Los partidos políticos, sus transformaciones
Señor Director:
Todo estudioso de la política y también el ciudadano que tiene conciencia de la mediación que está a cargo de los partidos políticos y en particular los llamados politólogos, vienen advirtiendo que las organizaciones que tomaron forma a partir del siglo 19 pasan por una etapa crítica que los va dejando de lado o les impone un cambio tan significativo que incluso permite hablar ya de una metamorfosis, ya de su reemplazo de hecho.
De hecho, en lo que va del siglo actual los grandes partidos argentinos del siglo XX rara vez se han presentado con sus nombres tradicionales. Y cada vez cuesta más reconocerlos bajo sus nuevas y efímeras denominaciones. Lo primero fue constituir alianzas, que tomaron pronto la denominación de "frentes". Esta palabra ejercía una fuerte atracción, que no ha desaparecido, aunque se va atenuando a medida que las experiencias no satisfacen expectativas nunca del todo definidas. Como no sea...
¿Cómo no sea qué? Lo que se vino a mi pensamiento, al escribir esta frase, fue que está ausente un elemento definitorio de los nombres tradicionales, los cuales representaban un aspecto de la realidad social y proponían un procedimiento para conservarla o para transformarla. Estaban los partidos de derecha, conservadores: lo que hay es bueno, se puede mejorar algún aspecto, pero la sustancia debe conservarse; los partidos de izquierda, que eran clasistas (de clase social pobre, vista como postergada o excluida), que proponían un cambio, ya revolucionario, ya evolutivo pero con metas inclusivas bien definidas en su denominación y en el tiempo para ponerlas en práctica. También surgieron partidos llamados de centro que, en general, valoraban el estado de cosas (statu quo), pero procuraban amalgamar ideas de ambos extremos según síntesis variables, sirviendo como un puente entre los extremos.
La II Guerra mostró lo que quizás fue el final de un proceso. La historia de esta guerra todavía hoy tiene la escritura predominante de los vencedores, pero importa que el proceso de cambio se acelerara luego. No corresponde a esta columna desarrollar más esta idea, pero la he mencionado porque a partir de lo acontecido en ella y en la guerra fría, que fue un modo de retomar el prólogo, y también por el análisis de algunos entresijos de la II Guerra, hemos derivado hasta el momento presente en el que las viejas identidades se disuelven y generan un momento de transición que, por tenernos como actores, se hace invisible a nuestros ojos en cuanto a lo que preanunciaría.
Se pudo leer días pasados que en un país europeo se reclama que cierto número de legisladores nacionales sean destituidos porque han cambiado de posición luego de electos. Se aclara que en dicho país está establecido que las bancas pertenecen al partido, de modo que quien cambia de camiseta luego de electo debe dejar la banca sí o sí. En la Argentina no existe esta disposición taxativa. Si existiese ¿se hubiese podido frenar la creciente tendencia a cambiar de bloque no una, sino hasta más de una vez? Estos tránsitos fueron una rareza hasta el retorno de la democracia, pero ahora los reacomodamientos son moneda corriente y hasta se llega a multiplicar los bloques unipersonales, en los que quien llega a ese extremo viene a proclamarse representante de sí mismo, de su particular lectura de una mudable realidad. Y puede volver a mudar en poco tiempo, de modo que se va configurando un estado de cosas gelatinoso que se puede leer como un elemento primordial, una suerte de magma que tomará forma según elementos extrínsecos, de evolución imprevisible.
Los politólogos hablan de "crisis de la representación" y lo traducen como una señal de que lo que está en crisis es el sistema de partidos como estructuras de doctrina y programa generador de lealtades que durante mucho tiempo tuvieron fuerza suficiente para asegurar la cohesión partidaria.
Atentamente:
JOTAVE
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