La elocuencia del horror
Un sector de la comunidad judía argentina, en abierta disidencia con las autoridades locales de esa etnia, se ha pronunciado contra la guerra en Gaza. Si bien, como es de esperar, repudia el accionar de las organizaciones pro palestinas y reivindica el derecho a la existencia del Estado de Israel, señala que "nos sentimos afectados profundamente por las consecuencias que sufre la población civil palestina, la destrucción de infraestructura habitable en la Franja de Gaza, las decenas de miles de víctimas inocentes, así como las bajas y suicidios de soldados israelíes". Además, condenan los desplazamientos masivos y forzados de la población gazatí y los planes planteados por el gobierno de Benjamín Netanyahu para deportarlos a “algún lugar en el planeta” o confinarlos en algún sector residual de Gaza.
Esa actitud, después de todo, coincide con los procederes y declaraciones del presidente Milei, quien no ha tenido cuidado alguno en calificar a los gazatíes como terroristas y alinearse sin condicionamientos detrás de la política de Estados Unidos en la región. También, y conviene tenerlo presente, rompiendo una larga tradición argentina de imparcialidad basada en la amplia condición y convivencia de comunidades de esos orígenes entre nosotros.
"Valoramos que la amplia mayoría de los israelíes se pronuncie en contra de la continuación de la guerra y priorice las negociaciones. Por nuestra conciencia judía humanista, por el futuro de Israel y del Pueblo Judío creemos que no habrá paz posible si no es a través del diálogo político, el reconocimiento del derecho de autodeterminación del pueblo palestino a través de un Estado soberano y propio, en convivencia armónica con el Estado y el pueblo de Israel, bajo el lema de 'dos Estados para dos Pueblos'", remarcaron. También pidieron “que se logre la urgente liberación de los rehenes".
La declaración es oportuna y hasta se diría que necesaria, especialmente por el horror multiplicado que ha causado el ejército judío en la devastada Gaza; refirma la circunstancia de que no toda la población de Israel apoya la concepción sionista de la política que pregonan las actuales autoridades.
Pero también deja en claro dos singularidades: la primera es el rechazo a que parte de la dirigencia de la comunidad judía argentina adjudique a cualquier crítica la condición de antisemita, en tanto que mantiene un silencio que es un apoyo a la guerra. La otra, claramente mencionada en el texto, refiere un hecho poco o nada comentado por la gran prensa: el alto índice de suicidios que se registra entre los soldados israelíes. Es de suponer que el humanismo que late en cualquiera de ellos los rebelará contra las órdenes que determinan matar indiscriminadamente y hacer que los niños mueran de hambre, tal como ya se reconoce internacionalmente y que algunos comentarios occidentales disfrazan con el eufemismo de “situación humanitaria complicada”. Las últimas fotografías de los niños llorando entre la sangre y los cadáveres de sus parientes muertos, subidas a Internet por fotógrafos independientes, tienen la elocuencia de un horror que trasmite la imagen y un espanto similar al que provocaban las imágenes de los niños vietnamitas bombardeados por el napalm norteamericano.
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