Una Candela para ir hacia lo oscuro
Señor Director:
Poco a poco, el caso de esa chica Candela, de 11 años, va desapareciendo de los medios.
No sé cuántos habrán visto ya que Candela no es un nombre más sino un icono. Esta palabra, que también se pronuncia como esdrújula, remite a las representaciones gráficas de las iglesias cristianas orientales, pero se ha desligado de tal origen y ahora es (dice la Academia) "un signo que tiene una relación de semejanza con lo representado". Quiero decir que Candela es el nombre que le asignaron a esa niña que ha aparecido en infinidad de poses en los medios, pero que sus desgraciadas circunstancias han hecho que ella misma operase como puerta que se abre para que el observador ingrese en su mundo y lo conozca. La palabra, que es un signo, va hacia la cosa nombrada y cada vez viene en menor medida de la cosa hacia nosotros, aunque aún se reconocen algunas notas onomatopéyicas o de imagen. Luego sucede que la palabra rehúsa su papel pasivo en la cosa nombrada y que procura atraernos al secreto de todo lo que existe. Digo que parece empeñada por mostrar la intimidad de esa criatura, algo de ella que atrae con su misterio y retrae y asusta porque puede llevar hasta la verdad, siendo que la verdad anonada porque revela la fragilidad de todo estar.
Para ponerlo en claro: lo que digo es que Candela deja ver o sospechar, en sus parpadeos de luz, algo del mundo en que vivimos todos y mucho de la particularidad del ámbito donde nació y creció la niña. No soy pudibundo, pero algunas de las fotos me hicieron pensar que le estaban robando niñez a Candela y anticipando a la mujer y que esto no sólo se ha podido ver en este caso extremo por su resonancia y su triste desenlace.
El desarrollo de la pesquisa, según la información que llega hasta nosotros, no da certidumbre en cuanto a culpabilidades personales y cada vez remite más a una nebulosa responsabilidad colectiva, con sombras difusas que insinúan ya la silueta de un presunto seductor, ya la de un alambicado vengador (que se estaría vengando del padre de la chica), ya de unos sicarios que desempeñarían su oficio como un menester más, ya de unos policías que tienen sospechosas relaciones con el hampa y sus suburbios, en uno de los cuales, además, parece moverse un "informante", que no sería un espía sino alguien que hace esa tarea como cualquier otra manera de ganarse algo u obtener dispensas para su propio quehacer delictivo. Ante el espectador parece tomar forma una culpa colectiva que entonces remite a Fuenteovejuna, ese vecindario que logra impunidad al hacer manifiesto que la muerte del comendador es una forma de justicia de nivel superior o que la culpa no comienza cuando sucede la tragedia y que se desdibuja en el trayecto entre el ejecutor final, los actos abusivos de la víctima y el régimen político imperante. ¿Qué muestra Lope, al cabo? Denuncia un estado de cosas de desigualdad, abusos, violencia, consentimiento, participación y condicionamiento del quehacer individual por la decisiva participación del ambiente o mundo donde, en las situaciones extremas que llegan al teatro o la literatura, a veces se da un epílogo con sangre y muerte. De paso podemos observar que no hay un cambio sustancial desde los tiempos de Lope a los nuestros. Lo único que ha cambiado es que ahora existen medios (televisión, Internet, diarios, radios) de teatralización inmediata del acontecer. Si tomamos en cuenta que Fuenteovejuna y demás piezas de su índole han respondido a un propósito aleccionador o moralizante, es posible que ahora la puesta en escena del acontecer trágico se haya despojado de esos vestidos. ¿Ese lastre?
Ya que volvimos a los siglos 16 y 17, podemos recordar al Licenciado Vidriera, de Cervantes: alguien que vivía obsesionado por el miedo de romperse en un mundo inseguro, plagado de amenazas. Hay gente de nuestro tiempo que, sin sentirse de vidrio, multiplica rejas y alarmas.
Atentamente:
JOTAVE
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