Toay y "más allá": la leyenda y el misterio
Señor Director:
El martes 9, al leer que Toay celebraba sus l09 años, me dije (sentí) que ese nombre encierra mucho de lo que hoy es una provincia que demora en elaborar su identidad.
Ignoro si en las cuatro letras de ese nombre está la cifra, esto es, la suma y compendio de lo que fueron estos parajes donde el caldenal albergó tempranamente al humano y comenzó, entonces, a tener historia a partir de leyendas, tradiciones, decires, relatos de nuestros aedos. Nacido en la pampa de los vientos, las arenas y los médanos, y por haber visto en mi infancia el éxodo de muchos de los hombres que se atrevieron a buscar su sustento en un suelo que estaba aún en una etapa inconclusa de su formación, sentí desde entonces la atracción de los lugares donde el caldenal refería otro momento, pues con éste se hacía presente la posibilidad de la vida de aves y animales. Habitualmente estas especies llegan antes que el hombre. Casi siempre somos el invitado de último momento y quizás el que llega para cumplir un secreto designio de la vida o un mandato anterior, geológico, universal. Digo esto porque ignoro aún si nuestra presencia en tierras vírgenes es una intrusión o el inicio de una etapa del proceso que hace y deshace sin que sepamos si hay un punto de llegada o una suerte de eterno retorno o un proceso cíclico ascendente o, al menos, diferente (Vico).
Lo que ahora evoco es ese Toay que me atraía de niño con tanta fuerza que, luego, de joven, me llevó a transitar sus montes y a escuchar a viejos moradores de las chacras y tierras que estaban más allá del salitral que nos ponía límite por el oeste y que albergaba a la población de un suburbio a la que se prefería dar la espalda. Valdría averiguar de dónde procedía la gente del Salitral para ver cómo siempre se engastan los ciclos o momentos históricos, con derrotados y triunfadores. Llegué a pensar que Toay tenía más raigambre que Santa Rosa, que nosotros éramos los recién llegados y ellos (Toay, su ambiente y sus moradores) los que habían llegado antes y se habían dejado penetrar por la atmósfera del caldenal. Nosotros, que veníamos del este, teníamos historias de otro nivel de desarrollo; ellos: el indígena, los primeros pobladores y la soldadesca de la batida preliminar habían tenido tiempo para elaborar sus propias historias e impregnarse del ambiente, en tanto que quienes llegaban detrás de la tropa "civilizadora" eran herederos de otros estadios del desarrollo y se resistían a dejar de sentirse parte de lo otro, de aquello de donde procedían. Por eso he escrito alguna vez que hay una pampa distraída "mirando al este", siempre con nostalgias y con ganas de volver allá, al cobijo de la vieja línea de frontera. Por eso ha podido asistir como espectadora al desalojo de los hombres que se atrevieron a poblar el oeste, buscando el arrimo de los ríos que lo cruzaban en diagonal en su largo andar hacia el mar. Por eso no terminamos nunca de hacer nuestra la demanda por el río robado. Por eso, los poetas que mejor nos dicen, se han nutrido allá y no acá. Por eso poblamos desganadamente las riberas del Colorado por sentirlo como lo otro, ese horizonte de donde venía el malón, que tarda en borrarse de la memoria de quienes proceden del sector europeizado. Del otro lado del caldenal, Victorica y Telén producen sugerencias semejantes, en tanto que la carretera hacia Santa Isabel y La Humada es envite de una aventura que no se siente necesidad de emprender.
El título de esta nota se inspira notoriamente en Sur, "y más allá la inundación". Buenos Aires vivió demasiado tiempo tembloroso aquende su frontera. Los habitantes que habían llegado a La Pampa con la burocracia federal soñaban con volver, siquiera sea para morir allá, al lugar del cual se sentían pertenencia. El centro porteño recelaba del sur, Pompeya en el tiempo de esa letra entrañable de un tango que dice del hombre aferrado al puerto, también mirando al este.
Atentamente:
Jotavé
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