Un cambio de actitud
La incorporación de Roberto Feletti como Secretario de Comercio Interior podría representar un cambio de actitud gubernamental, en una gestión que no se ha caracterizado, precisamente, por fortalecer la autoridad del Estado frente a las presiones e intereses sectoriales.
Por Ricardo Aronskind
La utilización de una parte cada vez mayor de los ingresos de los consumidores en la compra de alimentos, lleva al achicamiento del gasto individual de las personas en todos los otros sectores productivos y de servicios. Es lo que ya pasó durante el macrismo con los tarifazos: los monopolios de energía y gas gracias a los descomunales aumentos de Cambiemos, empezaron a comerse una parte creciente del salario a costa de otros consumos.
La industria alimenticia sabe que está primera en la lista de prioridades de gasto de la gente, porque ante todo se come, luego se compra ropa, o se va al cine. Esta situación de privilegio, sumada a la altísima concentración de la oferta en muy pocas empresas, es la base estructural para el abuso sistemático del sector sobre el resto de la sociedad.
La incorporación de Roberto Feletti como Secretario de Comercio Interior podría representar un cambio de actitud gubernamental, en una gestión que no se ha caracterizado, precisamente, por fortalecer la autoridad del Estado frente a las presiones e intereses sectoriales.
Que los precios estén donde están es el fruto de un año y medio largo de infructuosas apelaciones, negociaciones, y pedidos de información que no pudieron evitar un permanente desplazamiento hacia las alturas de los precios de la canasta básica y el consiguiente deterioro del poder adquisitivo general.
El sector productor de alimentos tiene en este momento una muy alta rentabilidad -trascendió que alguna de las empresas del sector quiere defender un margen de ganancia del 30% anual- y sólo se les pide contenerse de seguir aumentando durante 90 días.
Se debe señalar que muchas empresas adhirieron al congelamiento sin mayores problemas, lo que debe ser comprendido como una oportunidad para distinguir entre empresas conducidas con sensatez y otras gobernadas por una lógica incompatible con el bien común. En el mediano plazo, el sector productor de alimentos debe ser ampliado estructuralmente de forma tal que la producción y distribución de productos de primera necesidad no esté controlada y confinada a unas pocas firmas, con poder monopólico, lo que les otorga también poder político sobre el conjunto del país y su sistema partidario.
Tapadera de los monopolios.
Un identikit de las ideas que predican los autodenominados neoliberales locales, muestra la distancia abismal que tienen con el mítico padre fundador del liberalismo económico, Adam Smith. Toda su prédica sistemática -expuesta más delicadamente o en forma más extremista-, es en contra del Estado y de sus capacidades.
El Estado es, a priori, el culpable de todo, aunque la economía sea de mercado, y los precios los fijen las empresas. Dicho sea de paso, es la economía de mercado sin regulaciones la que puso los precios en el nivel que hoy están en la Argentina. Por supuesto que para esto también habrá una respuesta, siempre en la lógica de la maldad intrínseca del Estado: "Las empresas tuvieron que subir sus precios porque blablablá que hizo el Estado".
Así, por ejemplo, la teoría monetaria de la inflación les sirve extraordinariamente para cubrir la acción de los monopolios locales. No es que un puñado de empresas fijan precios como quieren, porque pueden, sino que son los políticos los que emiten dinero dispendiosamente para mantener su base electoral de vagos y punteros. Siempre es el Estado que emite la causa única de la inflación. Es el Estado el enemigo a reducir, a llevar al punto mínimo en que no sea un peso para la rentabilidad empresaria.
No hay responsabilidad alguna en el sector privado. Es más, los neoliberales niegan el fenómeno de la concentración económica. No existe. O es irrelevante. No hay ejercicio de poder en el mercado. Visión que es exactamente la opuesta a la del padre fundador Smith, quien veía en los monopolios un fenómeno profundamente negativo, que habilitaba a las peores prácticas económicas y volvía al capitalismo una selva en donde primaba la ley del más fuerte.
El neoliberalismo actual se ha parado en las antípodas de Adam Smith. Su lucha no es contra los monopolios, ni por la competencia (salvo que sea importada) sino contra el Estado que puede controlar o limitar a las grandes corporaciones. Convoca a esa lucha ofreciéndole anzuelos al resto de la sociedad: la baja de impuestos, la reducción de los empleados públicos, la eliminación de subsidios a pobres o precarizados. Toda su lucha es por un Estado débil, lo que en la periferia latinoamericana constituye un crimen aún mayor: sin Estado no hay fuerza para sostener un proyecto nacional inclusivo.
Este contexto deja posicionados a los neoliberales locales, en un lugar muy dañino para la sociedad: mientras ocultan ante la sociedad la raíz verdadera de los problemas económicos, refuerzan con su prédica tanto las tendencias hacia una redistribución regresiva del ingreso, como la impotencia pública para avanzar hacia niveles mayores de desarrollo. (Extractado de El Cohete a la Luna)
Artículos relacionados