Lunes 23 de junio 2025

Israel, en cambio, no puede formar gobierno a casi 20 días de las elecciones

Redacción 28/02/2009 - 03.30.hs

Después de las atrocidades cometidas por el gobierno del saliente Ehud Olmert contra la población de Gaza, hoy no hay grandes operaciones militares israelitas. Pero podría haberlas con el nuevo gobierno, aún más derechista.
EMILIO MARÍN
Los veintidós días de exterminio palestino con empleo de bombas, misiles, proyectiles de artillería, fósforo blanco y disparos de tanques y de fusiles, culminaron formalmente el 18 de enero pasado. Ese día, con la intermediación de Egipto, el gobierno de Ehud Olmert y la organización Hamas, suscribieron un alto al fuego que, aunque frágil, ha durado hasta hoy.
El 20 de enero se producía la asunción del cargo de Barack Obama y, como había advertido esta columna, Israel no quería proseguir la matanza más allá de ese día para no incomodar al nuevo inquilino del Salón Oval. Se sabe que el 95 por ciento de las armas empleados por el Estado agresor son vendidas o regaladas por Estados Unidos, amén de una cuantiosa ayuda financiera anual. Y no era cuestión de predisponer mal al gran protector, que anunciaba el envío de George Mitchell para tramitar la nunca lograda "paz en Medio Oriente".
Por otra parte el 10 de febrero se realizaban las elecciones anticipadas de Israel, luego de que varios casos de corrupción le estallaran en la cara a Olmert y le hicieran perder la mayoría legislativa en la Knesset (Parlamento). El oficialista Kadima presentaba a su candidata Tzipi Livni, actual canciller, con la esperanza de que la campaña de "mano dura" con los palestinos impactaría favorablemente en un electorado volcado más a la derecha de lo habitual.
Los 1.400 palestinos muertos, en su abrumadora mayoría civiles, los 5.500 heridos de idéntica procedencia, y los 22.000 edificios, casas, escuelas, etc, demolidos o reducidos poco menos que a escombros, eran la plataforma ideal para que Livni ganara y formara el próximo gobierno. De aquí se deduce que las autoridades israelitas vieron en la caída de los artesanales cohetes Qassam disparados por Hamas sobre poblaciones como Ashkelon con pocos daños, la oportunidad para bombardear e invadir Gaza: el operativo "Plomo Fundido".
Los milicianos de Hamas y de otras organizaciones como Brigada de Mártires de Al Aqsa, Yihad Islámica, FDPL, etc, hacían volar esos obuses y cohetes elementales como una protesta contra ese prolongado bloqueo. Estaban hartos de que los seis pasos fronterizos entre Israel y Gaza siguieran cerrados con pocas intermitencias desde junio de 2007. Esto provocaba una "crisis humanitaria" según UNWRA, la agencia de la ONU para refugiados palestinos. Es que sólo entraba a la Franja lo que se pudiera colar por los túneles que conectan con Egipto por Rafah, de contrabando. Ni alimentos ni medicamentos ni combustible ni nada, esa era la orden de Olmert-Livni, cumplida eficazmente por el laborista ministro de Defensa Ehud Barak. Querían ver colapsada la administración de Ismail Aniye, de Hamas, en Gaza.
Como no cayó ese gobierno, el 27 de diciembre pasado inicióse la invasión, con el lenguaje de la muerte de los F-16, los helicópteros Apache, los misiles, los tanques y blindados Mershava, los fusiles Galil y la parafernalia, sin olvidar el fósforo blanco que todo lo quema, hasta los huesos, provisto por Washington.

 

Una demorada reconciliación.
El presidente egipcio Hosni Mubarak puso sus mejores diplomáticos a negociar una tregua entre Israel y Hamas, y tuvo un éxito parcial el 18 de enero, cuando el contingente invasor de Gaza comenzó su repliegue.
Los egipcios propiciaron un acuerdo para el corto plazo: que Israel levante el bloqueo de los pasos que conectan a Gaza y que las organizaciones islámicas no arrojen más artefactos Qassam y Grad contra poblaciones israelitas.
Los representantes de Hamas dieron su okey a esas condiciones básicas. Incluso hubo un momento, a mediados del corriente mes, en que se anunció que tal compromiso sería suscripto por ambas partes.
Pero Olmert arruinó todo pues introdujo una condición sine qua non: que Hamas liberara antes al soldado judío Galid Shalit, tomado prisionero en 2006 en la frontera de Gaza.
Los voceros islámicos replicaron que ese caso debía correr por cuerda separada. Eso necesitaría de un canje: libertad a Shalit, de su parte, y libertad de numerosos presos palestinos, de Tel Aviv.
Olmert llegó al extremo de desautorizar y hacer renunciar el 23/2 a su negociador en El Cairo, Amos Gilad, quien había criticado a sus servicios secretos. Barak y el ministerio de Defensa salieron en auxilio de Gilad, también laborista, calificando lo del premier como una "provocación extrema contra un servidor público leal". Al final el negociador fue repuesto.
Esas peleas a dentelladas en el frente interno israelí, aumentadas tras las elecciones, contrastan con las gestiones de unidad en el campo palestino.
En El Cairo se están realizando conferencias entre Hamas y su rival Al Fatah, del presidente Mahmud Abbas, de las que también participan el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP), Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), etc. Una docena de agrupaciones busca consenso en un programa y política, con vistas a conformar un gobierno de unidad nacional. Por cierto, esta empresa no es fácil, teniendo en cuenta los enfrentamientos e incluso el derramamiento de sangre entre los rivales. Pero están avanzando. Abbas declaró ayer que Hamas, como "parte del pueblo palestino", debe estar representado en el futuro gabinete de la Autoridad Nacional Palestina. La BBC Mundo informó anteayer que "Hamas levantó el arresto domiciliario sobre algunos miembros de Fatah en la Franja de Gaza, mientras que Fatah liberó ya a cerca de 80 de los 380 miembros de Hamas que mantiene apresados" en Cisjordania.

 

Gobierno más extremista.
La obra genocida de Olmert-Livni-Barak en Gaza puede ser juzgada como crímenes de guerra por el Tribunal Penal Internacional, según lo admitió a principios de febrero el fiscal jefe del organismo, Luis Moreno Ocampo.
Con ese bagaje antipalestino, el Kadima de Livni obtuvo 28 diputados en las legislativas del 10 de febrero. Su cosecha fue de un legislador más que el derechista Likud, de Benjamin Netanyahu, primer ministro entre 1995 y 1999, y que propicia una línea aún más dura respecto a los palestinos. Por ejemplo, la actual canciller sigue coqueteando con la idea, a muy lejano futuro, de que se admita un "estado palestino" eunuco, sin Fuerzas Armadas ni real soberanía, y conceder, en el mejor de los casos, algunas barriadas del sector oriental de Jerusalén. Netanyahu ni siquiera admite esas concesiones de ciencia ficción al moderado Abbas e busca derrocar por la fuerza a Hamas, a quien considera la "mano larga" de Siria e Irán.
A propósito, Netanyahu, del Likud, tampoco quiere dialogar con Damasco para la posterior devolución de las alturas de Golán, arrebatadas por Israel tras la guerra de 1967.
La tercera fuerza fue Israel Beitenu (Israel nuestro Hogar), de Avigdor Lieberman. Este neonazi logró 15 diputados con una propuesta de ultraderecha: tomar un test de fidelidad a los ciudadanos árabes israelitas y si el resultado no era satisfactorio había que proceder a expulsarlos del país. Lo increíble es que este israelita, como muchos de sus votantes, son judíos venidos de Europa del Este y la ex URSS, y pretenden echar a personas que viven en Israel desde hace muchos años.
Lieberman dio su apoyo a Netanyahu, de modo que el presidente Shimon Peres, ex laborista actual Kadima, le encargó formalmente el 20/2 la formación de un nuevo gobierno. Este será tan delirante y extremista que Livni rechazó dos veces el convite de Netanyahu y optó por replegarse a la oposición. Confía en que ese experimento durará poco tiempo y hasta chocará con la administración Obama y la Unión Europea.
El laborista Barak, cuyo partido tuvo la peor performance en 60 años y cosechó apenas 13 legisladores, también contestó negativamente a Netanyahu, que lo quería mantener en Defensa.
El futuro premier -que dice contar con 65 legisladores entre propios y aliados en una cámara de 120- tiene el aval de los extremistas de Lieberman y de los partidos ultra religiosos Shas (sefardí) y Partido Religioso Nacional (askenazi). Lo cierto es que a más de veinte días del comicio, las clases dominantes no logran acuerdo para un nuevo gobierno. El que se perfila como tal será de carácter explosivo en una región que de eso ya tiene demasiado.

 


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