El cuerpo de un presidente
Este viernes el presidente Trump se sometió a un riguroso examen médico y cognitivo que duró aproximadamente cuatro horas. Tras la habitual extracción de sangre y otros fluidos, se lo sometió a un electrocardiograma, rayos X y resonancias varias, para luego pasar al test de sus habilidades mentales. Un poco a la manera de Hugo Chaves, que gustaba de encargarse personalmente de dar sus propios partes médicos, Trump se esmeró de declarar -antes de que estén los resultados- que se sentía "en gran forma", y que "contestó bien todas las preguntas", al tiempo que no perdió la oportunidad de bromear sobre la competencia mental de su predecesor en el cargo, Joe Biden.
Veterano.
A los 78 años -en dos meses cumple uno más- se trata del presidente más anciano que jamás haya accedido a la Casa Blanca, con diez nietos y un historial de deslices verbales que no lo alejan demasiado de Biden a la hora de dar material a los cómicos de TV que tanto se divierten con sus gaffes. Con sólo decir que en una oportunidad aseguró haberle ganado una elección a Barak Obama -cosa que, por supuesto, nunca ocurrió- y no faltará mucho para que se atribuya haber vencido también a Abraham Lincoln.
Por supuesto, la salud de un presidente es una cuestión de interés público: el pueblo tiene derecho a saber si quien los gobierna está en condiciones físicas y mentales de llevar adelante los destinos de la nación. Eso corre para los norteamericanos, pero también para el resto del mundo, ya que este individuo se ha encargado, en los últimos días, de poner patas para arriba todo el orden internacional creado tras la segunda guerra mundial, para no hablar cuánto ha dañado el proceso de la globalización y el libre comercio.
Pero también se genera una espectáculo alrededor de este episodio, ya que el paciente que pasó por esos exámenes el viernes tiene como tema favorito de conversación hablar sobre sí mismo, incluyendo su cuerpo. Esta semana, por ejemplo, justificó su decisión de anular una norma de la época de Obama que regulaba la presión con que debían trabajar los cabezales de duchas en EEUU -medida destinada a promover el ahorro en el consumo de agua- se justificó diciendo que "tengo que estar quince minutos parado bajo la ducha para lograr que se moje mi hermoso pelo". Por algún motivo esta auto-alabanza recordó a aquel andaluz pelilargo que en un video viral de hace unos años se promocionaba para conocer chicas alabando su propia inteligencia, su feminismo, su pertenencia a la "raza blanca" (salvo en verano, que se broncea) y todo al son del latiguillo: "Mira la magia de mi melena".
Cuerpo.
Curiosamente y pese a este innegable exhibicionismo, existe un largo historial de
ocultamiento de parte de Trump respecto de su salud. Si hay algo que odia, incluso más que a los inmigrantes, es a cualquier circunstancia que lo muestre en situación de debilidad. Por ejemplo, cuando el año pasado sufrió un aparente atentado contra su vida, con un balazo que le rozó una oreja, se lo vio la semana siguiente con una curita, para luego reaparecer públicamente con toda su orejota al aire libre sin que se verificara ni el más mínimo rasguño.
Otro episodio parecido ocurrió cuando se contagió de Covid en su presidencia anterior, que le sirvió para retornar triunfante a la Casa Blanca, con actitud de súper hombre, posando en ademán desafiante con un gesto que recordaba vagamente a Benito Mussolini. Hoy se sabe que estuvo cerca de la muerte, ya que el virus le interesó los pulmones, y que sólo lo salvaron inyectándole anticuerpos monoclonales. Nada de eso se dio a conocer en el momento.
No obstante, sin dudas el episodio más divertido de todos fue en diciembre de 2020, cuando ya derrotado en las elecciones presidenciales, se sometió a una colonoscopía sin anestesia, ya que de lo contrario hubiera debido delegar el mando en su vicepresidente Mike Pence, con quien estaba mortalmente distanciado. Ese espectáculo habrá sido digno de verse, y debería ser información pública obligatoria.
Deja vu.
Por algún motivo este último capítulo de la salud presidencial nos lleva a un comentario que Trump vertiera esta semana, donde con un lenguaje diplomático impecable, se permitió bromear con que todos los presidentes del mundo venían a "besarle el culo" para negociar una baja en las tarifas aduaneras que les impusiera en forma más o menos indiscriminada.
Se ve que esos besos surtieron efecto, porque a los pocos días reculó en chancletas y suspendió la aplicación de esas tarifas a todo el mundo, menos a China, por supuesto. En cualquier caso, es una pena que la Casa Blanca no haya divulgado el listado completo de esos presidentes chupamedias -por decirlo elegantemente- ya que en muchos países se llevarían una sorpresa (Argentina no sería uno de ellos).
Así que vale la pena recordar que la bestia negra que tiene al mundo patas para arriba, que tiene los índices de la bolsa como electrocardiograma de ardilla, que manda a la quiebra a medio mundo, no deja de ser un cuerpo, y por cierto, uno que no tiene mucho más hilo en el carretel. Especialmente con esa dieta que se le conoce, de desayunar hamburguesas con papas fritas y Coca Cola, y estar todo el día en la cama tuiteando y mirando TV.
Como a nosotros, exactamente igual a nosotros, lo espera una democrática asamblea de gusanos.
PETRONIO
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