El retorno del buen gusto
El gran Marlon Brando, que en su momento se negó a recibir el Oscar al mejor actor por su papel en "El Padrino", reflexiona en sus memorias sobre la futilidad de esa ceremonia. ¿Por qué motivo los artistas de cine merecerían ser premiados por su trabajo, a diferencia de muchas otras actividades que requieren no menos talento y dedicación, y se cumplen en el anonimato? El argumento es fuerte. Pero si se tiene en cuenta que la entrega de premios llevada a cabo el domingo pasado fue vista, en distintos formatos, por más de mil seiscientos millones de personas alrededor del globo, se torna difícil cuestionar su relevancia.
Vacío.
A diferencia de otros años, 2025 no arrojó ninguna gran polémica. Nadie cuestionó la falta de diversidad étnica entre los nominados y premiados, a tono con la corriente "anti-woke" que ha impuesto la nueva administración republicana. Tampoco se vieron escenas de pugilato como la trompada que le asestó Will Smith al presentador Chris Rock por hacer una broma sobre la calvicie de su mujer.
Si por algo se recordará esta entrega de premios -y esto no es nada nuevo- será más por lo que no ocurrió que por lo que efectivamente tuvo lugar. Por ejemplo: ¿Cómo es que pudo ser ignorada olímpicamente la monumental actuación de Denzel Washington en "Gladiator II"? ¿Qué estaban tomando los que decidieron no darle el Oscar a Isabella Rossellini, miembro de la realeza de Hollywood que se despachó con una performance soberbia, como la monja rebelde, en "Cónclave"? ¿Cómo es que no le dieron ningún premio a una película perfecta como "Un completo desconocido"? ¿Por qué ningunearon el esfuerzo épico de Francis Ford Coppola y su "Megalópolis", que casi lo lleva a la quiebra?
Los amantes del buen cine tendrán todos estos vacíos para lamentar (¡al precio que está, el vacío!) pero hubo una omisión de la que nadie se quejó: "Emilia Pérez", la película que venía con la mayor cantidad de nominaciones, y que pintaba como candidata a arrasar con casi todos los premios, se fue casi sin nada.
Trans.
El fracaso de esa producción francesa, hablada en español (mejor dicho, en mexicano) fue producto de heridas auto infligidas. Primero, los desafortunados posteos de su estrella máxima, Karla Sofía Gascón, la primera actriz trans en ser candidateada al Oscar principal. Después, las estúpidas declaraciones del director Jacques Audiard, quien confesó que no habla español, y que lo considera "un idioma de gente pobre". Como se ve, hay gente que todavía no supera el baile que se comieron en la final de la última Copa del Mundo.
Parte del encanto que llevó a tantas nominaciones tendría que ver con el amor que profesa Hollywood por las películas musicales, un género ciertamente soporífero, que hace años no produce una película como la gente.
Hay algo de bizarro en un argumento en el cual un capo narco no sólo decide nacer de nuevo, operándose para cambiar de sexo, sino que además, con su nueva identidad femenina, pasa a ser una especie de dama de la beneficencia, ocupándose del problema de los desaparecidos en México, una temática que no merecía semejante banalidad.
Pero más bizarros aún son esos números musicales, y esas cancioncillas que resultan francamente indefendibles. ¿Realmente hacía falta una canción que contuviera la horrible palabra "vaginoplastia" en la letra? Seguramente hubiéramos sobrevivido perfectamente sin ella.
Alegría.
Si hay motivo para felicitar a la Academia, entonces, es porque al cerrarle la puerta a "Emilia Pérez" -salvo para premiar a Zoe Saldaña como actriz de reparto- se encargó de torcer lo que parecía ser un decidido viraje hacia el mal gusto.
El problema central de esta película es que es fea. Es tan mala que hace doler los ojos de verla, y dan ganas de irse del cine antes de tiempo. Uno se queda en la butaca sólo por curiosidad de saber cuán bajo pueden llegar estos franchutes decadentes. Un ejercicio de auto-punición, un coqueteo con la muerte como el "tanatos" de los griegos.
Si hubieran dado todos los premios a "Emilia Pérez" se hubiera repetido la espantosa situación de hace dos años atrás, cuando arrasó con siete premios la incalificable "Todo, en todas partes, al mismo tiempo", donde la comunidad ofendida por el guión era la coreano-americana, y donde el argumento -si puede llamarse así- rompía todos los límites del absurdo.
Se trataba, también, de una suerte de musical -como si eso fuera una virtud- mezcla con película de artes marciales y ciencia ficción recalentada, donde para cambiar de dimensiones existenciales los personajes debían cometer los actos más impredecibles (por lo imbéciles), como culminar una danza cayendo sentados sobre un objeto puntiagudo.
Así que en buena hora que se premie la tradición y el clasicismo. Para mal gusto ya está el inquilino de la Casa Blanca.
PETRONIO
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