La suerte del Fénix que no acompañó al cisne
A comienzos de esta semana, cuando realizaba mi rutina de lectura de las columnas de opinión (que las hay para todos los gustos, pero también crean gusto y ganas) experimenté una suerte de sobresalto. Nada que pueda interpretarse como susto, pero de una intensidad semejante.
Estaba interesado por saber qué pasa con el Plan Fénix, pues parece haber conflicto entre algunos propulsores y autoridades de la UBA, universidad que acogió al grupo y le dio un espacio y cierto apoyo material. En este empeño hallé un artículo de Oscar Oszlak, catedrático de la UBA. No me ayudó mucho a entender el problema, porque existen antecedentes que desconozco, pero mi sobresalto resultó de sentir que estaba frente a una expresión escrita que impresiona como algo cabal y armonioso en el decir, y, además, porque intercala referencias mitológicas a las que soy adepto. Dejo, pues, lo referente al Plan Fénix para quedarme en lo que me impresionó tan gratamente.
Oszlak, politólogo, investigador del Conicet (publica en Página/12) habla de tres aves: el cuervo, el cisne y el Fénix. El primero aparece en el título: "El graznido del cuervo", debajo del cual se lee que, según un proverbio japonés, presagia alguna calamidad. Me quedo con mi cuervo, el primero que conocí, el de Poe (el que decía "never more": nunca más), sobre todo porque el japonés no me revela la naturaleza del conflicto en el interior del plan Fénix, aunque alude al lugar donde se instala Oszlak. Sucede también que mi experiencia dice que las calamidades sobrevienen, caen de improviso sobre uno, aunque también puede ser que usen señales diversas, para salvar solamente a los más avisados.
El cisne
Acerca del cisne, a manera de un subtítulo, cita a Leonardo Da Vinci: "...canta dulcemente antes de morir; ese canto pone fin a su vida". Oszlak explica que hoy se sabe que el cisne no canta ni cuando está próxima su muerte ni nunca; lo más que emite es un sonido ronco.
Es una pena que así sea. Ignoro si los cisnes de la época de Leonardo cantaban a manera del saludo del circo romano: el adiós reverente al César de los que han de morir: Ave, Caesar, morituri te salutant.
Negado el canto, perdura la armonía admirable de las formas del cisne y toda esa poderosa sugestión que brota al verlo desplazarse en el agua como si el líquido elemento se hubiese rendido a su belleza.
La idea ha sido tomada como expresión de la aceptación de la muerte propia como acontecimiento más bien accidental, siendo que lo importante es lo que tal hombre ha podido hacer para embellecer o enriquecer nuestro mundo de algún modo. La charla de Sócrates con sus discípulos (en Fedón) sería el canto del cisne del maestro eterno; va serenamente a la muerte que le imponen y que acepta porque la ley es un valor más alto que la suerte individual, y hace de esa última charla su canto del cisne, porque el individuo hereda y transmite y es cisne si lo que transmite vale y ayuda a enriquecer la existencia de los efímeros.
El Fénix
Acerca del Fénix, Oszlak cita a Ovidio: "Cuando el Fénix ve llegar su final, construye un nido especial con ramas de roble y lo rellena con canela, nardos y mirra, en lo alto de la palmera". Luego, infiere Oszlak, el Fénix no es ave ignífuga "pero, como no comió la manzana del Paraíso, se le otorgó el don de renacer de sus cenizas una y otra vez".
Dejo de lado lo que infiere Oszlak (que si quieren quemar el Plan Fénix, renacerá una y otra vez; que los pirómanos no ignoran esa capacidad, pero pueden estar esperando que se vaya a anidar a otra parte).
El cuervo es un ave real; también el cisne. Un ornitólogo ha mostrado que el cuervo sabe crear y manejar instrumentos, de modo que se cae la creencia de que sólo el hombre tiene esa capacidad.
El cisne no ha tenido necesidad de demostrar nada. Es posible que su don sea la ufanidad. Ufano, según la Academia, es lo arrogante, presuntuoso, engreído. El cisne es arrogante de presencia. Es un logrado poema de la naturaleza. Probablemente, lo ignora. Tomar conciencia de su ser es, hasta ahora, una posibilidad humana, nada simple y llena de riesgos, pues a medida que se entra en los propios abismos, van mostrándose todos los monstruos, que quizás insinúen lo andado sin dar noticia de lo que queda por andar. Nos frustra esa exploración, porque lo que realmente nos interesa es el punto de llegada. Y eso ¿lo podría revelar el Fénix, que representa el conocimiento, su adquisición y su transmisión? Es concebible que aun el Fénix solamente conozca lo que está dado, no lo que pueda darse. El saber revela lo velado que está ahí, oculto, pero no crea realidad.
Jotavé
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