Las razones del voto
Ya es sabido que, a la hora de acudir a las urnas, son múltiples las motivaciones de los electores. ¿Cuál tendrá mayor peso el próximo domingo: la ideología, el bolsillo, el odio, la corrupción?
SERGIO SANTESTEBAN
La identidad partidaria supo tener en Argentina un fuerte peso electoral. Sin embargo en las últimas décadas el neoliberalismo y su bandera cultural: la posmodernidad, dieron lugar a electorados maleables. Hay expresiones que describen con ingeniosa síntesis el fenómeno: el “amor líquido” de Z. Baumann, o “todo lo sólido se desvanece en el aire”, la famosa expresión de Marx retomada por M. Berman en los años ochenta del siglo pasado. Nos hablan de un escenario global en el cual las subjetividades han quedado marcadas por los profundos cambios suscitados en los campos de las relaciones económicas y sociales, del pensamiento, del arte y, por supuesto, de la política. La pandemia de covid también dejó una huella profunda.
El “voto duro” de las fuerzas políticas tradicionales no quedó a salvo de estos movimientos tectónicos. La fragmentación partidaria y el surgimiento de una derecha con fuerte peso electoral propio fue su consecuencia más notoria.
El factor ideológico.
Peronismo-antiperonismo, izquierda-derecha, Estado-mercado... A pesar del declamado “fin de las ideologías”, sectores de la sociedad todavía se sienten convocados por estas antinomias. Aquí aparece la identidad de clase como fuerza motriz de la política. Y en tal sentido suele decirse que las clases pudientes tienen más claro a quién votar que los sectores desfavorecidos. En la sociedad capitalista, el rico se asume como tal con orgullo de pertenencia, en cambio, por razones obvias, eso no ocurre con el pobre.
Alvaro García Linera abordó este fenómeno y le puso un nombre: “emulación”. Señaló que, en términos generales, los individuos de una clase social tienden a referenciarse y a emular a la clase que está inmediatamente por encima. Muchos pobres se perciben de clase media, y muchos de clase media se consideran de clase alta. Ese autoengaño suele operar con fuerza en el campo de la política. El reciente libro “El pobre de derecha”, del brasileño Jesse Souza, analiza con lucidez esta cuestión.
Pero en los últimos días otro combustible vino a alimentar el fuego ideológico. El humillante papel del presidente Javier Milei ante el gobierno de Donald Trump, puesto de rodillas para mendigar un “rescate”, estimuló el sentimiento soberanista y reavivó la llama antinorteamericana que históricamente caracterizó a nuestro país, bastante por encima del promedio de la región. Que en estos tiempos se haya recordado aquella consigna “Braden o Perón” de hace ochenta años es un claro indicio de que esos ecos no se han apagado y hoy adquieren inesperada actualidad.
El bolsillo.
El factor económico, la “micro”, como dicen los oráculos de la TV, es otro componente de peso. En un país arrasado por el experimento de la ultraderecha, con cierre de fábricas por miles, creciente desempleo, caída de los salarios y del consumo, endeudamiento de las familias, es esperable que crezcan las motivaciones electorales del bolsillo.
La caída de la inflación es un activo que enarbola el gobierno, pero quien vive de un salario está experimentando en carne propia que ese descenso se ha logrado a fuerza de deprimir los ingresos, con un rígido cepo a las negociaciones paritarias, y la consecuente caída del consumo. El ahogo a las provincias, robándole los recursos que le pertenecen -La Pampa es un ejemplo muy claro- está haciendo el resto.
La corrupción.
La estafa cripto que le pegó de lleno al propio Javier Milei, las denuncias de coimas que salpicaron a su hermana Karina y los oscuros vínculos con el narco que enchastraron al renunciante primer candidato en la provincia de Buenos Aires, José Luis Espert, y a la rionegrina Lorena Villaverde, han provocado una enorme ola de estupor e indignación. Estupor, porque la “corrupción” fue desde siempre la lanza preferida de la derecha para chucear al peronismo. Aunque con el gobierno de Mauricio Macri esa bandera quedó bastante deshilachada, la derecha nunca la abandonó y, con la estridencia de los grandes medios porteños, fue uno de los arietes preferidos a la hora de descalificar al “populismo”. Los turbios negociados que saltaron en los últimos meses llamaron a silencio, o a fingir demencia, a los indignados morales que desde sus púlpitos televisivos descargan sus arengas contra la “corrupción intrínseca” de todo gobierno que no se inclina ante las elites económicas.
Los indecisos.
Una porción de la ciudadanía decide su voto el mismo día de la elección. Este fenómeno ha sido estudiado y es considerado relevante. Por supuesto que la persona que cae en esta categoría no es ajena a la realidad social de su entorno, pero su desinterés por la política no la lleva a informarse e involucrarse más activamente en el proceso electoral. Buena parte de esta situación es responsabilidad de la misma política. Los desilusionados por gobiernos que defraudaron expectativas, y los propios partidos políticos cada vez más ensimismados en sus luchas intestinas y en escalar posiciones de poder olvidando a sus bases y la formación de cuadros son dos poderosas razones a tener en cuenta.
Por otra parte, el sistema de boleta única, que se implementará por primera vez en nuestra provincia, añade un toque de incertidumbre adicional.
Las encuestas.
Los sondeos de opinión se han desacreditado tanto, a fuerza de yerros, que han perdido credibilidad. La mayoría de ellos, por estas horas, anticipan, en la mayoría de las provincias, una derrota del gobierno nacional. A La Pampa le cabe ese pronóstico y se estaría confirmando en el optimismo que reina en el peronismo y las excusas que se escuchan entre los libertarios. Quizás la principal incógnita, que se revelará este domingo, es cuántos diputados obtendrá cada fuerza.
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