La justicia tarda y lo que se discute
Señor Director:
Como ciudadano sigo todo lo relacionado con el poder judicial y con la relación de la justicia con el acontecimiento que pasa a ser materia de su quehacer.
Hallo razonable que se proponga democratizar ese poder, aunque reconozco que es difícil distinguir lo que es sobrevivencia de formas culturales perimidas o en crisis, y lo que nace de su propia índole, ya que el acto de juzgar a personas y disponer la suerte de individuos y en casos de grupos o instituciones, es de una naturaleza singular y extremadamente delicada y compleja.
Al pensar en este tipo de situaciones recuerdo el dicho que habla de un elefante en un bazar, el cual imagina la colisión entre dos entes diferenciados y hasta incompatibles: los objetos del bazar condicionados por la necesidad que los origina y el elefante, condicionado a su vez por su naturaleza diferente, incompatible con el orden y la disponibilidad espacial de la tienda donde lozas y cristales esperan a su destinatario. Cuando la obra de los siglos ha creado una institución, siempre es posible que la conducta de quienes tienen a su cargo hacerla servir al propósito fundante, se desacomode con respecto a este cometido y con el ritmo o velocidad del cambio de otros aspectos del quehacer humano. Quienes están en otro quehacer social pueden ser el elefante para el bazar diferenciado si no comprenden la sustancia del papel que la sociedad ha dado a cada una de las especializaciones.
Esperemos, pues, que los cambios de algunos paradigmas y el rechazo de ciertas conductas vayan por el camino que restablezca la capacidad operativa de ese poder en beneficio del ideal de justicia. Por otra parte, lo que veo es que hay personas, ya como individuos, ya como grupos, que muestran comportamientos de elefante en bazar. La reacción de muchos vecinos de Junín ante un crimen en ocasión de robo, puede ser leída como inicialmente motivada por la indignación que lo excesivo provoca hasta en quienes no tienen proximidad afectiva con la víctima. Pero sobreviene el incendio de la comisaría y de dependencias de tribunales y del municipio y entonces se advierte que la relación causa-efecto ha sido desbordada por el apasionamiento o por la interferencia de motivaciones no siempre discernibles. Por los mismos días supimos del caso de una joven que denunció haber sido secuestrada y abusada sexualmente, luego de su cual algunos de sus allegados salieron en son de venganza y golpearon al acusado. Estamos ante un comportamiento tribal o de clan, anterior a los procedimientos ideados para hacer justicia a partir de la demostración de la culpabilidad. En ambos episodios se adujo que tales conductas fueron posibilitadas por la existencia de una atmósfera de inseguridad y dudas acerca del comportamiento de policías y jueces o deficiencias del orden institucional. Al mismo tiempo, aquí, en Santa Rosa, pudimos asistir a una numerosa asamblea de vecinos preocupados por avances de la delincuencia. Allí se expusieron ideas sobre situación y remedios posibles, con la actitud de quienes saben que el orden y la seguridad son una responsabilidad compartida y que no se trata de acusar o de reasumir la primitiva conducta del ojo por ojo, que no es justicia sino venganza irracional.
No se trata de negar el problema, sí de gestionarlo. En mi opinión muchas de las perturbaciones que se producen en la sociedad de nuestros días (prácticamente en todos los países que han desarrollado un orden institucional) tienen una causa que hay que enfocar sociológicamente y gestionar políticamente. Mucho (mucho más de lo que percibe la mayoría) está cambiando en las estructuras sobre las cuales se ha venido desenvolviendo la convivencia. Hay demanda de mayores cambios en relación con el principio de igualdad y hay resistencia al cambio. También hay incomprensión o mala lectura de la índole de algunos cambios producidos o reclamados.
Atentamente:
JOTAVE
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