Londres, la capital mundial del lavado
«La City de Londres está escondiendo el dinero robado del mundo», expresó un reconocido periodista británico, en tanto un dirigente del Partido Conservador declaró a esa ciudad «la capital mundial del lavado de dinero».
JOSE ALBARRACIN
Finalmente esta semana, y tras años de arduas negociaciones, algo más de 130 países -entre los que se encuentran los más poderosos del mundo- llegaron a un acuerdo global para imponer a las grandes compañías multinacionales un impuesto a las ganancias mínimo del 15 por ciento. El tratado, que será suscripto por los líderes del G20 a fin de mes, y que se espera entre en pleno vigor en 2023, impone además a esas megacompañías la obligación de pagar impuestos en los países donde sus bienes y servicios son comercializados, aunque no tengan domicilio fiscal allí.
Buenas.
Junto a la nueva revelación de las fortunas personales ocultas de políticos, empresarios y otras figuras públicas, conocida como los «Pandora Papers», esta es una excelente noticia en la lucha contra la inequidad económica creciente en el mundo, no sólo entre individuos, sino también entre países. Créase o no, los multimillonarios se preocupan por su reputación, y esta exposición de sus trapisondas los inquieta.
La desigualdad es un fenómeno que viene incrementándose en forma exponencial (así lo certifica el último informe del FMI) y que resulta tan poco sustentable como poco inteligente. Por ejemplo, António Guterres, el diplomático más importante del mundo, secretario general de las Naciones Unidas, empleó una palabra realmente poco diplomática para describir la actitud de los países ricos que no comprenden la necesidad de asegurar la provisión de vacunas contra el Covid-19 a los países más pobres: «es estúpida», dijo.
Pero lo que resulta cada vez más claro, es que el sistema financiero internacional, favorecido por la potenciación de herramientas tecnológicas de la computación moderna, se ha transformado en una maquinaria de precisión a la hora de ocultar enormes sumas de dinero, no ya sólo con fines de evasión impositiva, sino directamente para cubrir con un disfraz de legalidad a fondos de origen ilícito, como la corrupción política y el narcotráfico.
Cuevas.
En todo este sistema cumplen un rol central los llamados «paraísos fiscales», expresión que proviene de una mala traducción del inglés, donde «tax havens» quiere decir, en realidad, «cuevas fiscales». Sin embargo, no deja de ser curiosa la confusión con la palabra «paraíso» (heaven), ya que, de algún modo, estos enclaves financieros son el edén para los dineros espurios, que por la magia capitalista, se ven liberados del pecado original del delito que los origina.
No todos están asentados en islas exóticas. Los hay dentro mismo de EEUU (el estado de Delaware, pero también Dakota del Sur), en la respetable Europa (Suiza e Irlanda, pero también la pequeña Liechtenstein, tan popular como domicilio de compañías «argentinas») y en Asia, con Hong Kong y Singapur a la cabeza.
Pero estudios recientes vienen demostrando que la enorme mayoría de estos verdaderos nudos de la corrupción internacional, se originaron en los remanentes del Imperio Británico: territorios tan pequeños que no alcanzaron la densidad suficiente para formar un estado nación, pero que por los vínculos seculares con Londres (o, mejor dicho, la City londinense) quedaron en la telaraña financiera británica. Ninguna casualidad: el colonialismo podrá estar casi abolido, pero ha sido eficientemente suplantado por un sistema financiero internacional que continúa succionando recursos con dirección a las metrópolis del Norte.
City.
En un artículo titulado, sin eufemismos, «La City de Londres está escondiendo el dinero robado del mundo», el experto Nicholas Shaxson denuncia el rol central de Gran Bretaña en todo este esquema. Cómo estarán las cosas, que un miembro prominente del Partido Conservador gobernante, citado por The Guardian, acaba de declarar a Londres «la capital mundial del lavado de dinero».
Los ingleses se escandalizan de que Maradona les haya convertido un gol con la mano, pero no tienen tanto prurito cuando se trata de hacer la vista gorda ante los desaguisados que se cuecen en la City, particularmente desde la fundación del mercado de «eurodólares» que dotó a ese enclave financiero de una enorme autonomía respecto del gobierno británico, para permitir a la banca internacional maniobras que sus países de origen prohiben.
Cuando la megacrisis de 2008 expuso los «extravagantes excesos» del sistema financiero, se ensayaron algunas tímidas reformas. Sin embargo, la Gran Bretaña post-Brexit, con sus serias dificultades económicas y su escasez de combustibles y otros productos básicos, parece decidida a adoptar definitivamente un perfil económico que privilegie las finanzas como motor para generar recursos.
La propia City, en su «Nuevo Código de Servicios Financieros» de julio pasado, ha declarado expresamente su intención de enfatizar la «competitividad», palabra clave para designar el habitual menú de bajos impuestos, regulaciones laxas y británico disimulo ante la conducta delictiva de sus inversores.
Como en las novelas de Emilio Salgari, los piratas siguen usando cuevas en las islas tropicales como escondite para sus botines. Y algunos de ellos, no obstante, terminan condecorados por la corona británica.
Artículos relacionados