Facundo tenía unas balas en su espera
Señor Director:
Supongo que muchos se habrán dicho, extrañados, que Facundo Cabral debe haber sido víctima por error, que las balas que lo mataron no le estaban destinadas.
Era un hombre que transmitía una bondad serena, incluso cuando su voz se elevaba para denunciar la injusticia. Me gustaba escucharlo, pero creo que más me gustaba verlo, porque era uno de esos seres que se han asumido en su poquedad y que luego de este descendimiento al nivel común, son acosados por un imperativo que les hace pensarse voz de los que habitualmente no son escuchados. Supongo que por eso corrieron las lágrimas de Rigoberta Menchu, la mujer guatemalteca que también mora en ese piso y ha conseguido, desde ahí, que se le confiera el premio Nobel de la Paz, luego de lo cual no se movió de su lugar aunque se aceptó como servidora de una propuesta de vida que rehúsa las balas y las armas y la discordia. La bala que ella tiene destinada quizás dormita indiferente en la indiferencia de un sicario. El fiat debe venir de otro lado, de alguno de los pisos de arriba.
El sicario ha hecho de la muerte por encargo un modo de vivir. Al cabo, ¿no es ése uno de los más viejos oficios del hombre? Cierto es que en el relato bíblico, Abel labra su campo cuando llega Caín y lo mata. Ambos oficios, el de labrar la tierra ("ganarás el pan con el sudor de tu frente") y el de sicario, aparecen, en ese relato, en la familia original. No es el salario es el que mueve el brazo de Caín, pero es igualmente sicario, porque también estaba condicionado para tomar ese camino y abrir el proceso en el que la humanidad se asume como ente histórico, como ser que cambia y vive una peripecia que no descifra, pero que convoca y obliga.
Leo que Karina Micheletti, en nuestro país, dice que Facundo era trovador, juglar, poeta, cantautor. Quizás no sea necesario clasificarlo. Cualquiera de esas palabras dice una forma de expresión del hombre, ya cuando quiere manifestar sus intuiciones, ya cuando busca comunicarlas y compartirlas. Alberto Cortés, quizá sorprendido por la consulta (el periodismo corre a pedir opiniones sin dar tiempo para asumir la noticia y mirarse a sí mismo para saber en qué y cómo lo cambia) dijo que Facundo era "un buen tipo", que "aportó una cosa diferente". Y agregó que "últimamente se había vuelto místico". No es que uno "se vuelva" tal o cual modo de ser; uno es y sólo puede demorar la manifestación de su ser. El misticismo es una modalidad de la religiosidad, pero se da en las formalidades de un credo o fuera de él. Lo religioso resulta de lo humano, de la falta de respuestas y de la búsqueda de los lazos (las "cuerdas" dicen ahora en una teoría del universo) que se habrían cortado y que nos dejan afuera de una presunta y suspirada armonía. Cuando he escuchado la voz de Atahualpa Yupanqui en el corazón del monte me he llegado a preguntar si el estado que me producía no significaba que la voz y la palabra del vate me recolocaban en sintonía.
Volvamos a las balas de Guatemala. Las que alcanzaron a Facundo Cabral camino del aeropuerto. Nuestro cantor había atraído la atención de la Unesco, esa organización de las Naciones Unidas que quiere crear una línea de comunicación por encima de fronteras y divisas. La Unesco lo había nombrado Mensajero Mundial por la Paz. Es decir, lo había reconocido como alguien que desempeñaba de hecho esa función. Una designación de este tipo no se agota en el reconocimiento del destinatario: quiere ser una forma de alertar que ahí hay una voz que dice algo que se debe escuchar, que hace bien escuchar por encima del fragor de las armas y el calor de la sangre con que seguimos impregnando el suelo. Todos los suelos. En todos los tiempos. Lo que se dice de las campanas que suenan, que no preguntes por quién pues siempre "suenan por ti", debe decirse de las balas. No preguntar a quién están destinadas. Si hay balas, una será la nuestra, así como eran para Facundo las del rifle del sicario.
Atentamente:
JOTAVE
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