Emprendimiento familiar en General Pico
La yegua overa empuja la reja clavada en la tierra para destruir los cascotes y preparar el suelo para la siembra. Por detrás camina Adolfo Martínez, con sus manos enguantadas para tirar de las riendas y un sombrero de mimbre para protegerse de la luz del sol en la calurosa tarde piquense.
A pocos metros está su mujer, Mercedes, quien empuja una carretilla cargada de verduras en desuso que después vuelca en uno de los corrales para alimentar a los otros animales. En el trayecto cruza por pequeñas tablas, que hacen de puentes por encima de los canales por donde corre el agua. El matrimonio es el sostén del emprendimiento familiar: una quinta de dos hectáreas ubicada en la esquina de las calles 21 y 46. Allí florecen verduras y frutales que el padre de Adolfo, de 82 años, ayuda a cuidar: con la azada realiza una tarea artesanal cuidando que el agua que suministra la bomba corra por los surcos despacio y al mismo nivel. Cada tanto limpia las zanjas con habilidad. "Es un hombre guapo que nos ayuda en todo", dice Adolfo al observar a su padre. Una prima y un hijo de 24 años completan el plantel de quinteros.
En el predio se levantan túneles para proteger la acelga o cuidar alguna de las variedades selectas de tomate. Cada uno fue construido por ellos. A un costado están tapadas 1.200 plantas de frutillas, hacia atrás hay sembrados diez surcos con zapallos y también 200 plantas de duraznos.
"El único secreto es trabajar y tener constancia en lo que se hace", cuenta Adolfo al explicar las tareas cotidianas. En la superficie muestra cómo se distribuyen las plantaciones y los cuidados que se deben tener.
"La falta de lluvia no nos perjudica mucho porque tenemos riego por goteo y por inundación. Sí es malo para las plantas el polvillo que vuela por la sequía y que queda fijado en las hojas", explica, mientras el paso del tren y su silbato agudo rompe el silencio campestre. "Las lluvias nos sirven para lavar la sal que queda en el suelo", agrega y luego se agacha para mostrar las marcas blancas que deja el mineral en los surcos.
Adolfo también habla del "plan de negocio" que tiene para su chacra y del aporte importante de los técnicos del INTA al momento de la capacitación y el asesoramiento sobre cómo desarrollar los cultivos. "Tenemos una producción consolidada y buenos clientes que nos permite vivir bien. Pero para mí es muy importante mi mujer que siempre me acompañó y me sostuvo en los momentos difíciles", dice. Hace algunos años un accidente de tránsito le dejó tres dedos de la mano izquierda sin sensibilidad. Tuvo que dejar su oficio de plomero y gasista, para cambiar hacia una actividad que asegura lo hizo "más feliz y le dio paz interior".
Mejor.
El predio también tiene una pequeña casa de ladrillos desnudos y bloques de cemento, con techo de chapa donde vive el padre de Adolfo. La chimenea de la salamandra asoma en la altura, alimentada por la leña apilada cerca del horno de barro. Una mesa construida con dos tablas, bancos improvisados con troncos y una radio que cuelga de un árbol, configuran el lugar para el descanso y el mate compartido. Alrededor el piso de tierra está emparejado, limpio y muestra las huellas del paso de una escoba reciente. También es el sitio para atender a los clientes que se acercan a comprar verduras frescas y a un costo más accesible. Paquetes con acelga, remolacha, tomates o zapallos son algunas de las opciones.
"Se puede vivir bien con este tipo de trabajo. Pero lo que más deseamos con mi esposa es que nuestros hijos sean mejores que nosotros y nos superen. Así debe ser y así se mejora la sociedad", agrega Adolfo. Después, junto a su esposa, se sumergen en las carpas blancas de los túneles para vigilar cada planta. Esa que con sus propias manos cuidan día a día.
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