Lunes 05 de mayo 2025

El patriotismo, un bien escaso

Redacción 03/04/2025 - 00.17.hs

Está visto que el aniversario del 2 de abril de 1982 y el recuerdo de aquella guerra encuentran al país ante el curioso espectáculo de que su dirigencia de la derecha conservadora ostenta paradójicamente un alarmante déficit en materia de patriotismo.

 

JOSÉ ALBARRACÍN

 

En un reportaje dado en 1997, dos décadas antes de acceder a la presidencia de la Nación, Mauricio Macri confesó "no entender" la insistencia argentina en el reclamo por la soberanía sobre Malvinas, cuya anexión significaría "un fuerte déficit" para las arcas nacionales. Su ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, declaró luego en 2021, en plena pandemia, que estaría dispuesta a entregar la soberanía sobre Malvinas como moneda de cambio para obtener vacunas de las farmacéuticas norteamericanas. Está visto que el aniversario del 2 de abril de 1982 y el recuerdo de aquella guerra, encuentran al país ante el curioso espectáculo de que su dirigencia de la derecha conservadora, ostenta paradójicamente un alarmante déficit en materia de patriotismo.

 

Reclamo.

 

Si Macri "no entiende" el reclamo de Malvinas, es sencillamente porque carece del sentimiento de patriotismo: no es un patriota. Por eso, siendo presidente, en un acto protocolar ante el rey de España, poco menos que pidió disculpas por la independencia nacional, especulando sobre la supuesta "angustia" de los próceres nacionales que llevaron adelante aquella gesta.

 

Argentina no reclama Malvinas por una cuestión de conveniencia económica: ni porque las islas representen una riqueza incalculable en materia de recursos pesqueros y petroleros, ni porque su anexión vaya a mejorar las arcas del Estado. De hecho, nuestro país es rico en recursos naturales sin necesidad de recuperar Malvinas: su problema es la mala administración y -sobre todo- la rapiña a la que lo somete la avaricia insaciable de sus elites económicas.

 

El reclamo se basa en principios existenciales que esta "nueva" derecha no puede comprender, principios que tienen que ver con la integridad nacional, la soberanía, y con la lucha centenaria contra el maldito Imperio Británico (hoy su cadáver, no menos tóxico). Y hasta podría aventurarse que fue la gesta de 1982 la que produjo este viraje en las posturas de la derecha nacional, no por un ataque de fría racionalidad, sino por el instinto de alejarse de la derrota que arrojó aquella guerra.

 

Derecha.

 

Supuestamente los sectores conservadores se habían apropiado del "patriotismo" como valor, e identificaban sus rancias ideas con el propio interés nacional. Tal el caso de la dirigencia rural, que cree que la patria sólo reside en sus estancias, y que no advierte contradicción alguna entre su sistema económico de raíz feudal, y su apoyo irrestricto a gobiernos que no hacen otra cosa que asfixiar a los sectores productivos y apostar a la "timba" financiera, mientras subordinan la diplomacia nacional a los intereses del imperio de turno.

 

Se esperaría de la derecha que defienda las tradiciones nacionales, su folclore, sus costumbres, su gente. Lejos de ello, hoy pululan en ese discurso, casi invariablemente, expresiones de desprecio hacia sus compatriotas. Las frases "lindo país Argentina, lástima los argentinos", o "la única salida está en Ezeiza", no tienen una intención humorística: representan una verdadera expresión de repudio hacia lo que somos, y del deseo indisimulado de transformar al país, cada vez más, en una colonia lo más despoblada posible, para poder depredar sin dificultades su ecosistema.

 

Nótese que, cuando desde el conservadurismo se milita contra el aborto, o se expresa preocupación por la baja tasa de natalidad -como acaba de hacer torpemente el rector de la Universidad Católica Argentina- jamás se apela a argumentos geopolíticos, ni siquiera a axiomas como el "gobernar es poblar" sarmientino. Su único interés, en este caso, es la restricción de las libertades y, en particular, de la autonomía de las mujeres para decidir sobre el propio cuerpo.

 

Mequetrefe.

 

Acaso la más escandalosa expresión de cipayismo que se ha visto recientemente fue protagonizada por un "jefe de asesores" presidencial -un tal Demien Reidel- quien, con un inglés apenas mejor que el de Macri, y una soberbia a tono, se presentó ante potenciales inversionistas como un experto -al mismo tiempo- en dos disciplinas tan complejas como la inteligencia artificial y la energía nuclear. Como decía Sarmiento, la ignorancia es atrevida.

 

Tratando de explicar por qué motivo Argentina podría convertirse en un polo de la IA, explicó que "tenemos grandes extensiones de tierra, con acceso a la energía y al agua en climas fríos -que es como la "cereza del postre" para la refrigeración de sistemas- y además no tenemos conflictos armados, ni tsunamis, ni terremotos. No hay muchos lugares así en el mundo. Obviamente, el problema es que esta área está poblada por argentinos, eso es lo único que todavía no hemos solucionado".

 

Independientemente de la verdad de estos asertos -la zona cordillerana, donde se encuentran los yacimientos minerales y en especial de litio, no está exenta al riesgo sísmico- lo que resulta evidente es que, en este "speech" de venta, está incluida una promesa de liberar las zonas a entregar de la molesta presencia de nativos.

 

Está perfectamente claro, entonces, que no puede confiarse más en que el patriotismo y el nacionalismo estén bien cuidados por los sectores conservadores, Porque la primera condición del patriotismo es la empatía hacia los connacionales, algo a lo que han renunciado escandalosamente. Empatía que, en el caso argentino, no requiere de un gran esfuerzo, ya que el carácter, el talento, la producción artística y la creatividad de nuestro pueblo no necesitan ser enfatizados: son evidentes, excepto para los necios de toda necedad.

 

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