Nuevas paternidades
El modelo patriarcal habilitó las ausencias emocionales y físicas, hasta naturalizar los hogares mono-marentales -que en Argentina representan el 85% de los casos-.
*VICTORIA SANTESTEBAN
El mandato patriarcal de masculinidad hegemónica incluyó un repertorio de características adosadas a los padres, que los posicionó históricamente como varones alejados de la crianza de sus hijos e hijas, desentendidos de las tareas domésticas y de cuidados, emocionalmente distantes, que a fuerza de temor reverencial impartían las reglas de la casa. Las cuotas de alimentos adeudadas, los juicios por reconocimientos de hijos e hijas que suspenden en el tiempo el ejercicio del derecho a la identidad, la desaparición del mapa de figuras paternas, responden al modelo patriarcal que habilita la irresponsabilidad paternal frente a exigencias extenuantes hacia las madres.
Pater. El “vas a ver cuando venga tu padre” operaba como amenaza que recordaba la autoridad del pater familia que, en función de la tradicional división sexual del trabajo -cuyos resabios nos alcanzan contemporáneamente- tenía el rol de proveedor económico del hogar. Las horas fuera de casa sumadas a los estereotipos masculinos de severidad y autoridad ensanchaban la distancia emocional y eximían a esos varones de tareas de cuidados y domésticas. La “reina” del hogar paradójicamente tenía poca implicancia en las decisiones “importantes”, en un reinado esclavizante que si quiera consideró trabajo ni valor económico a las tareas que 24/7 permitían la sostenibilidad familiar. Aunque habrá quienes afirmen que su madre era “la que llevaba los pantalones” -referencia para decirnos que para infundir autoridad hay que masculinizarse- la figura paterna ha sido por excelencia aquella que -temor reverencial mediante- decidía penitencias y habilitaba permisos, disponía y administraba el dinero, definía en fin “las reglas” de la casa.
Buen Padre. Esta división binaria del trabajo en las relaciones familiares moldeó un concepto de buen padre de familia representativo del varón que sustentaba económicamente al clan. Las exigencias del modelo se centraron más bien en esa provisión de recursos económicos, que lo exoneraba de otras obligaciones “feminizadas”, como las idas a reuniones de “padres” todavía repletas de madres, las vueltas al pediatra y la corrección de los deberes del colegio. Este modelo asimétrico de obligaciones laxas para padres y extenuantes para madres, se reproduce contemporáneamente, en los que todavía las exigencias son descabelladas para mujeres que deben de hacer y poder con todo para el título de “buenas madres” frente a menores esfuerzos en cabeza de varones, que fácilmente consiguen el rótulo de “buen padre de familia”. Y si bien, entre otras, la jurisprudencia pampeana nos recuerda que el Código Civil y Comercial de 2015 establece la obligación de ambos progenitores en la alimentación, crianza y educación (“El padre y la madre tienen responsabilidades y obligaciones comunes e iguales en lo que respecta al cuidado, desarrollo y educación integral de sus hijos, revalorizándose el principio de co-parentalidad”, en “F.L.H c/ R.A.M s/ Ejercicio de la Responsabilidad Parental” de la Cámara Civil de Santa Rosa) el escrutinio y reproche social sobre las mujeres continúa reconociendo varas altísimas en comparación con los permisos masculinos al momento de paternar.
Hogares. Según la Encuesta Permanente de Hogares, el 85% de las familias argentinas a cargo de un progenitor, son monomarentales. La mitad de estos hogares no reciben -o no lo hacen en tiempo y forma- la cuota alimentaria. Este incumplimiento endeuda a mujeres que deben afrontar jornadas dobles y hasta triples de trabajo -dentro y fuera de sus hogares- en un mercado laboral que dificulta su inserción, profundizándose brechas de género y desigualdades estructurales. A estas madres a cargo exclusivo de la crianza y manutención de sus hijos e hijas, se les suma otra carga más a la lista interminable de tareas: la de judicializar el incumplimiento para efectivizar derechos de sus hijos/as. Los mandatos de buena madre continúan arrojando a las mujeres a cumplir con un rol agobiante, que las esclaviza y posterga, las empobrece y violenta. Mientras los padres pueden no pasar cuotas y desaparecer, sin grandes reproches sociales y/o legales, la mayoría de las madres malabarean entre horarios y cuentas, demandas, incumplimientos y actualizaciones de cuotas. La violencia económica, vicaria y simbólica que ejercen esos padres, si bien ya regulada jurídicamente, carece todavía de sanción social que desnaturalice la irresponsabilidad parental. De modo que, incluso ante el incumplimiento del clásico deber paternal – el del proveedor económico de la prole- el modelo de paternidad patriarcal reconoce tal laxitud que hasta perdona la deuda alimentaria.
Familias. La ley de matrimonio igualitario de 2010, la de Identidad de Género de 2012 y el Código Civil y Comercial de 2015 abandonaron jurídicamente categorías binarias y heteronormadas para reconocer jurídicamente a dinámicas familiares diversas, resignificar conceptos y roles, y habilitar modelos de paternidad y maternidad con responsabilidades compartidas. A contramano de esta legislación de vanguardia, los números de las deudas de alimentos, los entramados burocráticos en procesos de adopción, las decisiones que insisten en calificar de “buenos padres” a quienes mínimamente se ocupan de sus obligaciones familiares y continúan demonizando con el mote de “malas madres” a las madres que se comportan como cualquier varón promedio con hijos/as, los dos días de licencia por paternidad -que nos arroja entre los países con menor licencia a nivel mundial – da cuenta de una realidad que recorre un proceso de desarticulación y desaprendizaje de los roles tradicionales de género a la vez que se resiste a un desmoronamiento total de los cimientos patriarcales sobre los que se cimentan.
Nuevos. El prisma de género que percibe lo personal político, se inmiscuye en la vida familiar para rever tareas, roles y espacios, habilitando nuevas masculinidades y feminidades y así, dinámicas vinculares basadas en una libertad responsable, que entiende de cooperación y participación desde lo emocional y lo económico. Estos nuevos modelos de co-maparentalidad, en desafío a los mandatos históricos, permiten varones en casa y mujeres con jornadas laborales completas fuera del hogar, dos mamás o dos papás que ahora el Estado reconoce su derecho a paternar/maternar, parejas de madres o padres sobre quienes también recaen responsabilidades sobre hijos e hijas, tareas de cuidados y domésticas repartidas y consensuadas. Y un acortamiento sin precedentes de aquella distancia deshumanizante que nos postergó abrazos, lagrimeos y palabras de amor. Los permisos de estos tiempos recuperan la emocionalidad cancelada, para reencontrarnos.
*Abogada, Magíster en Derechos Humanos y Libertades Civiles
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