Miércoles 27 de marzo 2024

Las piedras del hambre

Redacción 28/08/2022 - 10.34.hs

El verano boreal que concluye en poco menos de un mes ha sido impiadoso. Temperaturas récord han provocado el colapso de servicios públicos y sistemas energéticos, y la muerte de centenas de personas. Entre tantas calamidades, una no menor ha sido la fiera sequía, que ha provocado una bajante inusitada en el caudal de los ríos. Y desde esas profundidades que antes no se veían, emergen ahora vestigios del pasado, remoto y no tanto, que vienen a interrogarnos.

 

Extintos.

 

Cerca de Fort Worth, Texas, la bajante del río Paluxy acaba de permitir el descubrimiento de una gran cantidad de huellas de dinosaurio impresas en la piedra del lecho. Ya han determinado que las pisadas corresponden a la especie Acrocantosauro, unos bichos bípedos con tres dedos y formidables garras. No se sabe adónde pretendían ir el día que dejaron su marca, hace 113 millones de años, pero ya sabemos cómo terminó la historia de aquellos muchachos.

 

Mientras tanto, cerca de Las Vegas, Nevada, se secó parcialmente el lago artificial Mead y permitió descubrir una gran cantidad de restos humanos, cuya procedencia todavía no ha sido determinada. Como evidentemente alguien se ocupó en tratar de hacerlos desaparecer, la principal hipótesis de momento es que se trate de obra de la mafia, que como cualquiera que haya visto El Padrino sabe, fue la responsable del nacimiento de esa ciudad del pecado, en medio del desierto.

 

En Europa este tipo de descubrimientos ha sido frecuente este año. El majestuoso río Danubio, al que le cantaron los poetas, el que baña las costas de varias capitales como Viena, Budapest, Bratislava y Belgrado, ha experimentado una pérdida de cauce que amenaza su navegabilidad. Y desde su lecho han emergido, ominosos, los restos de más de una docena de barcos de guerra alemanes naufragados,

 

Los cimientos de un puente construido hace más de 2.000 años ahora pueden ser vistos en Roma, bajo el actual puente Vittorio Emanuel II, debido al bajo caudal del río Tiber. En otro río italiano, el Po, un pescador que creía tener un día de suerte, se encontró en cambio con una bomba de 450 kilos de peso, también gentileza de la guerra. En las afueras de Madrid, España, un fenómeno parecido permitió que emergiera el Dolmen de Guadalperal, un monumento megalítico de entre cuatro y cinco milenios de antigüedad, frecuentemente comparado con las ruinas de Stonehenge, en Inglaterra. También en España un pueblo entero, que había sido abandonado e inundado para construir un dique en la década de los años sesenta, ha emergido para recordarles a los españoles su pasado franquista.

 

Alemanes.

 

Los barcos alemanes hundidos en el Danubio formaban parte de la flota del Mar Negro, y fueron sacrificados por la propia armada nazi en 1944, para impedir que cayeran en manos del ejército soviético, cuyo avance era ya imparable.

 

Se calcula que en ese "torvo cementerio de las naves que al morir sueñan, sin embargo, que hacia el mar han de partir" se esconden unas diez mil municiones sin estallar, lo cual ha causado no poca preocupación en las autoridades serbias, que calculan que la changa de mover toda esa chatarra tendría uno costo de unos treinta millones de dólares.

 

Por supuesto, ya han comenzado a murmurar que deberían ser los alemanes, con su poderosa economía, los que se hagan cargo de limpiar su propia basura. Pero los alemanes tienen sus propias preocupaciones, con su territorio nacional sembrado de una enorme cantidad de bombas arrojadas por los aliados, que nunca explotaron, y que de cuando en cuando provocan algún accidente.

 

Ver a la Europa de hoy, nuevamente en guerra, no hace más que confirmar que, aparentemente, la historia no nos enseña nada. Ni sobre los horrores de la guerra -que ya hemos experimentado- ni sobre los peligros del cambio climático, cuyos efectos tenemos delante de nuestros ojos, y -tal parece- hacemos como que no los vemos.

 

Piedras.

 

Entre todo este deja-vu del pasado sumergido, han reaparecido en varios lugares de Europa las llamadas "piedras del hambre" (en alemán, Hungerstein). Aunque se las cree de origen alemán, son comunes en toda Europa central, y constituyen hitos dejados por nuestros ancestros para recordar los períodos de hambruna. Esas piedras están labradas con inscripciones para recordar a las futuras generaciones, que cuando el nivel de los ríos baja, las cosechas serán malas, y las tripas silbarán.

 

Estos mensajes nos llegan de distintos períodos de sequía, en algunos casos tan antiguos como el siglo XV. Acaso la más famosa de estas piedras es la que se instaló -aparentemente en 1616- en el río Elba, cerca de la ciudad de Decin en República Checa. Allí, la mano piadosa de un antepasado que se preocupaba por nosotros, escribió: "Si me ves, llora".

 

Llorar parece ser la más humana de las reacciones, ante el panorama que nos deja este año atroz, del que -en el Hemisferio Norte- todavía falta por ver qué sorpresas nos traerá un invierno que se avizora no menos cruel. Y es que la sequía nos priva hasta del placer filosófico de ver correr las aguas donde -al decir de Heráclito- nunca nos bañamos dos veces en el mismo río. Y es que el río está siempre en movimiento. Los que no cambiamos somos nosotros.

 

PETRONIO

 

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