Bicentenario para pensar o repensar
SEÑOR DIRECTOR:
El pasado miércoles leí lo que salió en nuestro diario de un discurso de la presidenta acerca del Bicentenario, ya tan próximo a tener comienzo.
Me llamó la atención que dijese que, ante el Bicentenario, "hay que repensarse como país". Lo que venía leyendo y escuchando es la frase "hay que pensar el país". No puedo dejar de advertir que esta segunda forma parece ser la expresión de un espectador, alguien que se coloca por afuera del acontecer y ordena ideas acerca del hervor que produce el conjunto abigarrado de hechos y de las palabras que vamos profiriendo como manera de mantener la comunicación y también como modo de tener el timón del frágil bote en que tratamos de mantenernos a flote y con alguna dirección en ese mar de sargazos y tormentas y sirenas. Esa situación de espectador es la que hace decir, con frecuencia, "este país" y no "mí" o "nuestro" país.
Al proponer que nos repensemos como país, se cambia la posición y la situación del habitante de esta nación. No "tenemos" un país: "somos" el país. Al pensarlo como un ente que nos tiene por parte, nos pensamos a partir de reconocer que cada persona es "yo y mis circunstancias" (si volvemos a la manida frase de Ortega y Gasset, repetida en particular por muchos que no han leído los comentarios que, él sí, hizo acerca de este país desde afuera, desde su posición de extranjero). Las circunstancias a que se hace referencia forman un complejo en el que se entreteje todo lo que nos sucede a partir de que nos instalan en la existencia: un lugar, una época, una nación, o sea una estructura política ideada para que un grupo humano conviva en determinado suelo. Cito en este punto la frase de Sartre acerca de que nos "arrojan" a la existencia. Nos colocan ahí, sin nosotros comerla ni beberla. No queda otra posibilidad que la de empezar a beber o mamar y desde ese punto toma forma nuestra circunstancia. Si nos pensamos, al momento de nacer, como una probablemente débil posibilidad, luego las circunstancias condicionan lo que llegamos a ser y lo que vamos siendo en cada momento de nuestro existir. En consecuencia, es verdad que no "estamos" en un país, sino que "somos" tal país, aunque creo que podemos rescatar algo como propio, como 'yo': siquiera sea el esfuerzo por no naufragar y por entender y por lograr esa cosa sutil que llaman identidad y que entiendo como el sello distintivo de cada persona que se va haciendo y según como le vaya en la convivencia y con el conjunto de sus circunstancias.
Pensémonos, pues, como totalidad que no agota nuestro ir siendo pero que hace de condición de posibilidad para perdurar. Al obrar así, pondremos atención en una teoría que se abre camino en la sociología actual. En el decir de Wolfgang Sachs, director del Instituto Wuppertal (Clima), de paso por Buenos Aires, sucede que "estamos en un momento histórico de transición desde una sociedad que ha vivido en el exceso a una sociedad que debe aprender a vivir con mayor moderación". Creo oportuno mentar aquí lo que dice el geólogo Santiago Giai sobre los acuíferos de Santa Rosa (en La Arena del miércoles 16). La misma advertencia: hasta ahora vivimos en el exceso del gasto de esa agua; desde ahora tendríamos que medirnos, para que nuestro gasto se acompase con la recarga del acuífero. En esta columna expuse la misma idea al hacerme eco de la denuncia de salinización del acuífero entre Santa Rosa y Toay.
"El cambio es urgente", dice Sachs, quien sostiene que la sociedad debe transformarse en tres niveles: el técnico, el institucional y el cultural "para generar formas de economía dentro de límites que contemplen el medio ambiente y para dejar atrás el imaginario de que la naturaleza tiene una fuerza ilimitada". Asumir ese cambio es "repensarnos como país". El Bicentenario invita a recordar los 200 años de nuestra historia; también invita a considerar el estado actual y a imaginar lo que hay que hacer.
Atentamente:
JOTAVE
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