Peligrosas coincidencias
Más allá de una concepción política, económica y religiosa digna de la Alta Edad Media y de una megalomanía difícil de concebir, Donald Trump y Javier Milei sorprenden –asombran casi— por una coincidencia: apenas llegados a la presidencia de sus países emprendieron de inmediato la tarea de cumplir sus promesas preelectorales. Así, mientras Milei se dio a la tarea de destruir la infraestructura administrativa, educativa, hospitalaria y científica del país más adelantado de Sudamérica en esos aspectos, tarea en la que sigue empeñado, Donald Trump asombró al mundo poniendo manos a su obra apenas acababa de asumir la presidencia de los Estados Unidos. La diferencia entre ambos procederes, claro, está en la repercusión de esas acciones paralelas y, muy especialmente, las consecuencias que tendrán.
Los países que tienen a su frente a gobernantes con estatura de estadistas ya estarán pensando, seguramente, en lo que vendrá a sacudir el orden internacional, no demasiado firme por cierto. Es que la grandilocuencia de Trump, sostenida al parecer por serias intenciones, ha impuesto en al menos la mitad de los norteamericanos una máxima: ”Hagamos grande nuevamente a América”, una frase en la que la palabra América quiere decir “Estados Unidos”, pero que también conlleva el reconocimiento de un pasado mejor y más trascendente que debería volver a lograrse, sí o sí.
¿Y cómo se hará nuevamente grande al país, según la condición trumpista? En principio uniendo la palabra a la acción, teniendo como objetivos más o menos inmediatos la “recuperación” del Canal de Panamá y, ya entre lo ridículo y lo inquietante, la redenominación del Golfo de México.
La concepción geopolítica de Trump aparece como tan peligrosamente elemental que no vacila en considerar que la posesión plena de Groenlandia es vital a los intereses de su país y decir entre guiños que acaso Canadá podría ser uno más de los estados que lo integran.
En lo interno obró inmediatamente de asumir en una proporción similar, o acaso superadora a la de Milei: tabla rasa con los derechos de las minorías, homosexuales especialmente (“De hoy en adelante en los Estados Unidos hay solamente dos sexos: masculino y femenino”, dijo); liberación de los implicados en el asalto al Capitolio; participación en su gabinete del filonazi Elon Musk y, con consecuencias futuras muy a tener en cuenta, repatriación de los millones de extranjeros –latinos especialmente— que serán puestos en las fronteras norteamericanas, en parte usando leyes perimidas, de casi un siglo atrás. Esta medida parce más que imprudente ya que se trata de la gente encargada de los trabajos menos jerarquizados y peor pagos de los Estados Unidos… ¿Quién los reemplazará?
Si la mirada se traslada a las propuestas de acción gubernamental exterior aparece como igual o peor. Los Estados Unidos ya han sido retirados de la Organización Mundial de la Salud, de fines obvios, y del Acuerdo de París, en pro de un mejor planeta en lo biológico. De la postura respecto al conflicto del Cercano Oriente (donde amenazó con “desatar un infierno”) o la guerra en Ucrania más vale no hablar.
Sin embargo, toda esta manifestación de deseos trumpistas, que apunta a recuperar lo que los norteamericanos tenían por “destino manifiesto” de su país, parece no considerar dos obstáculos durísimos; uno es el avance de los Btics (la unión de países en desarrollo de la que Milei no vaciló en retirar a la Argentina) y muy especialmente de China. El otro, paradójicamente, es la renuencia del gran capital para volver a trasladar fábricas e infraestructuras del exterior a suelo estadounidense, donde los costos laborales son significativamente mayores.
Una ironía del capitalismo donde las palabras grandilocuentes no cuentan.
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