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Martes 30 de diciembre 2025

¿Quién dice qué es una “dictadura”, y quién repite como un loro?

Redacción 30/12/2025 - 00.15.hs

En las recientes elecciones de Honduras, como en las anteriores de Ecuador, hubo denuncias de fraude electoral que no tuvieron, ni por lejos, la misma repercusión que las de Venezuela. ¿Y en Estados Unidos?

 

SERGIO SANTESTEBAN

 

Una de las estrategias preferidas de los gobiernos y de la prensa norteamericana, cada vez que huelen petróleo en algún país, es bautizar a su gobierno de “dictadura” o mentir acerca de su “peligrosidad”. Si el gobierno de tal país no se arrodilla ante Washington ni se resigna a ceder sus recursos naturales a precio de ganga a las grandes corporaciones yanquis o británicas, el aparato de propaganda redobla sus amenazas y sus operaciones mediáticas para quebrar la resistencia del díscolo. Si persiste la desobediencia entonces no dudan en utilizar la maquinaria de guerra y destrucción imperial. Saddam Hussein, en Irak; Muammar al Gadafi, en Libia o Bashar al Assad, en Siria, son los casos más conocidos, pero no los únicos.

 

A pesar de que es un modus operandi muy viejo y repetido, el discurso guerrerista de Washington encuentra eco en los medios de comunicación de buena parte del planeta. En América Latina y en nuestro país lo vemos a diario. Hoy el principal objetivo de EE.UU. es Venezuela. En realidad lo es desde 1999, cuando Hugo Chavez ganó las elecciones de aquel año e impuso en su país un proyecto de gobierno popular cuyos lineamientos prosiguen, con sus más y sus menos, hasta ahora.

 

Tras el petróleo.

 

En Venezuela están las reservas hidrocarburíferas más grandes de la Tierra, y Donald Trump quiere apoderarse de ellas como lo reconoce abiertamente. Pero la guerra híbrida contra Venezuela no comenzó ahora. Hace tiempo que gobierno y medios norteamericanos bautizaron “dictadura” al gobierno de Nicolás Maduro a pesar de la continuidad de los procesos electorales. Las denuncias de irregularidades comiciales por parte de uno de los partidos de la oposición, el encabezado por María Corina Machado y Edmundo González Urrutia –ex agente de la CIA en El Salvador en donde entrenó a escuadrones de la muerte que cometieron asesinatos de civiles- fueron la excusa para utilizar aquel calificativo. A pesar de que las máximas autoridades electorales y judiciales venezolanas dictaminaron lo contrario, y el resto del arco opositor aceptó ese veredicto, los medios norteamericanos y buena parte de los argentinos y de toda la región, no dejaron de hablar de “dictadura”.

 

Sin embargo no usan ese término para referirse a los recientes gobiernos de Ecuador y de Honduras en donde los candidatos elegidos también fueron denunciados por cometer fraude electoral. En ambos casos, partidos de la oposición presentaron evidencias y datos que hablan de falta de transparencia en los procesos de recuento de votos, pero también, en ambos casos, las autoridades electorales y judiciales las desestimaron y proclamaron a los vencedores. Exactamente lo mismo que ocurrió en Venezuela, pero ni la prensa yanqui, ni la argentina, ni la del resto de la región hablan de “dictadura” en estos países.

 

La razón es muy sencilla, el ecuatoriano Daniel Noboa y el hondureño Nasry Asfura son acaudalados empresarios y están alineados en forma incondicional con EE.UU. Es decir, son activos militantes de la causa neoliberal, de la apertura de la economía, de las privatizaciones... Música celestial para los oídos de Washington. Jamás estos flamantes presidentes van a ser tildados de “dictadores” a pesar de que recibieron las mismas denuncias que Maduro.

 

¿Te acordás, hermano?

 

Pero hay otros dos ejemplos que vienen muy bien para recordar ahora. En 2019, en Bolivia, tuvo lugar el golpe de Estado que derrocó al presidente constitucional Evo Morales. Los argentinos recordarán que en aquellos días de violencia mortal en el vecino país –hubo decenas de asesinatos por las balas de la represión a los manifestantes que salieron a defender a Morales- el gobierno de Mauricio Macri envió pertrechos militares en un acto de complicidad y de injerencia en un país extranjero que no registraba antecedentes. Apenas un día después de que la golpista Jeanine Añez se autoproclamara presidenta de Bolivia ante un Congreso Nacional sin quórum, el entonces presidente norteamericano Donald Trump saludó alborozado y reconoció de inmediato a su gobierno. Ninguna acusación de “dictadura” ni cosa por el estilo.

 

Y por último, la frutilla del postre. En el año 2000, en la gran democracia del Norte, se enfrentaron el republicano George Bush y el demócrata Al Gore. El resultado venía muy parejo y la elección se terminó definiendo por un ajustadísimo y controvertido resultado en el estado de Florida. La elección tuvo lugar el 7 de noviembre pero un mes después todavía se estaban contando y recontando los votos en esa jurisdicción entre airadas denuncias de fraude. Sin embargo, el 12 de diciembre, la Corte Suprema de Justicia de la Nación emitió una resolución que desautorizó a la Corte Suprema de Florida, interrumpió el escrutinio y de tal modo quedó consagrado Bush hijo como nuevo presidente de los EE.UU. a libro cerrado y ante las protestas infructuosas de los demócratas. Nunca la prensa yanqui, y menos la del patio trasero latinoamericano, habló del “dictador” Bush. La refulgente democracia norteamericana continuó inmaculada como siempre. Con sus presidentes dictaminando a su antojo qué gobierno es o no es una “dictadura” y el periodismo obediente aplaudiendo y gritando como una bandada de loros repetidores.

 

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