Viernes 13 de junio 2025

La tristeza del león enjaulado

Redacción 10/08/2011 - 04.26.hs

Señor Director:
Siempre hay que leer las Cartas del Lector. Lo hago habitualmente y con frecuencia me complace hacerlo, porque no sólo puede aparecer allí un dato que no conocía o no había visto desde esa perspectiva. A veces se conocen modos de pensar.
Días atrás leí la carta de una lectora que había estado en el zoológico de América (Buenos Aires) y que declaraba haberse sentido tocada por la impresión que le produjeron los animales enjaulados. Hablaba de la tristeza de un león y luego repetía lo ya más habitual entre quienes ven en los zoológicos y los circos con animales salvajes, una conducta humana reprochable. Días después, leí las manifestaciones del director de ese zoológico, más apenado que enojado porque la lectora no se había informado de lo que él considera diferencial y valioso en ese emprendimiento. Habla de animales rescatados de la penuria del circo y de los mismos animales en su ambiente natural, donde su ámbito se achica cada vez más, ya cuando están expuestos a cazadores o a quienes los capturan para mandarlos a zoológicos y circos. Sostiene que el establecimiento a su cargo da una respuesta original y que lo coloca por afuera de la razón que en general motiva ese tipo de reproche.
Es todo un tema el que surge de estas cartas. Me quedé pensando en la "tristeza" del león y entendí al director del zoo: la mujer de la carta proyecta en la bestia su propia tristeza. Pero, me pregunté, ¿qué pasa en la intimidad del león y de otros cautivos? No lo sabemos. Una pregunta semejante me hice hace tiempo al conocer detalles de la extinción de los dinosaurios y de otras especies, luego de la relativamente reciente aparición de la vida en el planeta. También esas formas de vida fueron víctimas de una situación que no se debió ni a sus actos ni a sus descuidos o desinterés o menosprecio. Simplemente, el ambiente se les tornó en un enemigo contra el que no pudieron luchar ni dio tiempo a la evolución para producir las mutaciones y adaptaciones apropiadas. No sé si sentí tristeza por los dinosaurios o si, como recuerdo, me puse a pensar que, a diferencia de las especies que han desaparecido y están desapareciendo por una causa que no les es imputable, la especie a la que pertenecemos trabaja sin pausa, y a veces con prisa, en la destrucción de su ambiente. Uno conoce, por la ciencia, que este planeta desaparecerá como lugar de la vida en algún momento todavía lejano. Sabemos que la vida podrá desaparecer en cualquier momento por un accidente estelar. Sabemos -algunos, al menos- que cada individuo tiene su propio fin del mundo en un plazo muy corto, ya por causas naturales (pues la vida es breve), ya por accidente o por ser víctima de alguna forma de homicidio. Días atrás, al relatar a otra persona dos momentos por los que pasé y que pudieron haber puesto fin a mi existencia, me oí decir algo así como "y cuántas más veces habré estado a un paso del final sin siquiera sospecharlo".
Quiero decir que un animal privado de su modo natural de vida me ha producido tristeza más de una vez. Colgué mi gomera y mi escopeta hace mucho tiempo por eso, a pesar de conocer la ley de matar o morir que nos rige, pues nos alimentamos con vidas ajenas, pero al menos pienso que no mato con alguna especie de gozo que podría explicar pero no disculpar. Veo con interés y hasta con emoción los documentales que muestran el afán de muchos científicos por proteger a las especies en proceso de aniquilación y por devolver a su medio natural a las rescatadas de circos (y zoológicos). Luego me entero que poblaciones humanas, de miles y de millones, agonizan por hambre y por falta de asistencia médica, como en estos días en el cuerno de África. Y, sí, también allí hay voluntarios admirables, que luchan contra las carencias, contra creencias y contra indiferencias. Y pienso en ese no tan mítico "señor don Juan de Robles, con bondades sin igual, (que) ha donado un hospital, pero antes hizo los pobres".
Atentamente:
JOTAVE

 


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