Berlín comienza a abandonar su tradicional desarme
Con la guerra en Ucrania a sus puertas, Berlín ha comenzado seriamente a abandonar su tradicional desarme, se ha propuesto invertir un 2% de su PBI en defensa, y se ha visto forzada, también, a mirar el mundo que la rodea.
JOSE ALBARRACIN
Por si fuera necesaria otra demostración de lo mucho que está cambiando el mundo, el gobierno de Alemania acaba de publicar un documento en el que delinea su estrategia de seguridad nacional. Durante más de setenta años los alemanes habían vivido en la convicción de que su defensa como país estaba suficientemente cubierta con la pertenencia a la OTAN, y su rol preponderante en la Unión Europea. Esa convicción se resquebrajó cuando el presidente norteamericano Donald Trump amenazó con abandonar la alianza militar atlántica, acusando a los europeos -y a los alemanes en particular- de no invertir en gastos militares. Ahora, con la guerra en Ucrania a sus puertas, Berlín ha comenzado seriamente a abandonar su tradicional desarme, se ha propuesto invertir un 2% de su PBI en defensa, que porcentualmente no es tan alto: equivale al de nuestro vecino Chile (Argentina gasta apenas el 0,6% de su PBI en este rubro).
Status quo.
El documento ha sido criticado por su vaguedad: hay quien lo considera apenas un catálogo del mínimo común denominador nacional sobre estos temas. Es notorio, por ejemplo, que se omitió toda mención a China, un tema respecto del cual existen serias polémicas internas. Aparentemente, con reconsiderar la situación de Rusia tienen bastante entretenimiento.
Había algo de cierto en la crítica de Trump: Alemania tenía un ahorro considerable en su ínfimo gasto militar, para no hablar del que le proporcionaba el gas natural ruso, motor de la competitividad de su sector industrial. Ambas ventajas han desaparecido.
Pero las buenas relaciones con Moscú no eran sólo una cuestión de conveniencia, sino también una postura ideológica más profunda. Buena parte de la reconstrucción alemana en la posguerra se basó en la idea de la responsabilidad histórica, y en la reparación de vínculos con los países que habían sufrido la invasión de la Alemania nazi (por cierto, Ucrania figuraba en esa lista de países invadidos, pero raramente figuraba en esas prioridades diplomáticas).
Mundo.
Como escribe la periodista Anna Sauerbrey desde Berlín, el nuevo gobierno que sucedió al de Angela Merkel en 2021 ha comenzado a intensificar relaciones bilaterales con países fuera de Europa, lo cual no deja de ser una novedad. Este proceso forma parte de la reformulación de la diplomacia y la defensa alemanas.
Así es como los ministros han comenzado a visitar con frecuencia países de Asia y África, y se han encontrado con un dato que no tenían en cuenta. En esos lugares se percibe a Alemania como parte del lote de naciones europeas colonialistas, respecto de las cuales, por cierto, todavía pervive un justificado resentimiento.
Los alemanes aparentemente habían olvidado su pasado colonial, quizá porque lidiar con el nazismo y -en particular- el Holocausto les generaba suficiente sentimiento de culpa y responsabilidad internacional. Pero resulta innegable que, aunque empezaron más tarde que los españoles, los ingleses, los franceses y holandeses, y nunca consolidaron un gran imperio, los alemanes tuvieron dependencias coloniales africanas y asiáticas, a las que trataron con la habitual brutalidad.
Para muestra basta un botón: fue Alemania la que perpetró el primer genocidio reconocido en la historia, en contra de los pueblos herero y nama, en lo que hoy es Namibia. Entre 1904 y 1908, las autoridades coloniales alemanas forzaron a decenas de miles de personas (incluyendo mujeres y niños) a internarse en el desierto, donde murieron de hambre y sed. Estas atrocidades, sumadas a los campos de concentración que también se establecieron allá, fueron finalmente reconocidas por el gobierno de Merkel en 2021, lo que incluyó un pedido de disculpas y un aporte de 1.350 millones de dólares en concepto de asistencia económica.
Generación.
Durante la Guerra Fría, la idea de que Alemania pudiera rearmarse provocaba -valga la redundancia- escalofríos. Hoy, con tres generaciones de alemanes que no vivieron esas historias, algunos de los cuales ni tienen registro de que su país estuvo dividido y recién se reunificó a comienzos de los años '90, es de esperar que se sacudan algunas viejas estructuras.
Tampoco es un dato menor que -como lo atestiguan sus delegaciones deportivas- en el presente es un país multiétnico, un tercio de cuya población está constituido por inmigrantes de primera o segunda generación (hace diez años, eran apenas una quinta parte). Esta nueva población ya no tiene el status eufemístico de "trabajadores invitados", acceden a la ciudadanía, y se están integrando a la vida política del país.
Lo cierto es que hace apenas un año y medio que concluyó el periplo de Angela Merkel como canciller alemana, y parece que hiciera una década. Toda la estabilidad que ella parecía garantizar y representar, toda esa solidez -parafraseando a otro pensador alemán- hoy se disuelve en el aire.
Lo que muchos alemanes estarán preguntándose es si aquella mujer que condujo su país durante más de tres lustros era realmente esa enorme estadista, capaz de dotar a Alemania de un rostro compasivo y de mantener relaciones constructivas con Rusia y EEUU al mismo tiempo. O si, simplemente, era como aquel niño de la leyenda, que con su dedo fue capaz de contener por un tiempo las grietas de un dique que se rompía irremediablemente.
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