Domingo 19 de octubre 2025

Traigan al principito

Redacción 19/10/2025 - 00.20.hs

Uno no puede menos que compadecerse de la familia real británica, gente sufrida si las hay. Para no irnos muy lejos en el tiempo, hay que recordar a esa advenediza de Diana Spencer, que pintaba como una princesa sumisa de cuentos, y terminó transformándose en la reencarnación de Eva Perón, con muerte prematura incluida. Después nos viene a fallecer la reina Isabel II, que noventosa como era, era esperable, no así la ignominia de haber perdido su apuesta personal con Mirtha Legrand. Y el escándalo del príncipe Harry y su esposa actriz Meghan Markle (¿qué le pasa a la realeza con las actrices?) y el cáncer de la princesa Kate, y el del propio rey Carlos III... las desgracias les llueven como plagas de Egipto, país que por cierto también supo ser colonia británica.

 

Duque.

 

Ahora viene a desolarnos la noticia de que el príncipe Andrés, hermano menor del rey, ha debido renunciar al uso de su título de duque de York, acosado como está desde que en 2019 su amigote (y proveedor de mercadería) Jeffrey Epstein, el pedófilo serial, se suicidara en una cárcel de Nueva York mientras era juzgado por sus múltiples crímenes sexuales.

 

Tres años atrás, Andrés había sido obligado por su madre la reina a renunciar a sus grados militares, al uso del título "su alteza real", y dispensado de todos sus deberes públicos, que no se sabe bien cuáles eran: los miembros de la monarquía son famosos por su talento para el "alpedismo", un deporte extremo de la inmovilidad.

 

Y es que, en ese momento (tan luego mientras su madre estaba cumpliendo la friolera de 70 pirulos en el trono) había sido noticia cuando debió arreglar en forma extrajudicial un juicio que le inició Virginia Giuffre, una de las niñas del harén de Epstein, con quien aparentemente el viejo Andrés no se había comportado precisamente como un duque. Dicho mal y pronto, y tal como lo atestigua una fotografía que se hizo viral, en la que posa su mano lasciva sobre la cintura de la entonces adolescente Virginia, ésta fue forzada por Epstein a proporcionarle favores sexuales a su alteza real. El "arreglo" le representó a la Corona el pago de una suma de dinero que no se reveló, pero que tendría seis ceros como una media docena de huevos.

 

Piloto.

 

Y pensar que a comienzos de los años ochenta, cuando su hermano Carlos recién se estaba casando con Lady Di, el joven Andrés brillaba como piloto de la Royal Air Force, y hasta amenazaron con mandarlo a combatir en la guerra de Malvinas, dando lugar a aquella recordada bravuconada de Leopoldo Galtieri: "¡manden al principito, le presentaremos batalla!"

 

Dice la historia oficial que, como piloto de un helicóptero en el acorazado "Invencible", el principito tuvo una actuación heroica protegiendo a las tropas británicas de los misiles argentinos. Otro error estratégico de Galtieri: si en vez de presentarle batalla, le hubiera presentado a una Virginia, o una Tania, o una Ivonne, hubiera logrado desactivarlo como combatiente en un santiamén.

 

No contento con sus aventuras con jovencitas, el príncipe Andrés había generado revuelto, también, por su escandaloso vínculo con Cai Qi, un funcionario chino que resultó ser un maestro del espionaje, quien habría obtenido jugosa información sobre el Reino Unido gracias a su habilidad para tirarle de la lengua a los flemáticos funcionarios de Buckingham. No hay caso, este muchacho es como la kriptonita.

 

Vicky.

 

Casualidad o no, la vacancia del ducado de York (¡cuán desolados estarán los habitantes de ese condado!) coincide con la publicación de la autobiografía de Virginia Giuffre, "Nobody's girl", cuya autora murió por mano propia en abril pasado, a los 41 años de edad.

 

Se trata de una lectura deprimente, ya que durante su corta vida la joven Giuffre sufrió todo tipo de abusos, empezando, como suele ser un clásico, por su propio grupo familiar. A los pasos por correccionales y por adicciones de todo tipo, su mala suerte la llevó a trabajar nada menos que en Mar-A-Lago, la mansión de Donald Trump en la Florida, que fue donde ella creyó encontrar su vocación como masajista.

 

No hay muchas revelaciones sobre Trump en el libro, donde aparece como un personaje marginal, lo cual probablemente hiera bastante su ego. En cambio, hay largos párrafos dedicados a la figura de Ghislaine Maxwell, la madama del harén de Epstein, que hoy cumple una pena de 20 años de prisión como traficante sexual. Aunque esta ex aristócrata británica manejaba a "las chicas" con mano de hierro, Giuffre la recuerda por momentos casi como una figura materna.

 

Incluso narra un episodio cuyo análisis necesitaría de un cerebro del tamaño del de Freud o Lacan: Tal parece que un día, estando en la playa de la isla privada de Epstein, la joven Virginia sufrió el ataque de una agua viva, de esas que atormentan a los bañistas en Monte Hermoso. Viendo el sufrimiento de la niña, y con envidiable resolución, la Maxwell no encontró nada mejor que hacer que quitarse la parte baja de su traje de baño, y proceder a orinarle sobre la zona afectada.

 

Independientemente de que esta cura casera no es recomendable (la ciencia aconseja usar vinagre), llama la atención que la joven accidentada interpretara este acto como una conducta maternal. Pero claro, como decía mi abuela, en este mundo hay para todo. Lo importante es no orinar contra el viento.

 

PETRONIO

 

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