Roma no se hizo en un día, sí en siglos
Señor Director:
Luego de que la Corte Suprema de Justicia impidió llevar adelante una de las reformas propuestas para democratizar el poder judicial, se asistió a la celebración de los que se consideraron ganadores y a una actitud más bien filosófica de quienes habían impuesto ese proyecto del P.E. en el Congreso.
Lo declarado contrario a la constitución fue solamente una de las normas concebidas para poner en marcha el proceso democratizador: la forma de elección de una parte de los miembros de un organismo llamado Consejo de la Magistratura. La ley anulada preveía hacer dicha elección por voto popular en lugar de dejar esa tarea a organizaciones de abogados y del propio poder judicial.
No me propongo aquí opinar sobre este hecho en su aspecto legal. Dado que tengo mucho visto sobre reforma de normas que han tenido larga vigencia sé que los cambios despiertan resistencias. Sé que "Roma (la ciudad) no se hizo en un día" ni nació de un proyecto previo. Se hizo en siglos y sin proyecto y sé que la democracia enunciada en Atenas (siglo IV a C), tomó formas más definidas con el derecho romano, otro producto de siglos, y ha venido siendo retocada hasta reconocer en la voluntad popular la piedra basal del sistema.
En el Martín Fierro se lee que "el tiempo sólo es tardanza de lo que está por llegar". Las propuestas de cambio deben madurar en la conciencia colectiva, pues tales cambios afectarán al colectivo, a la comunidad, cuya conciencia digiere despacio la novedad. La democracia es prospectiva, algo que se está haciendo y es de creer que siempre tendrá un horizonte por delante. Las ideas de Libertad y de Igualdad fueron formalmente enunciadas en 1789 y desde entonces avanzamos explorando en lo oscuro del porvenir. A cada paso descubrimos que la idea vigente de libertad e igualdad es insuficiente, incluye y excluye, y hace necesario idear pasos hacia la mayor inclusión o participación. Quienes tienen noción clara de lo histórico saben que éste es el relato de los cambios, algunos de los cuales luego muestran insuficiencias hasta exigir un nuevo cambio. Asimismo revela que cada uno de los cambios, aun los que el tiempo revelará virtuosos, supone romper un estado de cosas, desacomodar lo acomodado, con el inevitable efecto de endurecer la resistencia de quienes se sentían más cómodos y que tienden a creer que ese estado es el final del camino e intocable. Las monarquías hereditarias buscaron su justificación, llegando a proponer que el fundamento de su privilegio venía de un decreto de la divinidad y que, por lo tanto, estaba fuera de discusión; que toda objeción era impía y justificaba castigarla con prisión o muerte. Más tarde, al suavizarse las costumbres, las posiciones de privilegio fueron justificadas a través de la enseñanza, en nombre de una sabiduría que presumía morar en las alturas, desde donde goteaba por generosidad o conveniencia hacia los desheredados. Cuando se logró revertir el modelo de la educación y hacerla llegar a todos los niveles de la población, fue necesario todavía desmontar la idea de que la sabiduría mora en lo alto y gotea hacia abajo, por decirlo como lo dice ahora el neoliberalismo económico. Ahora mismo, en nuestros días, la educación no termina de asimilar la idea de que el saber es creación de la comunidad humana, que todo hombre trae la capacidad original de la que brotó la curiosidad y se fue elaborando el saber, de modo que cada persona que nace debe tener efectiva posibilidad de participar en la posesión del saber existente, ejercitando para ello la capacidad original que hizo posible que el hombre tenga historia. La oposición de las clases dominantes demoró largamente la educación universal y su gratuidad y, una vez establecida esta idea nueva, todavía estamos en su implementación para que la educación no sea castradora de la aptitud original del hombre. El camino por recorrer nunca está hecho.
Atentamente:
JOTAVE
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