Viernes 26 de abril 2024

Cómo mueren las democracias

Redacción 11/01/2024 - 00.14.hs

¿Habrá una turba atacando el Congreso argentino en el futuro? ¿Se atreverán a repetir el mismo manual de procedimientos que en Estados Unidos y en Brasil, por aquello de "la tercera es la vencida"?

 

JOSE ALBARRACIN

 

Este fin de semana se recordó el aniversario de los dos intentos golpistas más graves verificados en Occidente en muchos años: el asalto al Capitolio de Washington del 6 de enero de 2021, y el registrado en Brasilia el 8 de enero de 2023. Aunque ambos fueron golpes fallidos, su escalofriante similitud, y su indudable inspiración en la así llamada "internacional de ultraderecha" tornan legítimo cuestionar hasta qué punto la convulsionada realidad política de Argentina no podría enfrentar un episodio similar en un futuro no muy lejano.

 

Similar.

 

Existen muchos rasgos parecidos en los dos movimientos derechistas. En ambos casos, fueron fogoneados por un presidente que había perdido la elección en la que buscaba su reelección, en base a falsas acusaciones de fraude electoral. En ambos casos, el hecho se produjo para evitar la asunción del nuevo gobierno elegido conforme el sistema constitucional. En ambos casos, todo ocurrió a plena luz del día, y las turbas que ingresaron a los respectivos congresos y produjeron destrozos y lesiones, pudieron ser vistos en vivo y en directo por todo el mundo.

 

Curiosamente, y pese a que estas concentraciones violentas fueron claramente anticipadas -especialmente en Brasil, donde los manifestantes habían deambulado por días por las puertas de los cuarteles reclamando que las fuerzas militares se involucraran en el golpe- las fuerzas del orden aparecieron poco preparadas, y en definitiva, incapaces de evitar los desmanes.

 

No hay dudas de que en ambos episodios se cometieron graves delitos, en particular, el de sedición. En Brasil, pasado un año ya hay 1.350 personas acusadas, y 30 condenadas, con penas que van de 3 a 17 años de prisión. En EEUU, en tanto, a tres años de los hechos, hay 1.240 acusados, y unos 880 ya fueron condenados a prisión de hasta 22 años.

 

Distinto.

 

Sin embargo, existen también diferencias en ambos casos. Donald Trump, el cabecilla del movimiento sedicioso en EEUU, quien además está siendo procesado por presionar a las autoridades electorales para falsear el resultado electoral, hoy se presenta como el casi seguro candidato presidencial republicano, y con chances de ganar las elecciones generales de este año. En sus discursos públicos se refiere a los amotinados en prisión como "rehenes", y suele calificar aquel 6 de enero como "un día hermoso".

 

En cambio Jair Bolsonaro, el golpista brasileño, ha quedado en una situación de aislamiento político, y ya existe una sentencia judicial que le prohíbe volver a competir por un cargo electivo. Trump afronta un desafío similar, ya que dos estados le han prohibido presentarse a las elecciones primarias por considerarlo un sedicioso. Su estrategia al respecto es, al menos, curiosa: plantea que en su condición de presidente la Constitución le garantiza total inmunidad (incluso para atentar contra la Constitución).

 

La otra diferencia crucial entre ambos procesos ha sido la actitud de las respectivas Cortes Supremas: mientras la de EEUU, compuesta por una sólida mayoría republicana, se ha mantenido al margen de lo ocurrido, su par brasileña tuvo un rol proactivo, ocupándose incluso en forma directa de la investigación de la asonada golpista, y militando la condena a sus participantes.

 

Futuro.

 

Lo que resulta innegable es que en ambos casos el modus operandi parece calcado, y su "copyright" no puede ser más claro: la red internacional de ultraderecha que comanda el delincuente norteamericano Steve Bannon. La misma que apoya fervientemente al actual gobierno argentino.

 

También aquí las fuerzas políticas de derecha en el poder han pretendido hacer denuncias falsas de fraude electoral. También aquí se ataca al Congreso, hasta el punto de lanzar acusaciones de "coimeros" a los legisladores opositores y de pretender sustituirlo en su función de dictar leyes. También aquí los gobernantes se permiten desmerecer a la democracia como sistema político, al punto tal que la vicepresidenta es una notoria defensora de la dictadura de 1976/1983.

 

En su libro "Cómo mueren las democracias" los profesores de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt identifican cuatro rasgos básicos de la personalidad de un líder autoritario: el rechazo a las instituciones democráticas, la deslegitimación de los oponentes políticos, la tolerancia o el apoyo a la violencia, y la restricción de las libertades ciudadanas.

 

Ellos señalan que hasta fines del pasado milenio, ningún presidente norteamericano -salvo Nixon- podía ser acusado de incurrir en alguna de estas conductas. Ahora, el ex presidente Trump llena los cuatro casilleros. Queda el lector invitado a practicar el mismo test respeto del actual presidente argentino.

 

¿Habrá una turba atacando el Congreso argentino en el futuro? ¿Se atreverán a repetir el mismo manual de procedimientos, por aquello de "la tercera es la vencida"? Sería aventurado predecirlo. Pero lo que es cierto es que, lo que hasta hace poco meses resultaba impensable, hoy ya no puede ser descartado.

 

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