Una maestra a la sombra de un maestro
Una maestra a la sombra de un maestro
La profesión de docente es una de las más nobles que existen, y la del maestro de aula es un caso aún más especial en la vida de un individuo. Tal vez porque es cuando uno empieza a formarse para la vida.
MARIO VEGA
Hay etapas, momentos en las vidas de las gentes, que son irrepetibles, únicos; que se sabe no volverán nunca jamás, pero que permanecerán por siempre en el recuerdo. Son esos instantes que, seguro, están emparentados a la niñez. No debe haber mortal que no perpetúe en su mente su escuela, y sus maestras.
Volviendo sobre las huellas que el tiempo nos dejó, hurgando en la memoria, todos atesoramos vivencias que tienen que ver con los guardapolvos blancos, con las aulas bulliciosas, y con una maestra conteniéndonos a todos.
Dora Isabel Aguirrezabala pisa ya los 89 años, y tiene una lúcida memoria para trazar una precisa cronología de su vida, y de su paso por las aulas. Nacida en Viedma, en la provincia de Río Negro, hija de un padre hacendado y de una mamá que falleció muy joven, tuvo otros cuatro hermanos. Después de hacer el magisterio en Villa Regina, comenzó a dar clases, como suplente, y también en General Roca, cuando los caminos eran de ripio y los recorría cada día, trabajosamente, en bicicleta.
Fue en aquella misma época que conoció a Rafael Blanco, también docente, y un día decidieron casarse y continuar su vida juntos durante más de 60 años.
Heridas en el alma.
Vinieron los hijos, la vida en común, el compartir los colegios y la pasión por enseñar. Es cierto, hay heridas en el alma de Dorita, y las muestra, y las expone casi de manera dolorosa, aún, todavía. Es que a poco de casada, y cuando tenía nada más que 7 años, falleció el pequeño Luis Alberto; el año pasado María Cristina, la hija odontóloga que era "el sol" de su vida; aunque le queda la compañía de Mónica Liliana, médica, quien le dio a su nieta María Clara (19). Pero el destino, cuenta, a veces es cruel, y el doctor Basilio, esposo de Mónica también falleció en un accidente.
Clases en Colonia Sabadell.
Después vino el tiempo de dar clases en Puerto Madryn, junto a Rafael que era el director del establecimiento; y de allí la llegada a La Pampa. Colonia Sabadell sería el destino, y donde cosecharía anécdotas jugosas. "Era una escuela muy humilde, y recuerdo que estuve las dos primeras noches sin dormir porque había un ratón. Empezamos con 7 alumnos y al final teníamos más de 40... fueron aún así tiempos muy felices, hicimos amigos en cantidad y todos los domingos comíamos en una casa distinta... me acuerdo que criábamos pollos y pavos, y la verdad que la pasábamos muy bien, pero estábamos lejos de todo y no teníamos auto. Un día mi esposo se levantó y no aguantó más: 'no vuelvo sin un auto' dijo, y se fue a Macachín. De allí volvió con un Chevrolet 33", agrega.
"Soy maestra".
"¿Qué pusiste?", inquiere a cada rato ante un par de garabatos que apunto en mis papeles. "Lo que usted me dice", contesto. "Pero decime qué", insiste. "Soy maestra...", agrega para justificar lo que en principio es desconfianza porque, la verdad, la nota no se presenta fácil. Se la veía recelosa de lo que el escriba iba a transcribir. Ante cada apunte la mirada inquisidora y la pregunta. "¿Qué pusiste, qué escribiste?" La tarea no se hacía fácil porque era evidente que no quería decir una sola palabra de más. Sólo la amabilidad del fotógrafo, Alejandro, su parsimonia para explicarle que iba a salir muy bien retratada, la fueron soltando y de a poco fluyó la charla. Después de esa susceptibilidad inicial fue contando con exactitud asombrosa, fue rastreando en sus recuerdos y bullían las evocaciones en su mente mientras el marasmo del principio iba cediendo. Y también sus temores.
Otras escuelas.
Va desgranando recuerdos. Vino el tiempo de ir como destino a Quetrequén. "Una escuela hermosa, y estuvimos dos años y medio; hasta que salió el traslado a Santa Rosa. A Rafael le tocó en la Escuela 1, y a mí en la 314 durante un tiempo, hasta que finalmente también fui a aquel establecimiento, donde vivíamos. Ahí nos parecía que, después de tanto andar, habíamos llegado al paraíso, y la verdad era más fácil enseñar porque los alumnos se expresaban correctamente, no había problemas de disciplina. Si me acuerdo que cuando me tocaba estar de turno, cuando terminaba un recreo, me paraba en el medio del patio y automáticamente los chicos enmudecían, hacían silencio sin necesidad de tener que reprenderlos", dice.
Es que era todo tan distinto. Es cierto que los tiempos cambiaron para todo, aunque el objetivo del maestro siga siendo ofrecerle al alumno una ventana hacia el mundo de verdad. Cuentan que antiguamente el docente usaba un puntero para utilizar como correctivo, para el que se portara mal, o para el "burro" que no entendía; y un poco más acá en el tiempo el clásico coscorrón para reconvenir al más rebelde.
"Siempre lloro".
¿Alguien se puede imaginar lo que podría pasar si eso hoy se repitiera en un colegio?
Dorita, sentada en el living de su departamento ya cuenta todo, sin tapujos. "Un día me enojé -confiesa-, la directora se hizo la brava conmigo, no sé todavía por qué y me saltaron las lágrimas. Soy muy llorona, siempre lloro, he llenado palanganas de lágrimas", revela. "Y esa vez lloré. Ya en mi casa mi marido me dijo de ninguna manera... se sentó a la máquina de escribir y me redactó la renuncia. Fue el final de mi carrera de docente", sonríe ya más tranquila.
Conserva vívidos los recuerdos, y hasta puede mencionar a una gran cantidad de quienes fueron sus alumnos y aún hoy la saludan respetuosamente por la calle. "Pedro Zubillaga, el chico de la Farmacia Pasco, Horacio Cortina que era muy inteligente, y Luisito Lizárraga, que no es por nada pero era muy haragán", menciona.
La primera maestra.
Creo que casi todos nos acordamos, ya de grandes, a nuestra primera maestra; y están los que tienen en la mente a todas y cada una de las que tuvieron en la escuela primaria. En mi caso puedo decir que recuerdo a casi todas, y a algunas aún las sigo viendo por las calles de Santa Rosa. Hoy para los chicos la maestra es "la seño"; y antes, en nuestra época de infantes eran "la señorita" Diez -en la Escuela 314-, y después ya en la Escuela 2 "la señora" de Giuliani, de Blanco, de Abascal, y de Comelli, en ese orden, al menos para mí.
Y claro que viví aquello de los coscorrones, pero no aplicado por ellas, sino por mi papá que en una sola noche 'me alentó' a aprender a leer con esa metodología que, es cierto, ya no se usa, y está bien que así sea. Aunque a la distancia aún agradezco aquellos "correctivos".
Don Rafael Blanco falleció hace poco más de un lustro, y su presencia omnipresente impregna cada momento de la charla con Dorita. "Es que él no sólo fue un maestro, hay que decir que era además profesor de Historia, y también fue un hombre muy emprendedor, un hombre que no le tenía miedo a nada, inteligente, que participaba en las instituciones y absolutamente honesto", lo pondera. Don Rafael incursionó también en la política -era militante y afiliado radical-, pero a Dorita no le gustaba para nada esa actividad. "Él militó, le gustaba mucho, pero nunca se quedó con un peso partido por la mitad. ¿Conocen ustedes algún político que no tenga plata... todos tienen un buen pasar", reflexiona en tono crítico.
Dorita, ahora ya bien dispuesta, sigue narrando, diciendo de los golpes de la vida que dejaron huellas en su alma. Porque recurrentemente traerá aquellos instantes de tristeza que nunca podrá olvidar, aunque reconozca que hubo otros, y hay todavía, motivos para esbozar cada tanto una sonrisa.
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