Acerca de la relación entre aldea y mundo
Señor Director:
El viernes pasado, en esta columna escribí: "ahora, el mundo cabe en la aldea".
Los mecanismos de mi mente debieron considerar oportuno poner esa frase ahí, pero la empecé a pensar después, al leer el impreso. Supongo que tantos años en esta profesión de escribir ha creado hábitos que liberan la atención para que explore terrenos nuevos.
La relación aldea-mundo es tema de literatos y pensadores. Tolstoi lo dijo para siempre, mucho antes de la radio, la televisión e Internet: "Pinta tu aldea y serás universal". "Pinta tu aldea y pintarás el mundo". Terminé de entender que el mundo está en la aldea cuando la biografía de Kant me hizo saber que este pensador universal prácticamente no salió de su lugar natal y si salió hizo recorridos breves. Recuerdo que uno de esos biógrafos expresaba asombro porque Kant escribió acerca de una ciudad china con tanto detalle que hacía pensar que allí había estado y que había convivido durante un largo tiempo. El secreto se me hizo evidente a partir de ahí: que el protagonista es el mismo, viva donde viva, en cualquier tiempo. Lengua, costumbres, usos, valoraciones, pueden diferir, pero siempre es el producto del mismo personaje acosado por las mismas urgencias.
Mi escrito de referencia corresponde a otra manera de abordar el tema. Si bien es sustancialmente verdad que el personaje es el mismo, lo cierto es que lo que llamé allí la diáspora (dispersión de grupos humanos que abandonan su lugar de origen) se inició hace milenios en un lugar de África y necesitó milenios para ir ocupando todos los espacios de la ecúmene actual. En ese trajinar se forjó lo que llamamos cultura, o sea lo que nos diferencia de la naturaleza, a partir de las mismas necesidades y de igual capacidad de respuesta, pero las circunstancias fueron muy cambiantes y eso es lo que hizo que algunos rasgos se acentuaran en, digamos, las tribus del norte, de manera diferente a los de las tribus del sur. Todos los grupos del éxodo crearon una lengua y la mayoría también llegó a inventar una escritura. Hay elementos constitutivos iguales, pero la resolución lograda es diferente. Eso creó distancias y levantó murallas. Tales diferencias, junto con algunos rasgos físicos, son lo más notorio, pero hay otras menos visibles: por ejemplo, el grado de recelo o de confianza hacia el forastero, el extraño, el intruso, es distinto según la experiencia de los grupos. La vida en aislamiento casi completo en que quedaron algunos grandes grupos, durante siglos y milenios, acentuó las diferencias más aparentes, de modo que cuando llegó el momento de los viajeros (Marco Polo dejó su nombre, que representa a muchos desconocidos) los habitantes de un lugar abrían la boca admirados al saber de usos y costumbres y lenguas y dioses tan diferentes a los propios. Entonces tomó fuerza la gana de saber más. Los viajeros escribieron libros y se desarrollaron ciencias del espacio, del lenguaje, de la escritura, de formas sociales y políticas. Durante siglos occidente y luego el resto del mundo, ha estado atento a tales noticias. Todavía hoy una de las motivaciones del turismo es ir a ver lo diferente. Es un poco como dos hermanos separados al nacer, que se encuentran en el otoño de su edad y no se cansan de cambiar relatos sobre sus vidas. Lo curioso es que, al advertir este interés (y explotarlo en más de una forma), no todos caen en la cuenta de que no estamos preguntando acerca de lo otro sino acerca de lo de uno. "Por sus frutos los conoceréis", dice una sentencia bíblica. Por la forma en que fructificamos en una diversidad de situaciones hemos empezado a conocernos una vez que concluyó la diáspora y el mundo se reconcilió con la aldea, al descubrirse en su hermandad raigal.
El mundo siempre fue el piso y el alma de la aldea, pero fue menester un largo y penoso recorrido aún inconcluso para saber que yo soy todos los otros y mi pueblo es todos los pueblos.
Atentamente:
JOTAVE
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