Agua: la ingeniería contra el ambiente
Entrevistado por Radio Noticias uno de los profesionales pampeanos más reconocidos en la actualidad en materia de investigaciones hidrológicas realizó una severa crítica conceptual a los embalses que se construyeron, y los que están en ejecución, en la extensa cuenca del Desaguadero-Salado-Chadileuvú-Curacó.
Uno de sus razonamientos resultó muy ilustrativo para ayudar a entender mejor el porqué del desastre ambiental que se originó en las provincias arribeñas -Mendoza y San Juan, especialmente- cuando se instalaron diques sobre los cursos hídricos que son tributarios de ese gran colector que en su tiempo fue el Desaguadero, hoy convertido en un cañadón seco que, ocasionalmente, muestra por su cauce apenas un hilo de agua hipersalinizada.
Los numerosos embalses levantados sobre los ríos Jáchal y San Juan, en la provincia homónima, y en los ríos Mendoza, Tunuyán, Diamante y Atuel, en territorio mendocino, se proyectaron y levantaron según un punto de vista estrictamente ingenieril, con absoluta prescindencia de los requerimientos ambientales. En pocas palabras, lo único que le importó a los responsables del diseño y la construcción de esas represas fue su solidez estructural para cumplir con una única función: retener el agua a fin de derivarla por canales o tuberías hacia centrales generadoras de energía, áreas bajo riego o consumo humano. Las necesidades de flora y fauna no figuraron en los sesudos cálculos de los ingenieros, como tampoco los de las poblaciones humanas ubicadas aguas abajo en otras provincias como sobradamente puede dar fe La Pampa.
Esa concepción ingenieril excluyente, obsoleta, depredadora de la naturaleza, viene siendo objetada desde hace tiempo y no solo en nuestro país. En todo el mundo los desastres ambientales ocasionados por las represas hidráulicas han levantado voces de alarma que apuntan a visibilizar los graves perjuicios causados en los ecosistemas faunísticos y florísticos y en innumerables poblaciones humanas por estos enormes paredones de cemento o de arcilla y rocas.
Ahora bien, al aspecto constructivo hay que agregarle el político. Los gobiernos provinciales, y los nacionales, poco y nada han hecho para reparar el gran daño provocado. Al contrario, en las provincias de Mendoza y San Juan persiste una cerrada negativa a considerar los graves perjuicios causados al territorio pampeano y a poner en funcionamiento un organismo de cuenca para administrar los recursos hídricos en forma consensuada y racional. Lo de Mendoza es un caso extremo ya que viene ignorando en forma maliciosa una sentencia de la Corte Suprema de Justicia que la obliga a soltar un caudal mínimo del Atuel para atemperar la catástrofe ambiental y humana desatada aguas abajo.
Otro dato brindado por el hidrólogo resulta ilustrativo del grado de deterioro causado: aún si Mendoza dejara pasar los 3,2 metros cúbicos por segundos estipulados por la CSJ, llevaría entre cinco y seis años recomponer, y solo parcialmente, el daño provocado en los bañados del Atuel en suelo pampeano. La miopía de las provincias arribeñas la estamos pagando con creces los que vivimos aguas abajo y no queremos resignarnos a ser un área de sacrificio.
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