El atentado que cambió la historia
El 7 de octubre pasado, Yigal Amir despertó sacudido por el sonido de estruendos y sirenas. El tipo estaba en la prisión de Ayalon, 23 kilómetros al sur de Tel Aviv.
RICARDO RAGENDORFER
Las sirenas y los estruendos continuaban; era la música del ataque de Hamás sobre Israel. Casi al mes, el tipo cumplió 28 años tras las rejas, mientras el conflicto bélico crecía como una bola de nieve. Había ya más de trece mil muertos, tanto palestinos como judíos, en su mayoría civiles.
¿Cuáles serían sus sentimientos al respecto? Este interrogante nos lleva a otro, de carácter contrafáctico: ¿acaso sin él la historia hubiera sido distinta? En este punto es necesario retroceder tres décadas.
Las negociaciones por la paz entre el Estado de Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) pasaron a la posteridad como los “Acuerdos de Oslo” -por firmarse en la capital de Noruega-, y culminaron en Washington con la firma del primer ministro israelí, Isaac Rabin, y el líder de la OLP, Yasser Arafat. Estados Unidos y Rusia fueron sus garantes. Corría el 13 de septiembre de 1993.
La imagen televisada de Arafat y Rabin al estrecharse las manos, con el presidente estadounidense Bill Clinton entre ambos, fue transmitida en directo a todo el planeta. Yigal Amir, de 23 años, un estudiante de derecho en la Universidad de Bar-Ilan, la vio en un bar de Herzliya, su ciudad natal, en medio del júbilo de los parroquianos. Ellos vivaban a Rabin y en las calles se coreaba su nombre.
Es que este veterano de la Haganá -la milicia judía de resistencia al Mandato británico de Palestina- fue uno de los fundadores de las Fuerzas de Defensa de Israel, en las que llegó a la jefatura siendo uno de sus generales más emblemáticos. Y, como tal, un duro entre los duros. No obstante, a los 71 años, ya volcado a la acción política, acababa de convertirse en el artífice de la paz, tras una guerra de casi medio siglo.
Los acuerdos en cuestión establecían la autonomía para los territorios de Gaza y Jericó, aceptando Israel el derecho de los palestinos a un gobierno propio, y la OLP reconocía la existencia de Israel, renunciando a sus operaciones armadas.
El asunto no le gustó nada al joven Yigal, un extremista de la derecha religiosa que se oponía a la iniciativa pacificadora de Rabin. No era el único israelí que sostenía tal postura. De manera que el clima político se fue caldeando. “Rabin está alejado de los valores y de la tradición judía”, proclamó en un comunicado el líder del partido Likud, Benjamín “Bibi” Netanyahu. Sus palabras causaron beneplácito entre los colonos de los territorios ocupados y los rabinos más retrógrados de Israel. Estos últimos exhumaron del olvido el concepto de din rodef (Ley del Perseguidor), un oscuro mandamiento del Talmud de Babilonia que permite la eliminación de quienes ponen en peligro la vida de sus semejantes. Tal idea cautivó a Yigal.
El esbirro de Dios.
A pesar de que los Acuerdos de Oslo contaron con el apoyo del grueso de la sociedad israelí, su aplicación empezó a dificultarse por varios factores; entre otros, los primeros atentados suicidas cometidos por extremistas islámicos, así como el ruidoso activismo de la ultraderecha israelí contra las concesiones a los palestinos. Proliferaron los discursos de odio, y en algunos cenáculos religiosos se debatió la legitimidad del din rodef.
La temperatura se fue tornando virulenta, al punto de que el director del Servicio de Seguridad Interna de Israel, Carami Gillon, le exigió a Netanyahu que bajara el tono de su retórica. También le aconsejó a Rabin el refuerzo de su custodia y el uso de chaleco antibalas, pero ni Rabin ni Netanyahu le hicieron caso.
Así se llegó al 4 de noviembre de 1995. Aquel día unas 100 mil personas llenaron la Plaza de los Reyes de Israel, en el centro de Tel Aviv, con motivo de un acto nocturno en apoyo a los Acuerdos de Oslo. Su único orador: el primer ministro Rabin.
–Fui militar durante 27 años. Luché cuando la paz no tenía ninguna posibilidad. Creo que ahora la tiene, y mucha- fue su arranque. Una oleada de aplausos subrayó la frase.
Mientras tanto, una silueta caminó lentamente hacia el estacionamiento contiguo, y se detuvo cerca de la limusina oficial de Rabin. “Este es un mensaje de paz al pueblo israelí, al pueblo judío de todo el mundo, a los muchos pueblos del mundo árabe y, de hecho, al mundo entero”, dijo Rabin. Aquellas serían sus últimas palabras. El aplauso de la multitud crecía cuando él, luego de bajar del escenario, enfilaba hacia la puerta abierta de su automóvil. En ese instante la silueta le gatilló dos tiros en la espalda.
Amir fue reducido por los guardias. Isaac Rabin murió en el Hospital Ichilov.
“¡Actué bajo las órdenes de Dios!”, fue lo único que el magnicida dijo en el juicio que lo condenó a prisión perpetua. Nunca se supo si actuó solo o por cuenta de terceros.
Lo cierto es que ese día también murió la paz en Medio Oriente. Ahora, 28 años después, mientras Yigal Amir continúa tras las rejas, un nuevo festival de sangre zarandea la región. Y con esta pregunta en pie: ¿acaso sin él la historia hubiera sido distinta?
Dos atentados exitosos.
Me interesó la nota de Ricardo Ragendorfer por las analogías con el fallido atentado contra Cristina Fernández de Kirchner. Ambos tuvieron éxito. Aunque milagrosamente Cristina no perdió la vida, desde entonces si perdió el tren de su reivindicación y se bajó de la competencia electoral, por lo que su suerte en los tribunales quedó al albur de lo que decidan otros.
Hay otras analogías: Si la (in)justicia argentina se niega a investigar a los instigadores del ataque a CFK, la de Israel no logró desentrañar las relaciones entre el grupo extremista que integraba el asesino y el Servicio Secreto israelí. Una hipótesis verosímil es que, a su vez, los extremistas habían infiltrado al Servicio Secreto.
La muerte de Rabin significó el entierro de sus planes de paz: la conformación de un estado palestino en la Cisjordania y la Franja de Gaza y la devolución de la meseta del Golán a Siria a cambio de un acuerdo garantizado por la ONU de que nunca se atacaría a Israel desde esas alturas. Desde la muerte de Rabin todos los gobiernos de Israel fueron invariablemente de (ultra)derecha.
No bastaba con quitar de en medio a Rabin, también hubo que envenenar a Yaser Arafat, corromper a su séquito y alentar y financiar a sus rivales de Hamás, de modo de volver imposible la unidad entre Gaza y Cisjordania. (Juan José Salinas. Extractado de El Pájaro Rojo).
(Extractado de Caras y Caretas).
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