No fue Helios sino Eolo
Cuando Icaro se echó a volar se sintió tan eufórico que quiso ir más y más alto, a pesar del consejo de su padre, Dédalo. El sol le derritió la cera de las alas y el muchacho empezó a caer y se perdió en el mar.
El cura brasileño Adelir Antonio de Carli vivió el arrebato o la locura del vuelo. No se hizo alas con plumas y cera, como Dédalo, sino que usó globos bien inflados, atados a una silla. El primer vuelo tuvo final feliz. En el segundo, cuando trataba de ir más lejos, no fue Helios (Apolo, Febo) sino Eolo quien lo arrebató, llevándolo muy adentro, en el mar. Ahora, a dos meses de su vuelo, un remolcador halló sus restos a cien kilómetros de la costa, todavía atados a la silla. Los viejos dioses son celosos y no respetan sotana.
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