoso. Esa noche porteña se dio el gusto de acompañarlo al Polaco en una presentación improvisada en un patio de esos que abundaban en los 40 y 50 en Buenos Aires.

 

Años después fue otro grande, Antonio Tarragó Ross, el que, en su visita a La Pampa para el 50 aniversario de La Arena, le pidió que lo acompañara en la interpretación de uno de sus temas en el Teatro Español. Allí fue Saúl con su partitura arreglada convenientemente para fuelle ante el asombro de un Tarragó que luego confesaría que ésa era la primera canción suya que estaba llevada al pentagrama. Esa noche, en el asado con que se agasajó al correntino, Saúl le obsequió esa partitura a Tarragó que la recibió emocionado.

 

Los años oscuros.

 

Como sus hermanos, había aprendido de su madre la ética luterana de trabajo y la honestidad, dos cualidades que lo marcaron a fuego. De su padre, conservador popular, heredó el interés por la política que lo llevaría paradojalmente, de la mano del recordado Héctor "el Viejo" Crenna en su Alvear natal, tempranamente hacia la izquierda. Su admiración por la revolución rusa y sus consecuencias históricas sobre la humanidad lo acercaron al Partido Comunista al que, no obstante, nunca se afilió. Prefería, como periodista, un lugar a la izquierda de la escena pero donde la libertad de pensamiento le permitiera un análisis propio de lo que veía o leía.

 

Pero a la hora de la represión, el mote de "comunista", lo llevó a prisión. Cuando el Plan Conintes se abatió sobre la sociedad argentina compartió celda con Morisoli, Maraschini, D'Atri y Juan Carlos Bustriazo Ortiz, entre otros.

 

No sería la única vez que iría a prisión por su actividad periodística. En 1975 durante el gobierno de Isabel Perón y en marzo de 1976 en el inicio del gobierno cívico-militar, sería nuevamente encarcelado sin causa ni proceso. , En 1975 fue cuando el operativo militar que se llevaría por tres años a Raulito D'Atri, su cuñado y compañero de redacción en La Arena. En 1976 a horas de iniciado el llamado Proceso de Reorganización Nacional, cuando las redadas de los grupos de tareas locales de policías y miliares, encarcelaron a todos los que sus "colaboradores civiles" locales señalaron.

 

Antes de eso, en agosto de 1975, había salvado su vida y la de su esposa Rosalba por pocas horas cuando una bomba estalló y destruyó el viejo edificio de La Arena en 25 de Mayo 336 adonde habían dejado estacionado su auto mientras iban al cine América. Esa explosión del 4 de agosto de 1975 le confirmó a él y al resto de los integraban La Arena, que la amenaza recibida poco antes de la siniestra Triple A, no era una broma. La Alianza Anticomunista Argentina les había advertido que estaban en la mira de sus incursiones asesinas y le había exigido su renuncia como director. Fue ese episodio el que decidió el regreso de Raúl D'Atri a la dirección de La Arena pese a que, en los hechos, nada cambió demasiado y Saúl siguió en sus funciones. Pero el hostigamiento del gobierno del facto no cesó. La prisión a periodistas, la presencia de patrulleros en las puertas de La Arena que, en horas nocturnas "identificaban" a los que salían del edificio, las clausuras de la edición por decisión de la Subzona 14, eran cotidianas advertencias del régimen militar y sus personeros locales.

 

Fueron años oscuros no sólo por la opresión de arriba, sino por las cobardías y defecciones de las que fue testigo. Le dolía que muchos de sus colegas dejaran de saludarlo y muchas personas, incluyendo "muches" de los que hoy presumen de víctimas (y lo fueron seguramente), no pisaron nunca más la redacción, dejaron de colaborar con La Arena con sus notas y hasta se negaron a ser reporteados o consultados por temas de interés.

 

Incapaz de guardar rencores, cuando la recuperación democrática le devolvió a muchos de esos que lo eludían la memoria y volvieron a aparecer en la redacción, no hubo en él reproches por aquellos agravios que hicieron más penoso el oscuro período de la dictadura.

 

Madurez y últimos años.

 

La vuelta a la democracia lo tuvo ya más afianzado en su rol de editorialista en las recordadas reuniones que compartía con el fundador de La Arena, Raúl D'Atri y que compartían personalidades de la talla de Carlos Saez, Ricardo Nervi, Edgar Morisoli, Walter Cazenave donde de la discusión abierta sobre los problemas que se abordarían periodísticamente, salía, de la pluma de Saúl, la opinión de este diario.

 

En esos años donde la Argentina se asomaba a la vida democrática y un público ávido de lecturas era la motivación para quienes se sentían movidos por la pasión de escribir y comunicar. Emprendió entonces una larga serie de notas fruto de sus viajes y otra donde rescataba episodios de la historia nacional e internacional para volcarlas en el diario a la manera de editoriales que ayudaban a la comprensión de problemas actuales.

 

En esos años se sumó a la Agrupación Consonancias que dirigía Roberto Sessa y cumplió allí un relevante papel de arreglador de tangos. Participó también activamente en el Club Vasco donde escribió durante años el boletín de esa entidad con temas sobre la cultura de sus ancestros vascos.

 

La Comisión de Apoyo de la Cooperativa Popular de Electricidad supo también de su aporte en los años difíciles de las privatizaciones menemistas y de la irracional embestida gremial contra la entidad popular.

 

Convocado para dar charlas sobre temas de música, historia o periodismo, desarrolló con solvencia su capacidad de sintetizar pensamientos complejos en una prosa al alcance de todos que le valieron el reconocimiento de quienes tuvieron la oportunidad de escucharlo.

 

En sus últimos años, y para demostrar que no había en él, pese a su edad, nada que le impidiera animarse a nuevos formatos periodísticos, formó junto a Alejandro Levintan un recordado programa de radio "Charlemos" donde, con la excusa de hablar de Tango, desgranaba sus reflexiones y anécdotas.

 

Fruto de una lucidez extraordinaria y una forma de comunicar sus ideas que atrapaba a su interlocutores, la enfermedad que lo fue ganando le quitó, poco a poco y penosamente, esa particularidad que lo hacía un ser social por naturaleza.

 

Complicado cada vez en su salud, más pasó sus últimos años en su hogar, atendido por su familia y un grupo de colaboradoras que dulcificaron la amarga experiencia de no poder apenas expresarse. Falleció con una complicación producida por una infección de Covid que, junto a sus comorbilidades, terminaron con su vida en la madrugada de ayer.

 

Lo sobreviven su esposa Rosalba D'Atri, sus hijas e hijos, Sergio, Leonardo, Irina, Sonia y Selva, sus hijas e hijos políticos, Sergio Ortiz, Cecilia Giaco, Maribel Cowan y Carlos Quijano, sus nietas y nietos Victoria, Ernesto, Rodrigo, Sofía, Valentina, Julia, Paula, Camilo, Juan Cruz, Santiago e Ivo y su biznieta Morella. En sus últimos días, la noticia del próximo nacimiento de otro retoño del extenso árbol familiar que formó con Rosalba le dieron uno de sus últimos momentos de alegría.

 

El sepelio de sus restos y las redes sociales fueron ámbitos de expresión del dolor y el reconocimiento que su larga trayectoria cosechó en los años que le tocó vivir y del compromiso con que lo hizo.

 

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