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Miércoles 31 de diciembre 2025

Adiós a un estandarte

Redacción 31/12/2025 - 00.13.hs

Hay hechos que marcan una época, que la definen incluso, pero también hay seres humanos sobre los que pesa la misma distinción. En esta condición no son muchas las mujeres y una de ellas acaba de morir: Brigitte Bardot.

 

El impacto de la estrella francesa sobre el mundo del arte, la moda y las costumbres (también la ética, por qué no…) fue tan grande que todavía hasta la actualidad, en la apreciación de las nuevas generaciones su nombre aparece como bastante más que el de alguien que bregaba más o menos en solitario por los derechos de los animales y vivía poco menos que recluida.

 

Siempre negó ser un objeto femenino promovido por los medios de comunicación, pero sí una mujer en el pleno ejercicio de sus derechos, esto en una época en que el machismo imperaba en el mundo y apenas asomaba la reivindicación femenina y multisexual.

 

Bardot se había revelado al mundo de los años cincuenta con “Y dios creó a la mujer”, un filme que dirigiera el primero de sus maridos, que rebosaba una sensualidad distinta a la que Hollywood ponía en sus estrellas. Como dijera uno de sus fanáticos—que eran muchísimos y notables— avanzaba por delante de la abundosa Marilyn Monroe portando un erotismo distinto, latino acaso.

 

Francia la convirtió en su estandarte. Su rostro apareció en monedas, sellos postales y hasta estatuas, representando a la icónica Marianne, símbolo del país. Ni qué decir que instauró una “moda a lo Brigitte” en distintos aspectos y una popular canción sudamericana llevó su nombre. Hasta fue motivo de un novedoso ensayo socio-filosófico que procuraba esclarecer e interpretar su condición de mujer libre y por encima de cualquier convencionalismo de la época.

 

En 1957, las iglesias estadounidenses desencadenaron una campaña en su contra que hasta generó el allanamiento de salas cinematográficas, al amparo de una ley que prohibía los espectáculos obscenos.

 

Charles de Gaulle, por entonces en todo su apogeo, le concedió una entrevista en el despacho presidencial, un privilegio al que no accedía cualquier político.

 

Pero no todas fueron flores en su personalidad. En 1973, cuando contaba con apenas treinta y nueve años de vida y éxitos se retiró del cine para –como dijera un agudo comentario periodístico—“dedicarse a la defensa de los derechos de los animales, ya fueran focas o políticos de ultraderecha”, una postura ideológica que la llevó a ser condenada varias veces “por incitar al odio racial” con reiteradas declaraciones contra el Islam y a los refugiados que llegaban a Francia. Llegó calificar a los mestizos como “residuos, que no sirven para nada más que para pudrirse en perreras o morir sin compasión alguna” mientras que “nuestros descendientes sean cruzados para siempre por predominios seculares o religiosos”.

 

Semejantes pensamientos tan firmemente alineados en la ultraderecha permiten pensar que, de haber sabido de ella, su personalidad hubiera entusiasmado a algún presidente latinoamericano.

 

La fulgurante estrella de los años cincuenta del pasado siglo ahora se ha marchado con el enorme atractivo que le dio una fama sin igual y sus defectos como ser humano que no fueron pocos pero que irán quedando en el olvido dejando lugar a su inigualable “charme”, para despedirla con una palabra de su propio idioma.

 

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