Cielos azules, soles dorados
Durante esos largos y oscuros días de la pandemia, entre las pocas certidumbres que los tiempos permitían, uno siempre podía recurrir a los breves pronósticos del clima que, en cortos videos diarios, subía a Youtube un avejentado David Lynch, de anteojos oscuros, y con un acento campechano que recordaba a los clásicos locutores de radio (los equivalentes a nuestros Héctor Larrea o Antonio Carrizo). Al borde de la ironía, y aunque en ese momento estuviera nublado y lloviera en Los Angeles, donde residía, un sonriente Lynch siempre auguraba cielos azules y soles dorados. Es una metáfora bastante adecuada (ciertamente cinematográfica) que cuando murió, el miércoles pasado, la ciudad se estuviera incendiando.
Montana.
La palabra "campechano" lo describe bastante bien, si tomamos en cuenta la impresión que daba su persona afable. Nacido en el Medio Oeste norteamericano (más concretamente, en Missoula, Montana) ese origen campesino parecía siempre aflorar, mucho más profundo que el glamour de un director de Hollywood, siempre vestido en forma impecable, y siempre acompañado de su entonces esposa, esa ícono del cine llamada Isabella Rossellini (hija de la actriz sueca Ingrid Bergman y del director italiano Roberto Rossellini: una princesa de las cámaras).
Sus películas, en cambio, no tenían nada de campechano. No porque no estuviera presente el elemento de la inocencia; sino porque, cuando aparecía, esa supuesta virtud (monopolizada en Hollywood por los estudios Disney) pertenecía a algún lugar en el pasado de la experiencia norteamericana.
No es ninguna casualidad que los filmes de Lynch aparezcan profusamente citados y analizados en el documental "Guía cinematográfica para el perverso" del filósofo esloveno Slavoj Zizek. Y es que en sus historias siempre aparecía algún personaje masculino ominoso, cruel, autor de una violencia inusitada, nunca vista hasta que él la pudo llevar a la pantalla: Frank (Dennis Hopper) en "Blue velvet" o Bobby Perú (William Dafoe) en "Wild at heart".
Zizek, gran cultor del psicoanálisis, señalaba la paradoja de que estos personajes se imponían, y eran obedecidos, no como figuras paternas auténticas: "son físicamente hiperactivos, exagerados, y por ende inherentemente ridículos: en los filmes de Lynch la ley es impuesta por personajes ridículos, hiperactivos, gozantes".
Inocencia.
Acaso su obra más perdurable no sean sus películas, sino su serie televisiva "Twin Peaks", que vino a revolucionar totalmente lo que se creía posible en el formato de la TV en los años ochenta, y que con su espíritu pionero abrió el camino para toda la innovación que representaron, después, series como "Los Soprano" o "Lost". Toda la historia transcurría en un pequeño y apacible pueblito de montaña (probablemente en Oregon o Washington) donde la aparición del cadáver mancillado de una bella adolescente llamada Laura Palmer, viene a conmover el ambiente amigable de esa comunidad casi utópicamente feliz.
Allí estaban todos los elementos del cine Lyncheano: las bellas mujeres, algo tendientes a la locura. Los personajes ridículos como el agente Cooper del FBI (Kyle McLachlan) con su adicción al café y los pasteles, y sus métodos de investigación algo supersticiosos. Pero sobre todo, la presencia de fuerzas oscuras, de pulsiones sexuales tapadas pero siempre latentes.
Y otro dato no menor: la música. Siempre nostálgica, siempre evocando el pasado norteamericano, el del primer rock and roll y de la música negra de Motown. Aún cuando en este caso el compositor fuera un italiano, Angelo Badalamenti, digno seguidor de la tradición de sus compatriotas Nino Rota y Ennio Morricone.
Vejez.
Hay que decir en su honor que esta estética, que acaso alcanzó su apoteosis en la genial (y maltratada) "Mulholland Drive", se fue dulcificando con el paso de los años. De hecho, una de sus últimas películas, "The Straight Story", terminó producida por los mismísimos estudios Disney. Es la historia algo delirante de un granjero norteamericano que, para visitar a su hermano enfermo, emprende un viaje de cientos de millas en un vehículo poco convencional: un tractor/cortadora de pasto.
En la misma dirección -ya sin violencia ni perversión, pero con el delirio de siempre- se inscribe su actuación en "Lucky", última película de su amigo Harry Dean Stanton, que tiene como tema central la vejez. Además, por supuesto, del muy existencial problema de la desaparición de una mascota del personaje de Lynch, una tortuga llamada "Presidente Roosevelt".
Sin embargo, a este último período, y ya en la era de Netflix, una segunda visita al mundo de "Twin Peaks" le permitió adentrarse aún más en la oscuridad, y acaso, revelar el tema central de su arte. Lenta, difícil, por momentos incomprensible, la nueva miniserie tiene como uno de sus momentos centrales a la primera explosión nuclear conseguida por el llamado Proyecto Manhattan, tan luego en la inocente ruralidad de New México.
Sería aquella invención diabólica, luego desatada sobre los japoneses -y por extensión, a toda la humanidad- la que marcaría, estéticamente, el fin de la inocencia norteamericana, aquella supuesta utopía de la libertad y de la búsqueda de la felicidad como derechos constitucionales.
Hoy el terror nuclear, tanto tiempo olvidado, parece amenazar nuevamente. Por si fuera poco, otro infierno artificial, el del calentamiento global, ha reducido sectores enteros de la ciudad de Los Angeles a un triste desfile de ruinas carbonizadas. Y para colmo, se ha callado aquella voz amigable que nos pronosticaba cielos azules y soles dorados.
PETRONIO
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