Lunes 22 de abril 2024

Ni un pelo de tonto

Redacción 26/03/2023 - 09.07.hs

En diciembre de 1994, un grupo de caballeros pertenecientes a la American Beethoven Society ganaron un remate en la famosa casa Sotheby's, y tras pagar la suma de 7.300 dólares, se llevaron de vuelta a San José, California, un mechón de pelo atribuido al genial compositor alemán, con procedencia certificada. La reliquia, junto a la carta manuscrita por su primer propietario, Paul Hiller, comenzó a ser exhibida públicamente, y también fue objeto de estudios químicos, que determinaron una inusual cantidad de plomo en el organismo, sugiriendo la presencia de una intoxicación, y una posible explicación para la muerte de Ludwig van Beethoven a la edad de 57 años.

 

ADN.

 

Por desgracia para ellos, los avances científicos, y en particular, genéticos, permitieron establecer recientemente, ADN mediante, que el costoso mechón de pelos pertenecía en realidad a una mujer. Más precisamente, a una dama judía de la rama Ashkenasi. Dos datos que ciertamente no coinciden con la biografía del viejo Ludwig.

 

No fueron los únicos afectados por el descubrimiento. Una familia belga que comparte el apellido von Beethoven, había venido usando ese parentesco como un dato distintivo de su identidad familiar. No cualquiera puede presumir de descender de uno de los compositores más geniales de la historia. Sin embargo, una vez que fue secuenciado el genoma del prócer, se estableció que éste no tenía parentesco alguno con sus homónimos de Bélgica.

 

Este último descubrimiento sólo se explicaría por la presencia de algún hijo extramatrimonial en la rama paterna ascendente de Beethoven. De momento -aunque sin pruebas- las sospechas se posan sobre la abuela, que tenía una pésima relación con su marido, y una notoria afición a las bebidas alcohólicas. ADN o no, esa historia será, casi con certeza, imposible de desentrañar.

 

Mechones.

 

¿Cómo sabemos que lo que se determinó como código genético del compositor alemán realmente es auténtico? Alertados por el chasco del "mechón de Hiller", los genetistas se anduvieron con cuidado, y recolectaron unos siete mechones de pelo atribuidos a Beethoven, todos de distinta procedencia, y con "cadenas de custodia" verificables. Entre los siete había uno también apócrifo, y otro que no arrojó resultados concluyentes. Pero los cinco restantes pertenecían a la misma persona, y el hecho de que provinieran de fuentes distintas y serias, los convenció de su autenticidad.

 

Aparentemente al pobre músico, no bien se supo que estaba agonizando, lo anduvieron importunando innumerables visitas, algunas de las cuales terminaron pidiéndole mechones de pelo como souvenir. Ni siquiera muerto lo dejaron en paz. La romería continuó durante días, incluso durante la autopsia con craneotomía que practicó un médico para determinar la posible causa de su muerte y también de la sordera que lo había aquejado en su última década de vida.

 

A los tres días de muerto no le quedaba un sólo pelo en el cráneo. Aquella gloriosa melena que se ve en sus retratos, y que a no dudarlo luciría espectacular durante sus conciertos, se transformó en un sinfín de reliquias de colección. Costumbres atávicas que por lo visto siguen hasta nuestros días, como sigue aún hoy la avivada de estafar incautos vendiéndoles reliquias truchas.

 

Genio.

 

El análisis genético arrojó una conclusión firme, y es que Ludwig sufría de hepatitis B, que muy probablemente haya sido la causa de su muerte, y de los continuos malestares digestivos que lo aquejaban. Hay alguna duda con respecto a cómo se contagió esa enfermedad, que sólo puede adquirirse por contacto sexual, por compartir jeringas, o por contagio en el parto. Se sabe poco de la vida íntima de Beethoven -excepto que nunca se casó- y hay registros médicos que no incluyen la administración de medicación por jeringas, así que lo más probable termina siendo una infección al nacer.

 

En cambio, el estudio no arrojó datos que permitan conocer el origen de la sordera que aquejó a Beethoven en sus últimos años.

 

Hay algo conmovedor en ese gesto, de continuar componiendo música que su autor nunca podría escuchar. ¿Por qué lo hacía? Evidentemente, la música era una fuerza sobrecogedora que se le imponía. Y su devoción a esa musa, a no dudarlo, constituye un verdadero triunfo del espíritu humano.

 

Se menciona siempre a la Novena Sinfonía -que pertenece a este período- como una demostración del genio de Beethoven, quien por cierto, no tenía ni un pelo de tonto. Y, ciertamente, no debe haber sido sencillo escribir semejante partitura, por su extensión, por la gran cantidad de instrumentos, que incluían -algo inusual en el género- un coro polifónico completo.

 

Para quienes preferimos algo más íntimo y menos bombástico, está la Sonata Opus 111, también escrita desde el silencio total. Si es posible, en la versión de nuestro Daniel Baremboin. Puro genio.

 

PETRONIO

 

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